Desde hace algo más de un mes dejamos atrás 2020, el último año de un ciclo del que nuestro Presidente dijera: «nos tiraron a matar y estamos vivos». Y ya en 2021, con el fuego trumpeano que nos sigue llegando, ahora desde enero se acompaña por el rebrote del coronavirus. A dos pandemias nos hemos enfrentado en estos últimos tiempos: a la supremacista y a la sanitaria… y ¡seguimos vivos!
Soy economista, los números y aquello de que «los recursos son siempre escasos y los fines múltiples y competitivos» me hacen ser precavido. Pero soy economista político, lo que me permite incursionar más allá de los números. Por ello, si como economista veo ya «la luz al final del túnel», como político veo «el final del túnel». ¿Optimista?, Sí, ¡más que nunca!
Optimismo porque al fin, después de muchos años de reflexiones, estudios y pensamiento conjunto, comenzamos el reordenamiento (le quito los apellidos, todos ya sabemos que es mucho más que eso, estamos reordenando nuestra sociedad toda). La complejidad de la tarea y de todo lo que teníamos y tenemos que seguir reordenando explica los atrasos, pero también deja claro que habíamos iniciado, «sin prisa, pero sin pausa», la búsqueda de nuestro propio camino al socialismo, a nuestro socialismo, a nuestro modelo socialista de desarrollo, comprometido con el mundo mejor posible, alcanzable también con el cumplimiento de los Objetivos y Metas de la Agenda 2030 para el desarrollo sostenible.
Por supuesto que nuestro modelo, necesariamente, tenía que excluir las medidas del pensamiento liberal y neoliberal que, siguiendo «las indicaciones del mercado» y contando con el «asesoramiento» y la «ayuda» de organismos como el FMI y el BM, habían ya hecho evidente, incluso desde finales del pasado siglo, que sus «soluciones» solo profundizaban las crisis donde quiera fueran aplicadas, incluyendo en el país centro del decadente sistema.
Lo anterior, sin embargo, no evita que, sin importar la fuente de las críticas al camino elegido (aprobado en todos nuestros documentos programáticos), prevalezca en ellas el pensamiento liberal y neoliberal (al último, actualmente, hasta el foro de Davos y la Revista Fortune lo rechazan). Lo anterior se hace evidente cuando estas críticas se refieren o tienen que ver con el tratamiento que da el reordenamiento al mantenimiento temporal de los subsidios, al tipo de cambio fijo, a la postergación de la eliminación de algunas gratuidades; y hasta se critica un supuesto rechazo al reconocimiento de la relación de la oferta y la demanda en la formación de los precios, al ser fijados y no regulados por el mercado. En las «críticas», como regla, se omite el efecto del bloqueo sobre nuestra economía, y también las más de 240 medidas punitivas aplicadas por la administración Trump contra nuestro país, la mayoría de las mismas dirigidas a impedir el ingreso de divisas, y también de bienes, incluidos los utilizados para el cuidado de la salud, los alimentos y el combustible.
El optimismo se justifica, además, porque incluso desde tiendas ajenas a las nuestras –aunque sigan confundiendo sanciones con acciones punitivas unilaterales– se admite lo obvio: que el bloqueo a Cuba es continuidad de una política que desde 1960, ha tenido como objetivo impedir a Cuba la llegada de dinero y suministros para «provocar hambre y desesperación», en flagrante violación de los derechos humanos de los cubanos de los ciudadanos de otros países, y hasta de los propios estadounidenses a los que se les prohíbe viajar a Cuba, negociar con Cuba, y hasta decidir, si es que pueden esquivar las disposiciones que les prohíben viajar, dónde se pueden hospedar y dónde y en qué gastar su dinero.
Los hechos, testarudos, demuestran cuánto se ha hecho por el respeto de los derechos humanos en Cuba desde el triunfo de la Revolución: electa y reelecta al Consejo de Derechos Humanos de la ONU, cuyos ciudadanos disfrutamos como derechos gratuitos y universales, de la salud y la educación, lo que nos garantiza mínimos índices de muertes al nacer, esperanza de vida de 78 años, ausencia de analfabetismo, altos índices educativos con alta proporción de graduados universitarios y científicos capaces de crear vacunas contra el coronavirus, y también dar y recibir cobertura total y protocolos de excelencia para el cuidado de la salud que reducen a mínimos los índices de mortalidad de los infectados, y también colaborar con decenas de países (del tercer mundo pero también del primero) en el combate a la pandemia.
