ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
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Rafael Álvarez, «El Brujo». Foto: Tomada de Internet

Con sus funciones de esta semana, dejó nuevamente su estela en La Habana, Rafael Álvarez, «El Brujo», con Dos tablas y una pasión.

Como si fuera el día después de hacer durante años los grandes textos del Siglo de Oro español, en esta entera creación como actor y director, los devuelve, sencillamente, suyos. Con ese soberbio dominio de la condición escénica que marca su estilo, habla, comenta, dice una tradición que es fuerza y raíz. Tan bien los conoce que juega con desparpajo viéndolos desde el hoy, el humor señorea hasta la risa y el espectáculo transcurre como un riachuelo entre grandes piedras.

Blake, Lope de Vega (a Lope le levanta el monumento que merece), Santa Teresa de Jesús, Garcilaso de la Vega, Calderón, San Juan de la Cruz, Fray Luis de León, hasta Shakespeare, Góngora, Quevedo… Ay, esos sonetos inigualables del idioma que nunca hemos escuchado como en la voz de El Brujo. Es el reino de la poesía y de la filosofía del Barroco español acumulándose durante el siglo xvi en la península, mientras en la Isla se funda La Habana, hasta explotar en el XVII. De ahí sus guiños a la capital cubana en su medio milenio.

Pero, en realidad, el verdadero puente, y la unidad, es el territorio de la lengua. Es, como cita con precisión, esta mirada que inventa el mundo y nos permite vernos desde la fruición del «nombrar las cosas» con nuestras palabras. Así el amor y la muerte en su persecución de la belleza, entre mística y erotismo, resultan los pilares de una clase magistral y única de literatura y cultura españolas.

Desgrana voces entre inflexiones y eufonías de la voz más pequeñas incisiones de representación, apenas con un par de gestos, una postura. Va y viene, retrocede y vuelve, compara figuras, maneras y roles entre antaño y presente. No hay quien pueda desglosar el argumento de este espectáculo. Como en una caja china nacen cuentos, brotan historias. Abre un camino, como cuando se refiere a Teresa de Ávila, luego Santa Teresa de Jesús, y parece que se despista, se pierde entre magníficos vericuetos y esas yuxtaposiciones enriquecen las aristas de una visión integradora.

Después que el público yace sobre las palmas de sus manos, da unas puntadas hondas que suspenden en el aire la poesía sobre las dos tablas que bastan para realizar la pasión del teatro. Culto al idioma y al verso, espectáculo bellísimo, diálogo inolvidable entre la música y la palabra.

No hay muchos actores así. Solo escogidos como él pueden afirmar «el teatro soy yo», y dejar la rosa sobre el escenario para reverberar en el alma de sus espectadores.

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Jorge Fernández Era dijo:

1

28 de noviembre de 2019

12:17:47


Fui de los que tuvieron la dicha de embrujarse. Gracias, Omar, por resumir con poesía la poesía.