Esta edición del Festival de Cine de Verano propone la película cubana Mata, que Dios perdona (Ismael Perdomo, 2005), en coincidencia con el aniversario 20 de su realización.
Ambientada en la Cuba de enero de 1959 –aunque eludido el contexto histórico en su trasfondo épico y político–, Mata, que Dios perdona sigue el curso de la persecución a un endeudado sujeto, por parte de un prestamista y un matón.
El hombre se nombra Miguel (Jorge Alí), y al parecer no le importa mucho que los asesinos le pisen los talones.
El día de su «doble crimen» (el relato recrea esas 24 horas) él toma par de tragos en un bar, discute con su examante (la fallecida Broselianda Hernández, en una gran composición), tiene intensísimas relaciones sexuales con una joven prostituta (Cheryl Zaldívar), le aguanta una descarga a su amigo Pedro (el también finado Mario Limonta), camina, va al baño, reposa…
El tempranamente desaparecido cineasta Ismael Perdomo (1971–2019) tuvo el mérito de configurar con este largometraje –su debut en la ficción, tras alabada obra documental– uno de los escasos thrillers de la pantalla cubana, el cual rodara en digital y con escaso presupuesto.
Al momento del estreno del filme, él lo promocionó de esta manera: «cine realista, asediado por la naturalidad de todos los días (aunque se desarrolle a finales de los años 50) donde aparece gente normal, hablando, bebiendo, teniendo sexo, traicionando, durmiendo…, es un intento de reproducir el goce de la sexualidad y de la muerte (…) y más que el crimen que cuenta en sí mismo, lo importante son las relaciones humanas entre los protagonistas».
Sin embargo, mucho más que goces, lo que vemos levantarse son bosques de sombras personales, en los que –al amparo de la tonada del trío Matamoros que titula al filme– los personajes se hunden en una ciénaga de desolación existencial tan grande, que ni halados por sogas de doble tracción podrían salir de ahí.
No es este un filme para todos los estómagos ni resulta común dentro del escenario nacional, menos por su infrecuente género que debido a la acritud de sus imágenes, sus atmósferas opresivas y ese naturalismo descarnado que apuesta por llevar a planos cuasi hiperrealistas situaciones dramáticas, a veces caprichosamente.
La película transmuta de forma estacionaria la focalización o cambios de puntos de vista de la construcción de la escena, a partir de la perspectiva de distintos personajes. Ello dinamiza la estructura narrativa, enriquece el espectro dramático y hasta por algunos momentos disimula la ralentización en que se mete completamente un guion que no daba –y apurado– más que para un mediometraje.
En los juegos con la focalización, el también guionista Perdomo apeló a flash backs y flash forwards que no son seguidos con el necesario celo en sus gradaciones y sentido causa–efecto.
Un poco de agua de thriller de suspenso, con algo de aceite de comedia de situaciones, no combina mucho en la definición y concordia interior de una pieza áspera en sus formas de proponerse y evolucionar, la cual aconsejaba tanto mayor congruencia narrativa como más cuidado en la preservación del tono.
Es una pieza esta, además, con soluciones argumentales, digamos que curiosas. Por ejemplo, antes de que el cuerpo ya sin vida de Miguel sea tiroteado por los matones, este sufre su primera y real muerte, por ahogamiento, mientras practica sexo.
Y es que a Mata, que Dios perdona podrán imputársele defectos varios, pero cuanto sí no puede negársele es su carácter singular y las ráfagas de originalidad que mueven su fronda narrativa.
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