ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Imagen del filme Miku no puede cantar (Hiroyuki Hata, 2025). Foto: Fotograma del filme

El escritor William Gibson, considerado el padre del cyberpunk, la profetizó en su novela Idoru (1996), en la cual hablaba de una estrella pop virtual adorada por millones de fanáticos.

Aunque en realidad no exista, Hatsune Miku es una cantante pop japonesa que, desde hace más de tres lustros, ve arrodillado al planeta ante los miles de terabytes encargados de alimentarle el timbre vocal, sus motonetas azul turquesa, prominente busto, grandes ojos, naricita respingona muy anime y aires colegiales.

La Miku no tiene carne ni huesos; se trata, simplemente, de una creación digital, un androide vocal dueño de su correspondiente avatar, surgido en sus inicios merced a la creación de un software confeccionado para originar música mediante voces sintetizadas y luego transubstanciado en la imagen comercial de la adolescente típica, recreada por el manga más corriente.

Es un holograma unido a su programa de voz artificial. «Mide» 1,58 y «pesa» 93 libras. Desde su «nacimiento», bajo el signo de Virgo, el 31 de agosto de 2007, tuvo, y siempre tendrá, 16 años.

Pese a su presencia incorpórea, la estrella pop virtual saltó hace rato el trampolín del natal Japón (donde literalmente la veneran y hasta la llevaron a la órbita de Venus, a bordo de la nave exploratoria Akatsuki), para un Occidente que, raudo, fagocita todos los fenómenos «exóticos» de temporada.

Ahora bien, nuestra Hatsuke no parece ser tan solo un «boom» estacionario, pues desde su surgimiento suma más adeptos, al punto de convertirse en la diva número 1 del J–pop (pop japonés). Por si a los artífices de la compañía Crypton Future Media –padres intelectuales detrás de la criatura– no les bastaba con tanta pegada interna, fuera de las fronteras del archipiélago nipón la artista digital luce su fantasmagórica hechura lo mismo en talk shows estadounidenses de máxima audiencia que arriba de escenarios.

En 2013 protagonizó la ópera futurista The End, de Keiichiro Shibuya, en el principal teatro parisino Chatelet.

El currículo de Hatsune Miku (su nombre significa «el primer sonido del futuro») no resultaría probable para ninguna cantante provista de esqueleto, sangre y músculos, pues tiene cerca de 112 000 canciones en su haber, compuestas por los propios fans; 18 000 videos; centenares de dvd; series de dibujos animados; millones de seguidores en las redes; interminable cantidad de entradas en la lista de resultados en la barra de búsqueda de Google y 290 millones de visitas en YouTube.

Y ahora se añade una película animada: Miku no puede cantar (Hiroyuki Hata, 2025), basada, a su vez, en un juego sobre estudiantes de secundaria que descubren sus verdaderos sentimientos a través de la música, en un mundo alternativo llamado Sekai, con la ayuda de Hatsune Miku.

La película fue un suceso comercial en Japón, y también tuvo una buena taquilla dentro del circuito integrado de ee. uu.–Canadá.

Negocio seguro, nada hay de gratuidad o ingenuidad con la cantarina muñequita digital, en tanto sus creadores se agenciaron hasta el momento centenares de millones de dólares gracias al holograma 3d.

Solo por concepto de merchandising (juguetes, souvenirs, pulóveres, gorras, tazas, llaveros…) los ingresos son harto auspiciosos. No por gusto, megacompañías como Toyota o Google sufragaron su «rostro» para campañas publicitarias.

El holograma nos habla, entre otras cosas, del poder extraordinario que pueden alcanzar la tecnología y los titiriteros responsabilizados con el manejo de sus hilos. Si un fantasma digital (no es el único en Japón, pero sí el más popular) puede convocar a 100 000 personas dentro de un estadio, ¿adónde podría llegarse?

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