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Carlos Díaz, director escénico que celebra sus 70 años. Foto: Sánchez, Jenny

En la escena cubana, todos sabemos que Carlos Díaz es una galaxia, un universo entero. Es su nombre propio, es Teatro El Público, es el Trianón y es una escuela. Aglutinador como pocos, anda, de manera habitual, en medio de un batallón de estudiantes y jóvenes, de miembros de su compañía y de un sinfín de colaboradores.

El teatro, gregario por naturaleza, subraya en su caso una concepción de diálogo e intercambio que integra las aportaciones de cada cual. Entre ellos, además de su legión de actrices y actores, dramaturgos y dramaturgistas, teatrólogos y asesores, diseñadores escenográficos, de luces, de vestuario y gráficos; estos últimos decisivos en la comunicación social, esfera nunca olvidada por el Premio Nacional de Teatro 2015.

Carlos Díaz Alfonso nació en Bejucal, pueblo de las afueras de La Habana, del que hereda la marca de agua de las parrandas, trasvasadas por él a su arte como jolgorio, festín de masas, carácter lúdico y presencia de la cultura popular. Allí vuelve, años de estudios mediante, a fundar el grupo Teatro Ensayo.

Pero si ese es el punto de partida, convertido a veces en un reductor lugar común, esa descripción no agota el retrato del director escénico de quien celebramos sus 70 años. Menos ahora, pues, con su edad soberana, puede exhibir más de cuatro décadas de labor como uno de nuestros más incansables trabajadores de la cultura.

Desde su graduación, a principios de los años 80, en el Instituto Superior de Arte, con especialidad en Teatrología y Dramaturgia, su trayectoria es la de un activo participante, un voraz espectador del quehacer sobre las tablas, siempre capaz de sumar conocimientos y experiencias a su sólida formación.

En lo personal, conocí de él a finales de aquella década, cuando su nombre aparecía asociado a Irrumpe, del maestro Roberto Blanco, y al recién creado Ballet Teatro de La Habana. De aquella época, recuerdo su espectáculo A Moscú, con su amor por Chéjov, que aún permanece intacto; como por la dramaturgia norteamericana, de donde sacó aquella trilogía que nació famosa por su extraordinaria prefiguración de un teatro que vendría y de una agrupación que lo representaría: Teatro El Público. Ya con su compañía estrena La niñita querida, en 1993, paradigma de puesta en escena en relación con cómo lidiar con la poética de otro de sus amores, Virgilio Piñera. En ella le rindió uno de los más extraordinarios homenajes que ha recibido el teatro nacional desde la escena misma.

El gran Roberto Blanco influyó en el gran sentido de la composición escénica de Carlos, quien es un mago de la transformación teatral de cualquier espacio mediante una imagen bella y desafiante. Su perspectiva coreográfica del movimiento es otra de sus virtudes, así como la conducción de los actores. Con esas armas, entre otras, como un gran diseñador, ha logrado habitar de teatro un edificio referencial en el mapa escénico insular, sea con la dramaturgia de clásicos y contemporáneos, sean nacionales o de cualquier parte.

Su repertorio es inmenso. Imposible reseñarlo en estas líneas, pero cedo a la tentación de mencionar Calígula; María Antonieta o la maldita circunstancia del agua por todas partes; Las amargas lágrimas de Petra von Kant; Ícaros; Ay, mi amor; Las relaciones de Clara; Harry Potter: se acabó la magia...

Su teatro es humano, social y político, nunca complaciente, siempre arena en la máquina del mundo, como diría Eugenio Barba. Ese legado vivo sobre las tablas del Trianón, demandado por los espectadores, es su tributo apasionado e inclaudicable al arte teatral. Es Carlos Díaz, el nombre del Teatro El Público.

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Héctor Noas dijo:

1

6 de noviembre de 2025

14:10:38


Hermosa y justa reseña sobre uno de los directores teatrales más importantes que ha dado el Teatro cubano. Un privilegio contar con él.