Entre los disímiles debates de años recientes hay uno que aún aporta en sentidos muy antagónicos y que nos mueve hacia un análisis serio y definitorio. Recuerdo cuando en 2013 escribí para Cubarte un texto sobre varias problemáticas que aquejaban –y continúan haciéndolo– a la industria de la música, y en específico al llamado sistema o esquema empresarial, y que suscitó varios afluentes de debates muy interesantes y productivos.
Pero aún hoy, muchos de esos escollos siguen existiendo y cercenando diversos procesos que atentan contra la calidad de propuestas para el público cubano, sobre todo en una importante zona de la visibilidad musical.
Con el paso del tiempo, las nuevas realidades en la comercialización y consumo de la música en el país nos plantearon un cambio en las estrategias a seguir y en las dinámicas propias de lograr un necesario equilibrio entre lo popular y lo rentable, propiciando así una manera de gestión que favoreciera a las partes involucradas y generara ingresos para otros proyectos favorecidos con políticas de subvención. Aplaudible y coherente, esta forma de aproximarse a lo que algunos economistas llaman la ley de oferta y demanda, generó que solistas y orquestas pudieran ver mejor remunerados el esfuerzo y el hecho de poder contactar con otros públicos tan exigentes como a los que, comúnmente, solían tocarles. Ahora bien, ¿estaban preparados los mecanismos empresariales de la música para tales fines? ¿Qué papel desempeñaban estas empresas en los eslabones de comercialización de orquestas y solistas?
No creo descubrir el agua tibia cuando afirmo que muy pocas estaban, y están hoy, en condiciones de suplir las exigencias necesarias para tales propósitos, contando con débiles carteras de negocios y catálogos actualizados, con una pobre identidad visual o corporativa, y con insuficientes labores de promoción o gestiones de logística para lograr llevar a algún artista hacia determinado escenario; siendo estos últimos, en el mayor de los casos, los que han hecho suyas estas labores de autofinanciamiento y autogestión.
La empresa o centro de la música no debe quedar solamente en el trámite obligatorio o en el papel de intermediario para cobrar utilidades, o como gestor para aportaciones tributarias del artista, sino que debe volcarse más en serio a labores de venta y de promoción de su catálogo para el mercado nacional, hasta lograr colocarlo en los diversos espacios que, en lo referente a cada propuesta, corresponda.
No es el artista quien deba costear en muchas ocasiones un transporte, un audio o un sistema de luces para sus presentaciones, sino su empresa comercializadora e intermediaria ante cada contratación. Sin embargo, contrariamente a este fenómeno de carácter comercial semidisperso, que debemos seguir abordando y debatiendo desde una óptica constructiva y seria, otras aportaciones a la cultura del país se nos ofrecen en la exaltación de interesantes propuestas audiovisuales y musicales, que denotan que el trabajo coordinado puede conducir a finales felices. Ejemplos como la campaña por el 20 de Octubre, por la jornada del 1ro. de Enero y otros, nos señalan que arte, buen gusto y buenas propuestas económicas no andan divorciadas. Solo hay que saberlas combinar con talento y creatividad. Pero eso lo dejamos para una próxima columna.
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guadarramas dijo:
1
19 de marzo de 2020
08:16:27
Carlos dijo:
2
19 de marzo de 2020
11:28:34
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