Es el país donde las mujeres constituyen el 49 % de la fuerza laboral activa, representan el 60 % de los graduados de la educación superior y el 53 % de su potencial científico; es el mismo que reconoce todas las religiones, en el que, aun cuando la revolución eliminó las bases económicas y sociales de todo tipo de discriminación, mantiene un programa nacional de gobierno –integrado al sistema de trabajo del Presidente de la República– dirigido a combatir los regionalismos, todo tipo de discriminación y vestigios de racismo; también un programa nacional de Educación Sexual, que nació en la década de los 70 impulsado por la FMC, y del que nace el Cenesex en 1988, para coordinarlo y desarrollarlo con objetivos tales como la promoción de los derechos sexuales, incluyendo los de las personas LGBTIQ+. El Cenesex coordina, además, la comisión nacional de atención integral a personas trans.
No hay duda –y cualquier observador medianamente informado y no mal intencionado sabe–, que la política de bloqueo a Cuba, que por casi 60 años se aplica por EE. UU., nada tiene que ver con lo que proclama: la promoción de los derechos humanos en nuestro país. Admitir la farsa, sin importar en cuál de sus puestas en escena, implica obviar que la Asamblea General de la ONU ha rechazado 28 veces el bloqueo; también que, desde 1992, cuando se comenzó el análisis por la Asamblea General, solo en 2016 EE. UU. se abstuvo, y que las otras 27 veces votó en contra de la Resolución. También supondría no reconocer que la Resolución de la Asamblea rechaza el bloqueo por su carácter ilegal, aunque la parte estadounidense lo considere un asunto «bilateral», en burda maniobra que no lo eximiría de ser condenado como país violador del derecho humanitario.
Y como todo lo anterior es irrefutable, tenemos los cubanos dignos todo el derecho a dudar de las buenas intenciones de los que aconsejan «desde las gradas», y nos invitan a «mendigar derechos» y hasta a «poner la otra mejilla». Seríamos ingenuos si no recibiéramos estos consejos sin suspicacia, cuando los casi 60 años de bloqueo denotan política de estado y no de gobierno; cuando las 28 veces que EE. UU. ha ignorado las resoluciones contra el bloqueo de la en la onu reafirman la política de estado, y cuando abstenerse en la votación, una vez en ocho años, no pareciera ser buen indicador de cambio, aunque el cambio haya provenido del «hermano Obama».
Entonces y resumiendo, ¿por qué el optimismo?
- Porque seguimos demostrando nuestra capacidad de resiliencia frente al intento de genocidio más prolongado en la historia, incluyendo su última, más agresiva y perversa versión que, por cierto, se mantiene vigente.
- Porque, si es cierto que el bloqueo ha dañado y sigue dañando a Cuba, no lo es menos que ha dañado y seguirá dañando mucho más el prestigio de EE. UU., tanto, que ha dado un nuevo héroe a la historia bíblica de David contra Goliat.
- Porque hemos sido capaces, en las más difíciles condiciones, de continuar por la senda de construcción de desarrollo socialista, de nuestro desarrollo socialista.
- Porque hemos probado ser capaces de enfrentar, a pesar de las dificultades generadas por el bloqueo y por las afectaciones que hemos sufrido como resultado de la crisis económica precipitada por la pandemia, a la pandemia misma, con índices sanitarios incluso superiores a los de muchos países desarrollados.
- Porque los índices sanitarios alcanzados han sido resultado de los logros de nuestra ciencia, y también de la capacidad organizativa de nuestro Estado, Partido y Gobierno.
- Porque los logros científicos alcanzados nos permitirán, próximamente, ser el primer país del mundo vacunado, con una vacuna Soberana, y de la que podrá disponer también la humanidad.
- Porque –y pasando por alto la supuesta polémica de las prioridades de la política exterior de EE. UU., de su presidente empeñado en recuperar el liderazgo en el mundo y aun de su capacidad para lograrlo– no pueden obviar los encargados de dirigir la política exterior de EE. UU. que, en la misma medida en que pierden posiciones en la geopolítica global, mayores son sus necesidades de mejorar sus relaciones con el sur del continente, donde está Cuba, país del que saben que «relaciones normales» solo pueden ser aquellas en las que no se inmiscuyan en sus asuntos internos y sean, además, civilizadas, respetuosas y mutuamente ventajosas.
- Y porque Cuba está insertada en la franja y la ruta de la seda, proyecto que, impulsado por China, país que antes de que termine el decenio será la primera potencia económica del mundo, ofrece enormes perspectivas para nuestro desarrollo.
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