Atravesamos una era de precuelas, secuelas u otros productos derivados, cuya abrumadora promoción y distribución global mantiene en permanente Síndrome de Estocolmo al receptor mundial: cautivo condicionado, pero gustoso y obsecuente, de tamaña andanada.
En tales superproducciones, la política palomitera de los grandes estudios se decantó del todo –en los dos últimos decenios– a favor del armatoste digitalizado. Extraídas del óvulo del cgi (Computer–Generate Imagery, o imágenes generadas por ordenador), esas piezas fílmicas responden a patrones inamovibles y proponen una lógica dramática que atrasa o confunde el lenguaje del cine.
Semejante lógica se aleja del planteo específico del guion para el séptimo arte, al canibalizar los esquemas o estrategias narrativas de los videojuegos: en el sentido del encadenamiento constante e imparable de la acción hacia niveles superiores.
Ese aceleramiento pulverizador de los postulados dramatúrgicos fílmicos va en desmedro de los mecanismos internos naturales a los géneros. También opera en contra de la evolución orgánica de la trama y –en el cine de aventuras o de acción– del sentido de las gradaciones en la peripecia del héroe: su universo de representación, su alfabeto de discurso, la intención real de contar su historia.
Gladiador 2 (Ridley Scott, 2024) resulta cabal expresión de lo anterior. Casi todo funciona al revés en una superproducción que es carcasa, reexprimido de lo ya exprimido. De forma paradójica, a su cosmético paroxismo discursivo lo contradice la rápida disipación de la energía interna del relato. Este, tras el prometedor arranque con el bien recreado ataque romano a Numidia, tiene poco que ofrecer luego.
La cinta muestra personajes sin entidad ni densidad ni coherencia con el carácter de la pieza. Geta y Caracalla, los emperadores de Roma, son pura broma. Pero es que no estamos frente a una comedia. O sí; aunque una comedia involuntaria, que provoca vergüenza ajena.
Aquí el espíritu del péplum o cine de romanos (la versión original de Gladiador, estrenada hace un cuarto de siglo, es su mejor exponente crepuscular) se muere bajo la ridiculez del guion y el oropel digital.
A tenor de esto último, Gladiador 2 es contentiva de dos momentos de aberración, en los que el reputado y casi nonagenario realizador de Alien y Blade Runner se deja llevar por la directriz más descarada de la industria y del cgi. Nos referimos al pasaje de los monos y al de los escualos atacantes bajo el agua, en la «batalla naval» del Coliseo.
Era difícil de predecir que, después de los tiburones voladores de la saga paródica fantástica Sharknado (2013–2018) existiera algo parecido. Sin embargo, aquí está Gladiador 2 para confirmarlo.
El británico Scott es un estandarte de la épica. Parte de su cine se caracteriza por la concienzuda planificación, riqueza estilística y precisa puesta en pantalla de las coreografías bélicas, desde Los duelistas (1977) a El último duelo (2021). Hace muy poco, él filmó secuencias tan monumentales como la refriega nevada de la batalla de Austerlitz en Napoleón (2023). Por eso, causan estupor estos tan beligerantes como risibles simios y tiburones digitales de Gladiador 2.
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