Pulso (Netflix, 2025) no se mira en el espejo de los grandes dramas médicos seriales estadounidenses.
Aquí, el espectador no encontrará un poderoso estudio de personaje, al modo de La enfermera Jackie (Showtime, 2009-2015). Por ende, no apreciará una gran disección caracterológica a un representante de la Salud, como la practicada en esa serie, sostenida por el genio y la gracia de la actriz Edie Falco.
Tampoco hallará la fabulosa ingeniería descriptiva, la percepción de ambiente o el brillante quehacer actoral de The Knick (Cinemax, 2014-2015). De igual forma, no visibilizará las críticas al sistema de Salud, expuestas en Respira (Netflix, 2024) o The Pitt (hbo, 2025).
Por el contrario, Pulso –presa del facilismo– va por el camino más obvio y emplea como modelo a ese culebrón inacabable que es Anatomía de Grey (abc, inició en 2005 y aún sigue al aire).
Como su inspiradora, a Pulso le importa menos el contenido que el continente. A lo largo de sus diez repetitivos episodios, las artes médicas serán solo telón de fondo para que actores refrescadores de pantalla –por algorítmicamente apuestos, se entiende– den vida a personajes en constantes devaneos lúbrico-románticos.
La doctora Danny Simms (Willa Fitzgerald, acabada de completar una actuación de aplauso en el filme Strange Darling), y el doctor Xander Phillips (Colin Woodell) son los muy caucásicos personajes centrales de esta serie ambientada en Miami. Ambos laboran en el Hospital Maguire, y se encuentran atrapados entre dos tormentas: una climatológica, y la otra sentimental, aunque también moral.
Un poderoso huracán azota la ciudad. En el centro, su personal intenta continuar los servicios, incluso en medio del fenómeno natural. Sin embargo, eso no le importa a Danny para interponer, ahora, una muy rara acusación de acoso sexual contra Xander.
Mientras intercala las escenas de pacientes que llegan al hospital y son atendidos por el cuerpo facultativo, Pulso se toma todo el tiempo del mundo para rastrear la historia romántica de ambos. Lo hace a través de insistentes retrospectivas, las cuales siempre observan la misma anticuada pauta indicativa de aparición: dos fuertes latidos y pase automático de la imagen a un leve sepia.
Diálogos que parecen extraídos de libros de autoayuda, personajes monocordes, que solo llaman la atención por su infantil necesidad de reconocimiento público (la doctora Chan), y otros sin un sentido argumental claro, lastran el trabajo.
Un ejemplo de lo último es el de la doctora Harper. Ella, hermana de Danny, no pinta nada en la trama, salvo pasearse en silla de ruedas por el hospital. Al menos en la serie musical juvenil Glee había una razón dramática para un personaje semejante; aquí es ponerlo solo porque a los guionistas se lo exigen, en virtud de la política –de apariencias– de inclusividad observada por las plataformas.
Pulso es una serie muy rosa. Ni Teresa de Calcuta sobrepasa el altruismo de los médicos de Maguire, quienes salen en medio de un huracán categoría 5 a buscar pacientes por el vecindario. Si ve esto Michael Moore (quien en Sicko desnudó al inoperante sistema de Salud de ee. uu.), sonreirá con más ironía que el doctor House.
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