ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Infiltrados, Oscar a la Mejor Película y a la Mejor Dirección. Foto: Fotograma de la Película

Exhibida en varios cines de la capital cubana, del 29 de mayo al 1ro. de junio, Infiltrados (Martin Scorsese, 2006) es una historia de dobles agentes en los mundos de la mafia y de la policía.

De modo poco común en la filmografía del gran director, la película no remite a la dimensión espacial neoyorkina ni a los mafiosos de origen italiano. Transcurre en Boston, y el clan es irlandés.

En este filme, el capo mafioso Costello (Jack Nicholson) forma, desde niño, a Colin (Matt Damon), una inversión humana que labrará, curtirá e infiltrará en la Policía. Mientras, los uniformados harán lo mismo con Billy (Leonardo DiCaprio) en el hampa.

De cómo ambos interactuarán sin saberlo, hasta llegado el momento en que impondrán una cacería desenfrenada por desenmascararse uno a otro, pende el guion de William Monahan, para un trabajo cinematográfico construido con asombrosa precisión y grácil claridad narrativa.

Respaldado –como siempre en las últimas décadas– por sus incondicionales Michael Balhaus en la fotografía, y Thelma Schoonmaker en el montaje, Scorsese orquesta una obra fílmica que juega de forma meridiana, fina, clara, con el tiempo.

El maestro fragua aquí, además, una película que halla, tanto en los rictus semiinvisibles como en la amplia gama de expresiones faciales de sus protagonistas, un testimonio del hervidero sentimental y emocional en el cual se encuentran sumergidos.

En tal sentido, el realizador de Taxi Driver es capaz de extraerle a DiCaprio y a Damon viscerales composiciones de tensión acumulada; de energía, presión y furia contenidas. Y le confiere a Nicholson la potestad para crear una figura diabólicamente cercana.

El Director le permitió improvisar en casi todas sus escenas, y el mítico intérprete se aprovechó para –independientemente de sus manías y tics–labrar un siniestro y a la vez lúdico criminal que hipnotiza al espectador, tanto por ello como por su impredecibilidad.

De las obsesiones temáticas eternas de Scorsese (la culpa, la redención, el castigo, la familia, la fraternidad criminal, la muerte), esta última es la que cobra auge en el filme. Infiltrados supone una experiencia fílmica marcada por un elemento trágico, el cual parece constituir la única salida posible que un creador –pesimista como nunca antes– les otorga a seres destinados a la perdición.

Están esos seres sumidos en un entorno desesperanzador en el que se desdibujan las márgenes de los conceptos binarios del bien y del mal; en el que se difuminan los bordes de la ética y naufraga la humanidad, la confianza en el hombre, la verdad.

La película –basada libremente en Juego sucio (Wai Keung Lau, Alan Mak, 2002), filme hongkonés– le sirve al director de Uno de los nuestros y El irlandés para trasmitir su preocupación ante un orden de cosas signado por la opresión, la asfixia y el agobio.

Infiltrados expresa sin cortapisas que han sido cortadas las balaustradas morales y suprimidos los referentes ante el predominio de la incertidumbre. Scorsese –sometido al influjo de tiempos de locura, inquietud y pavor– toca con fuerza la tecla de la opresión, y le sale una pieza desgarradora, un diagnóstico de la angustia.

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