En Fuerza mayor, filme del realizador sueco Ruben Östlund, exhibido en la capital cubana, una familia (el padre Tomas, la madre Ebba, dos hijos pequeños) cena en la terraza del hotel de Los Alpes, cuando una inmensa avalancha desciende de las montañas. Todos creen que serán aplastados.
En vez de proteger a los suyos, el padre solo atina a huir, dejándolos atrás. A la larga, la nieve no sepulta a los comensales, porque se trata de una avalancha controlada por los especialistas, con el fin de favorecer los terrenos para esquiar. Cesa en un punto medio antes de alcanzar el hotel. Todos se salvan.
Al rato, reaparece el progenitor que antes escapó, despavorido, justificándose ante los suyos mediante vanas excusas. Desde ese momento, adviene otro tipo de alud, este real, sobre Tomas y Ebba.
El quiebre interno de la relación supone el parteaguas tonal absoluto de un filme que transitará de la armonía inicial del cuadro familiar, al registro de vulnerabilidad que irrigará el torrente sanguíneo de la pareja protagónica por el resto del metraje.
La tensión en esta lancinante refriega emocional descubre rasgos sumergidos del carácter de los contrariados turistas, a través de frases cortadas, ademanes incoherentes, comunicativos silencios, modulaciones en el trato…
La observancia de las oscilaciones de un orden afectivo familiar en fragmentación sienta las bases para proponer un análisis sobre la fragilidad de las relaciones humanas, y la aparición de mecanismos internos de cambio en las parejas, detonados por hechos inusuales.
Östlund no humilla a Tomas (algo muy raro en el director de The Square, especialista en hacerlo en su cine), y equipara su actitud con otra análoga demostrada por su esposa al cierre, asociada al instinto de supervivencia en situaciones de peligro extremo.
El cineasta echa al ruedo la interrogante de si la valoración moral de un ser humano solo habría de establecerse en función de cierto impulso instintivo, condicionado a un momento puntual.
La persona es la suma de múltiples componentes, y por regla la resultante del ensamble no redunda en trabajos perfectos; solemos fallar, ser ordinarios y decepcionantes hasta cuando más duele o daña incurrir en ello, indicaría un Östlund comprensivo como nunca.
El miedo, la incertidumbre, la incomodidad, el desasosiego, el pesimismo y la falta de credibilidad en el otro (también el amor que ambos se profesan) son incorporados de forma magistral por dos intérpretes que continúan haciéndole gala a la escuela nórdica de actuación: Johannes Bah Kuhnke y Lisa Loven Kongsli.
Los dos visibilizan la fragilidad de Tomas y Ebba, en la mejor tradición del cine escandinavo (en ambos hay depositados grasa de Bergman, pelo de Vinterberg y uñas de Von Trier), dentro de una cinta cuyos aciertos van más allá del reparto, la dirección y el guion.
A tales virtudes, Fuerza mayor suma talento visual, curiosas dosis de humor negro, opresivas atmósferas de calculado enrarecimiento, y la polisemia de una fotografía cuyos planos fijos remarcan la blancura esplendorosa de la nieve, a efectos de establecer el contraste con la oscura inaccesibilidad del alma humana.
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