Al igual que La historia de Souleymane, comentada la semana anterior en esta columna, El profesor de esgrima (Vincent Pérez, 2023) forma parte del XXVI Festival de Cine Francés, programado del 15 al 26 de octubre, en tres salas principales de la capital.
Antes de sus créditos de cierre, consigna: «El duelo perduró por más de mil años en Francia. Cayó en desuso tras la Segunda Guerra Mundial. Astié de Valsayre se batió muchas veces con la espada y por la igualdad salarial, el acceso de la mujer a todos los estudios y profesiones, y el derecho al voto. Y se opuso a la ley que prohibía a la mujer llevar pantalón, la cual no se abolió hasta 2013».
Lo que al autor de esta reseña le llama particularmente la atención de tales aclaraciones, no es tanto lo de la cavernícola prohibición de algo así, hasta hace tan poco tiempo, en la cultísima y democrática Francia, sino que dichas palabras traducen (por si no lo hubiera hecho antes la película) la obvia falta de foco de este largometraje.
Cualquier persona que lea esos rótulos, sin haber visto de forma previa El profesor de esgrima, creería que se trata de una cinta biográfica en torno a Marie Rose Astié de Valsayre, quien –según se colegiría de lo expuesto aquí– sería una mujer que defendía el feminismo, a espada limpia, en cuanto sitio le fuese propicio.
Primero: este personaje histórico –de acuerdo con el consenso de las fuentes consultadas– fue una violinista, feminista, enfermera y escritora francesa, a quien se recuerda por intentar revocar la legislación que prohibía a las mujeres usar pantalones, y por un duelo (uno) de esgrima que mantuvo con una estadounidense.
Segundo: ella no es ni el personaje central ni el ecuador dramático del filme, tan solo una figura colateral, cuya forzada sobreexposición –mucho me temo– no es más que una táctica oportunista para estar acorde con las agendas de los tiempos del #MeToo.
El principal perjuicio estriba en que, al tocar la tecla distractora de echarle innecesario abono a ese personaje (lo cual, a la larga, traduce una falta de confianza supina en el argumento que el filme estaba llamado a desarrollar), a la loable obertura del largometraje se le yuxtapone, luego, un disonante pentagrama narrativo, que no le permite respirar a la trama, ahogándola.
Y es una verdadera lástima, porque Vincent Pérez no será el Ridley Scott de Los duelistas (muchísimo menos el Alexander Pushkin o el Joseph Conrad de sus conocidas obras literarias en torno al tema del duelo entre dos adversarios), pero en esta, su cuarta película, el realizador y actor suizo gana bastante en el oficio de dirigir.
El profesor de esgrima resulta una película de plausible corrección/limpieza en la puesta en pantalla; al tiempo que la inserción y distribución de los elementos dentro del encuadre hablan de un cineasta inteligente, quien conoce la importancia de rentabilizar el espacio (el duelo del minuto 28 –magnífico por la planimetría, pero, a la vez, gracias a la casi paradojal libertad mediante la cual está rodado–, un ejemplo harto elocuente).
Sí le sienta mal a El profesor de esgrima comenzar a divagar, a través de la referida Astié de Valsayre, sobre el feminismo u otros asuntos ajenos, para perder el cauce natural de su relato. Este sería el de ese maestro de armas –defendido extraordinariamente, desde la severidad y el laconismo, aunque con fuerza telúrica, por el ubicuo Roschdy Zem–, quien, en 1887, debe vengar la muerte en un duelo por «honor» de su imberbe sobrino, a manos de un veterano coronel: adversario con el cual caerá en una espiral de violencia.
No es que quisiéramos la reedición, aquí, de los tantos años de lucha de los rivales de Los duelistas (la obra fílmica madre de este subgénero), pero la película pedía a gritos, como niño amamantado, sorber toda la leche del conflicto entre dicho maestro de armas –el profesor de esgrima del título– y el militar. Craso error de Pérez.
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