No, no se trata de aquella expresión que es tan común en nuestra lengua para referirnos a algo exagerado e inverosímil, y que la Real Academia recoge con el significado de embuste. Lejos de asociarse a esas historias que alguien puede magnificar, y por ello parecer que rondan con lo artificioso, estos Cuentos chinos contemporáneos (Editorial Arte y Literatura) son más verdad de lo que pudiera pensarse, al tratarse –sin que les falte la dosis ficcional de la literatura– de espejos de una sociedad sincronizada con los días que vivimos.
Se pasa bien leyendo estos cuentos, escritos por autores del gigante asiático, acaso los más destacados, merecedores de importantes premios por estas y otras obras, y directivos de instituciones culturales de su país. Se pasa bien, y consigue el lector salir de su natural cotidianidad no solo porque sean portadores de ese requisito que exige la buena literatura, al transportarlo al escenario descrito; sino también porque hay respecto a China toda una estampa fabulosa y fabulada que nos puede hacer pensar que todo allí es distinto.
Y sí que lo es, si el razonamiento apunta al descomunal desarrollo de este país, con más de 5 000 años de civilización; sin embargo, y a pesar de las particularidades, en el libro están las añoranzas, actitudes, alegrías, aspiraciones, frustraciones y tristezas, tendentes a la misma humanidad que somos, más allá de las fronteras terrenares o azules que geográficamente nos separan.
Prefiriendo no leer cuadernos de cuentos ni poemarios en el orden en que aparecen, a saber si por el guiño que nos hacen determinados títulos, los primeros elegidos me hicieron, al concluir, buscar esas partes constitutivas del cuento, en que tras la introducción, un nudo y un desenlace terminan de darle forma. En algunos no eran perceptibles; y eran, sin embargo, buenos cuentos.
O más bien estampas, en que la escena te hala libro adentro y, de pronto, estás presenciando, como un lector al que se le ofrecen todos los permisos, el sueño que el narrador de La oveja redimida, de Tsering Norbu, acaba de tener con su fallecida esposa, a quien ve en estado de descomposición y de quien escucha el ruego de que la ayude a reencarnar lo antes posible.
«La escena me ha parecido tan real que la zozobra me consume. Esta sensación de ansiedad llega acompañada de un dolor insoportable en el estómago (…). En poco tiempo el dolor va desapareciendo y de nuevo regresa la obsesión de aquel sueño».
Cuando el buen hombre, hundido en sus pensamientos, decide ir al templo de Jokhang, para quemar siyi en su memoria, la historia dará un giro. Al emprender el regreso, se topa con un pastor que conduce un rebaño de ovejas, de las cuales una se muestra reacia a continuar: «Al mirar fijamente a la oveja, siento una corriente de calor recorriéndome todo el cuerpo, como si la hubiese conocido de mucho tiempo». Con el fin de redimir los pecados de su mujer, le propone al dueño comprar la oveja.
A partir de entonces, y fundamentalmente desde la voz del buen hombre, dirigida a la oveja, se desplegará toda una historia de consagración hacia el animal, que resultará sorprendente: «Te ves preciosa bajo el chorro de agua, según el líquido se esparce en hilos de plata brillante sobre tu lomo, dispersándose en un sinfín de gotas que chapotean en el desagüe».
La salud del anciano se empezará a deteriorar mientras que, inversamente proporcional a ese estado, crecerán –y ahí brillarán las más hermosas viñetas de la cotidianidad– su devoción y su día a día junto a la oveja.
Con la hilarante gracia de sus respectivos autores Fan Xiaoqing y Tie Ning, los cuentos La conexión nuestra de cada día y El sombrero de copa de Irina invitan a mejores momentos. Con ellos, la risa estallará ante la página. Alguien que sabe lo que lees podrá preguntar: ¿Y qué pasa ahora en ese cuento?
La respuesta bien puede ser: –Nada, que a los serenos chinos también puede sacarlos de sus cabales la persistencia de un celular que no cesa de sonar y exigirle solicitudes.









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