El domingo último, la Orquesta Sinfónica Nacional de Cuba ofreció un concierto que podemos calificar, en varios aspectos, de memorable. Uno de ellos fue el programa escogido que, como regalo al público cubano, contó con una solista invitada, de grandísima valía interpretativa y una extraordinaria carrera internacional.
La maestra Danae Papamatthäou-Matschke es una violinista nacida en Grecia y formada en conservatorios de su país natal y de Alemania, lo que le ha permitido transitar por los difíciles caminos que son inherentes a un instrumento tan antiguo y a la vez complejo dentro del arte musical.
La obra escogida para la solista fue la Sinfonía Española en Re menor Op. 21, de Édouard Lalo; aunque tiene ese nombre, es en realidad un concierto para violín y orquesta, pero de cinco movimientos; singularidad que la hace una obra de ruptura conceptual y que requiere de una apreciación personal profunda por parte de su intérprete.
Papamatthäou-Matschke hizo gala de su magistralidad como violinista; logró un resultado exquisito, una interpretación de matices expresivos que nos hicieron acercarnos de manera muy receptiva a una obra que desde hacía varios años no disfrutábamos en Cuba.
Los contrastes, el fraseo depurado y conceptualmente bien concebido, los detalles en cada cierre, así como la calidad de su sonido, nos confirmaron que estábamos frente a una gran violinista, que no descuida aspectos técnicos por muy pequeños que sean; todo ello para llegar a un estado de perfección extraordinario.
La orquesta, bajo la conducción del maestro Igor Corcuera Cáceres, incluyó la Pavana en Fa sostenido menor Op. 50, de Gabriel Fauré; muy bien asumida por el colectivo sinfónico y de la cual también se conmemora el estreno hace cien años en Cuba. Aquí nos adentramos en un fantástico viaje, guiados por diversas escenas imaginarias que iban conformando la obra, y en la cual cada plano sonoro planteado por los músicos tuvo imágenes de sutileza palpable.
Como hecho histórico y musical debe destacarse que el guitarrista y compositor Luis Manuel Molina, como regalo al maestro Corcuera –a propósito de su debut y de su nombramiento oficial como director titular de la Orquesta–, regaló una versión para guitarra hecha por él de la Pavana; por lo que fue posible disfrutar dos versiones, en un mismo concierto, de una obra tan conocida e importante.
El cierre fue una verdadera apoteosis sonora: la ejecución de la Sinfonía No. 3 Eroica en Mi bemol Mayor Op. 55, de Beethoven, una de las obras simbólicas del clasicismo alemán, y que estuvo muy bien interpretada por nuestra Sinfónica.
Aquí se respetaron las intenciones y los motivos propuestos por Beethoven en cada momento, desde sus pasajes más intensamente telúricos, hasta la sutileza más minimalista, sin perder en ningún momento el espíritu de la obra que, como pieza clave dentro del repertorio universal sinfónico, puede complacer –o defraudar si está mal tocada– al más exigente auditorio.
Nuestra Sinfónica Nacional, no exenta de las dificultades y escollos materiales que enfrenta cualquiera de su tipo en el mundo, pero que en nuestro país se agudizan, una vez más se creció ante su público y ante el enorme compromiso con su tiempo.
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Michel Toll dijo:
1
3 de abril de 2025
09:34:36
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