ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Foto: portada del libro

«Esta es la historia incoherente y monótona de una mujer y un jardín», apuntó, en junio de 1935, Dulce María Loynaz (La Habana, 1902-1997), en el preludio de Jardín. En una de las libretas donde la escribió había dejado plasmadas también sus dudas sobre la valía del texto.

Hoy no cabe duda de la belleza y la profundidad de esta novela lírica. La avalan la crítica y también los lectores sucesivamente seducidos por el volumen en el que prosa y poesía se engarzan armónicamente; esos lectores que por estos días han llegado al stand de Letras Cubanas, en la sede principal de la 33 Feria Internacional del Libro de La Habana, para adquirir la nueva edición, nacida al amparo de la Biblioteca del Pueblo.

Jardín es la historia de Bárbara, una joven que ha crecido en el semiabandono familiar, en la indiferencia materna, con el refugio –¿o la amenaza?– de un jardín. Es, además, el intento del amor, del mar, de la fuga, de cambiar enclaustramiento por mundo. Y es mucho más.

La novela, única escrita por la autora, fiel a su carácter lírico, se erige sobre la metáfora. Sus páginas, marcadas por la singularidad, subyugan no solo por el relato, a veces luminoso y a veces oscuro, asfixiante como leve, sino también por la belleza del lenguaje. A ese grado de depuración no llegó la escritora sin esfuerzo: mucho reescribió, corrigió y trabajó los manuscritos, en busca de la expresión perfecta a sus propósitos.

Para los lectores de su poesía, la fiesta es mayor: se adivina el sello de su verso, algunos poemas futuros en germen, y aparecen fragmentos imposibles de leer sin estremecimiento: «Hilo de amor vivo, cárcel de seda tibia, tan difícil de romper...».

Si bien no es un texto fácil de desentrañar, resulta mayor el disfrute que provoca colocarse en sintonía con su ritmo, sus descripciones, y hasta con la sombra opresiva del jardín, casi coprotagonista:

«Puedes huir, puedes ocultarte, que la raíz que te está destinada te alcanzará al final, irá a buscarte hasta el rincón del mundo en que te refugies y te echará su leñosa garra. Puedes huir, puedes correr, pero este nudo no falla. ¡Cómo que lo llevas tramado entre las venas!»

Para Dulce nada salvaba a su libro de ser extemporáneo, aunque una mujer y un jardín fuesen dos motivos eternos. Pero, lejos de ser impropio o inconveniente, Jardín existe fuera del tiempo para adentrarse en ese estado de diálogo introspectivo que es propio de la condición humana y, por ende, de todos los seres sensibles de todas las épocas. Leemos: «Salía el sol. Por encima de la hojarasca y los escombros escapaba una lagartija amarilla...».

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