ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Imagen del filme brasilero, Colón de Oro en Huelva 2025. Foto: FOTOGRAMA

Durante la zona de apertura de La mejor madre del mundo (Anna Muylaert, 2025), el cine latinoamericano nos regala una de sus imágenes más potentes de las últimas fechas, cuando, en medio de la noche y bajo la lluvia, el personaje central de Gal arrastra con la fuerza de sus brazos ese carromato donde transporta a sus dos hijos, en una huida hacia adelante, sin rumbo fijo.

Ella, poco tiempo atrás, extrajo a esos pequeños de la casa que compartía con Leandro, su pareja: un sujeto alcohólico, abusador, violento, quien le hizo muy difícil la permanencia en el hogar.

Como tantas mujeres en tan triste situación, Gal lo que intenta es tener a buen recaudo a las criaturas y huir, escapar de esa hiena que la maltrata tanto con sus palabras como con sus manos y la considera un objeto de su propiedad. Véase el diálogo de la infructuosa reconciliación: él ni siquiera puede disculparse, pues le dice que ella es suya y su comportamiento es normal en un hombre.

Leandro resulta un fiel representante del pensamiento machista regional, rezago retratado por la cubana Sara Gómez en De cierta manera (1974), como en la misma Ángela (Hugo Prata, 2023), cinta brasilera vista en el pasado Festival, o en muchos otros filmes.

En una estrategia sicológica que quizá toque las fibras de quien amó al Guido de La vida es bella (Roberto Benigni, 1997), Gal querrá hacerles creer a los muchachos que el escape es una aventura, con acampadas nocturnas, duchas en fuentes públicas y comidas de un buen samaritano (que a la larga no será tan bueno).

Toda esta área de la película –exhibida en el apartado En Perspectiva­– logra avanzar, en medida determinante, gracias a la simpatía dimanada por el personaje de Gal, un tren sin frenos en la odisea por sobrevivir y tener consigo a sus retoños.

Ella recoge basura reciclable en el carromato donde desplaza a los niños, pero incluso dicha labor se le hace imposible, pues Leandro está al acecho. No obstante, no se arredra, busca alternativas y, aunque aún sienta algo por él, entenderá que nunca podrá volver a su lado. Mucho menos después que, en medio de una efímera reconciliación, este le haga un salaz comentario sobre su hija.

A Gal la incorpora Shirley Cruz, quien aporta las notas más agradables del largometraje, mediante un trabajo que, más que actuación, constituye pura simbiosis callejera con esos trabajadores honestos y humanos, de pocos estudios, que inundan tanto al Río de Janeiro del filme como otras muchas ciudades de nuestra región.

Es este, sin embargo, un drama social demasiado amable, en cuyos fotogramas jamás se tensarán los pesares y las cosas parecen salir mucho mejor de lo que ocurre en la vida real con casos semejantes.

La cinta se enamora tanto de su personaje central, que lo protege más de lo sensato, tendiéndole narrativamente oportunistas puentes de salvación y trayendo felicidad a un territorio donde no suelen morar las alegrías. Tanto optimismo no le sienta bien.

En su afán por proteger de la terrible verdad a su hijo, Guido hacía pasar por un juego su estancia en un campo de concentración. El dilema radica en que La vida es bella era una comedia y La mejor madre del mundo, un drama social.

Tras huir Gal por segunda vez de Leandro, al llevar a los niños a ese frenético partido de fútbol (una ordalía emotiva en estuche de videoclip) y al arribar luego a ese embelesador edificio de okupas, más candoroso que la infantil Un reino en las nubes (Elisabeta Bostan, 1969), en vez de pensar en el filme de Benigni, yo me creo que estoy en Gravity (Alfonso Cuarón, 2013).

Me refiero a la parte cuando un George Clooney, inmolado a lo Tim Robbins en Misión a Marte y ya a punto de fenecer en el espacio, le da una super altruista charla de apoyo (cargada de bromas tranquilizadoras, naif, falsamente optimista e inverosímil) a la cosmonauta Sandra Bullock, para que ella llegue viva a la Tierra.

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