En la historia de la música cubana las diversas clases sociales existentes han identificado y tipificado los espacios que han protagonizado, aunque desde algunas perspectivas se quiera pasar por alto la mistura entre el arte y el entorno social. El fenómeno no atañe únicamente a nuestro país, aunque sí debemos afirmar que ha sido rápido y catalizador si lo comparamos con procesos vividos en Asia o Europa, derivando en cada lugar en fortísimas culturas populares, aunque con otros cauces, características y expresiones.
En Cuba, dos clases sociales antagónicas dominaron la vida de la nación durante muchos años: explotados y explotadores. Con los años surgirían otros actores sociales, económicos y raciales que ayudarían en una y en otra dirección a limar diferencias en un sentido, pero también crearon asperezas, en directa sintonía con el mundo circundante de cada estrato.
Y así fue gestándose una cultura vista desde distintas miradas. Los blancos ricos enviaban a sus hijos a estudiar artes en universidades en España, Francia o Italia, mientras que los pobres apenas iban a escuelas públicas. En algunos casos llegaban a instituciones no acordes con su origen social o racial, pero era gracias a sus amos o mecenas de la alta sociedad cubana. Se bailaban danzas con ropajes excesivamente calurosos y europeos en salones aristocráticos del país, mientras en las calles pululaba el espíritu de germinación de la nacionalidad, mezclando la liturgia con toques y cantos más libres en cuanto a la forma, con elementos polirrítmicos propios del entorno popular.
Pero toda esa expresión espontánea y sin más escuela que las calles y zonas periféricas marginales, no hallaba aún su verdadero reconocimiento. Aún así, no podríamos dejar de ponderar la honda labor de renovación y autenticidad que desde lo académico tuvieron figuras como Brindis de Salas, White (ambos de tez oscura) así como Espadero, Cervantes y Saumell con notables discursos musicales desde donde también se avizoraba el zurrón de nuestra identidad musical. Pero no solamente los negros seguían siendo pobres, sino que ampliaban la lista blancos, mestizos e inmigrantes que no podían acceder a estudios musicales: continuaban sin saber leer y sin conocer toda la teorización e investigación académica necesaria para enfrentarse a las dinámicas de la música, a pesar de que existían algunas escuelas en el país.
A raíz de tales realidades fueron comunes algunas creencias como que los mestizos tocaban mejor los instrumentos de percusión, que la rumba era música satánica o que los blancos no llevaban el ritmo en sus venas, todas propias de la época. Lo mas triste y cierto de esta gran historia contada rápidamente, es que cada clase social y musical se necesitaba. Pero sobre ello ahondaré en una próxima entrega.
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