Si bien el cine de acción francés resulta una de las cartas de identidad del género desde hace unos cuantos años, los títulos de Netflix no entran justamente dentro de lo más señalado de tal vertiente. No desmienten la aseveración cintas a la manera de La bala perdida, la infumable Sentinelle o la innecesaria nueva versión de El salario del miedo, el clásico filmado en 1953 por H.G. Clouzot.
En sus inicios, Ad Vitam (Rodolphe Lauga, 2025), la primera producción francófona del género encargada por Netflix este año, parece que va a variar el destino sin gloria de las anteriores.
La película –coescrita y protagonizada por un actor dúctil, con diversidad de registros y de gran empatía con el público, como Guillaume Canet– se presenta ante el espectador con pintas de un rico thriller de conspiración, que se las va a gastar todas en movilidad, acción imparable y diversidad de giros argumentales.
Su efectiva y –por desgracia– solo breve introducción, nos descubre a Frank Lazaref (Canet), sujeto al parecer común, a ojos vistas feliz, que trabaja en los andamios de la Basílica del Sagrado Corazón, en París. Ama a su pareja, la cual está a punto de darle su primer hijo.
En segundos, esa placentera existencia se trastoca. Unos intrusos penetran a la casa de ambos, raptan a la esposa, y exigen a Frank la entrega de una llave que él tendría en su posesión, instrumento de acceso a un objetivo, el cual más adelante conoceremos.
En tal recta, el filme se deja ver; no tanto por su manido argumento, como debido al pulso de su realizador, al combinar ciertos rasgos del género polar (así se le denomina al viejo cine negro francés), con las estrategias de puesta en pantalla con que es asumida hoy día la acción más contemporánea, desde la perspectiva europea.
Sin la grandilocuencia hollywoodense en su planificación y coreografía, destacan tanto la firmeza como la fisicidad en la ejecución de las escenas movidas; además de la nueva apertura de sentidos propuesta, al revelarse la real identidad de la pareja.
Ambos, expertos en combate, formaron parte de una unidad antiterrorista de la policía gala, cliché inamovible del género. Hace un mes, fue estrenado mundialmente A Working Man, enésimo filme en el cual, tras la fachada de un simple hombre trabajador, se esconde un héroe inderrotable del ejército u otra institución armada.
Aún sin alcanzar la primera media hora, Ad Vitam se adentra en una errónea y dilatadísima retrospectiva (su prolongación no tiene justificante alguna), que cambia peligrosamente la cadencia, toda la modulación tonal y hasta los signos de identidad del filme remitentes al espacio europeo o las tradiciones locales.
A partir de ahora no estaremos más frente a la misma película.
Comienza otra, harto influenciada por esa tan cargante como falsa camaradería policial del cine y las series estadounidenses (agentes del orden que comparten barbacoas, se dan carantoñas amistosas y, si el compañero no se despabila, hasta se acuestan con su mujer).
Fuera de rumbo, sin brújula argumental, Ad Vitam se pierde durante una extenuante hora. Se pierde ella y nos pierde a nosotros. De pronto, recapacita, se replantea, vuelve al principio, y regala escasos minutos de buen cine de acción. Da igual, ya entonces no vale.
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