ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Antonio Machado retratado por Joaquín Sorolla en 1918.

Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, / y un huerto claro donde madura un limonero… basta abrir por cualquiera de sus páginas el libro Antonio Machado. Poesías completas (Editorial Arte y Literatura, 2003) para hallar versos conocidos, porque los clásicos tienen la virtud de fundirse con la vida, y su autor hace rato que entró a la gloria de las letras hispanas.

Haya sido en la voz de Joan Manuel Serrat, citado por otros escritores, en el grafiti de una pared o en una de esas postales que circulan por las redes sociales, la poesía de Antonio Machado Ruiz (Sevilla, 26 de julio de 1875-Colliure, 22 de febrero de 1939) nos acompaña con su sed de eternidad y trascendencia.

Bien vale revisitarlo por estos días, cuando se acaban de cumplir 150 años de su nacimiento en una España a la que retrató admirablemente, sin idealizarla, y sobre la que –tanto en verso como en prosa– filosofó; y lo hizo rebasando fronteras geográficas y culturales, para terminar por interpelar a la humanidad toda.

Representante de la Generación del 98, Machado recibió una educación esmerada, y aunque ejerció como profesor de Gramática Francesa y se graduó de Filosofía y Letras, estos fueron siempre medios para asegurar la subsistencia; su vocación era clara y otra: El alma del poeta / se orienta hacia el misterio. / Sólo el poeta puede / mirar lo que está lejos / dentro del alma, en turbio / y mago sol envuelto.

Las fortunas de su vida vinieron de la mano con la tragedia: su padre y su abuelo tuvieron un impacto muy positivo en su formación, pero a ambos los perdió pronto, y la familia cayó en la estrechez económica.

Lo otro fue el amor. Primero Leonor Izquierdo, una jovencísima novia que lo hizo mostrarse impaciente por primera vez, y con quien logró un feliz matrimonio, según atestiguan sus contemporáneos. No obstante, una tuberculosis fulminante se la arrebató apenas un par de años tras el enlace, justo poco después de que Machado publicara uno de sus libros cumbre: Campos de Castilla.

Desde siempre había llevado la nostalgia como un sino: Monotonía / de lluvia tras los cristales; No te verán mis ojos; / ¡mi corazón te aguarda!; Un día es como otro día / hoy es lo mismo que ayer; Hoy dista mucho de ayer. ¡Ayer es Nunca Jamás! Y el pozo de dolor se ahondó.

De allí solo lo sacaría la literatura. Luego volvería a amar, pero no sería tampoco feliz. Pilar de Valderrama, la Guiomar de sus versos, estaba casada. «Con tal de verte, lo que sea», le escribe el poeta, obligado a una amistad que era insuficiente para el tamaño de su pasión.

Y a la par de todo ello, tejía una obra monumental. Como apunta el Instituto Cervantes en la biografía del escritor, en su evolución poética «destacan tres aspectos: el entorno intelectual de sus primeros años, marcado primero por la figura de su padre, estudioso del folclore andaluz, y después por el espíritu de la Institución Libre de Enseñanza; la influencia de sus lecturas filosóficas, entre las que son destacables las de Bergson y Unamuno; y, en tercer lugar, su reflexión sobre la España de su tiempo. La poética de Rubén Darío, aunque más acusada en los primeros años, es una influencia constante».

Además de incursionar en la dramaturgia junto a su hermano Manuel, su prosa también alcanzó notas altas, sobre todo mediante sus heterónimos Juan de Mairena y Abel Martín. En 1927 lo eligieron miembro de la Real Academia Española, pero nunca ocupó su sillón (hasta este 2025, cuando se celebró su ingreso simbólico).

Aquel que se definía más que un «hombre al uso que sabe su doctrina, en el buen sentido de la palabra, bueno», no pudo más que situarse del lado de la República; esa posición comprometida le valdría a su figura escarnios posteriores, y también la muerte, que encontró por una neumonía, después de haber cruzado la frontera con Francia, huyendo de la represión fascista.

Capaz de escribir poemas de un bello acento infantil, o de usar motivos poéticos tan inverosímiles como una mosca, el poeta de las ilusiones perdidas, del refranero, de las sentencias, el que igualó como pocos naturaleza y sentimiento, y elevó a Lorca en el estremecedor poema El crimen fue en Granada, partió tal y como había predicho en Retrato:

Y cuando llegue el día del último viaje, / y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, / me encontraréis a bordo ligero de equipaje, / casi desnudo, como los hijos de la mar.

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