ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
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Foto: The music of Ernesto Lecuona, Detalle de la portada del disco

Entre los nombres imprescindibles de la música cubana durante el siglo xx hay varios que sobresalen y cuyas carreras se cruzan entre sí, incluso con diversidades estilísticas. Pero en el entorno de la pianística y la composición de grandes, medianas y pequeñas obras –teniendo en cuenta lo formal, y para nada simples raseros conceptuales–, se destaca Ernesto Lecuona.

Nacido en Guanabacoa el 6 de agosto de 1895, pronto sería considerado un niño prodigio, por su interés desmesurado en la música y por sus sorprendentes resultados tocando y componiendo desde los cinco años, apoyado por su hermana mayor, Ernestina.

Llegó a ingresar en academias prestigiosas de Cuba como el Conservatorio Carlos Alfredo Peyrellade, el Conservatorio Nacional de La Habana (hoy Amadeo Roldán), así como el Aeolian Hall, de Nueva York, hasta culminar en París de la mano del mismísimo Maurice Ravel, la gran figura del expresionismo francés.

En Lecuona conviven dos grandes pasiones que a su vez se convirtieron en sus líneas fundamentales de expresión: el piano y la composición. Sopesar alguna para, en un hipotético ejercicio, afirmar qué lo distinguió más, sería un error desde todo punto de vista. Lecuona fue un virtuoso intérprete y un consagrado autor, y ambas facetas se combinaron estupendamente durante su vida profesional.

Como creador, desarrolló con intensidad un estilo propio, en el cual se realzaban motivos hispánicos mezclados con expresiones nacionales; y es, sin duda, el referente sonoro por derecho de tal hibridación musical. Su producción abarca una gran cantidad de zarzuelas, sainetes, operetas, danzas, obras para piano, canciones, comedias líricas y revistas musicales; y en casi todas, a través de sus diferentes abordajes, se pueden apreciar esos rasgos esenciales de su sello personal.

Su nombre está ligado a dos prominentes autores, cuyas obras también fueron esenciales en el desarrollo de varios de los géneros antes mencionados, y en los cuales ambos, con sus particulares prismas sonoros, delinearon cada aproximación autoral de forma magistral: Gonzalo Roig y Rodrigo Prats, sin los cuales –incluyendo a Lecuona– no podría hablarse de zarzuelas, romanzas ni de las grandes canciones líricas cubanas de todos los tiempos.

La trascendencia de Lecuona desde el punto de vista interpretativo y autoral estuvo acompañada, asimismo, por su visión como productor de espectáculos, repertorista y mecena de artistas que encontraron en él un horcón como ninguno. Cantantes como Ignacio Villa «Bola de Nieve», Rita Montaner, Esther Borja o el tenor mexicano José Mojica confirman la especial relación de Lecuona con artistas que no solo cantaban sus obras, sino que tenían carreras sorprendentes y que estuvieron unidos a él, además, por una gran amistad.

Ernesto Lecuona fue el más férreo crítico de sí mismo y un artista que buscaba la perfección en todas sus obras; logró así una exquisitez absoluta, que le hizo no solo brillar, sino trascender y conservar intacta su cubanía.

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