
Artemisa.—Cuando se desnuda ante nosotros el alma de hombres de carne y hueso que sin proponérselo escribieron páginas de inmenso valor, vale la pena preguntarse si seríamos capaces de escribir líneas similares. En lo particular, a veces dudo de si podría hacerlo, porque el heroísmo que nos ha legado la historia patria tiene cuotas muy altas.
Cuando se asoma el mes de julio y se reavivan con más fuerza los hechos narrados, aquellos con los que hemos crecido y se convierten en cómplices de nuestras propias vivencias, es común hacerse esta interrogante —que no creo que haya sido la de unos pocos—, ponerse en el lugar del otro. Y mientras lees un libro de Historia o escuchas las anécdotas, se levantan los muros del Moncada y junto a estos, aquellos valerosos jóvenes entran por la posta tres. Las imágenes se funden y renace 61 años después otro 26 de Julio.
En aquellos muchachos humildes y trabajadores, surgidos de lo más genuino del pueblo, estaban ya perpetuados muchos de los rasgos que hoy intentamos formar en el seno de la juventud y que muchos asumen desde su espacio, quizás sin saber que así también protagonizan una gran gesta, la que se libra actualmente en diferentes sectores, en contextos diversos y de otra manera.
Los artemiseños nos nutrimos de la historia heredada de nuestros antecesores. De esta tierra salió uno de los mayores contingentes de jóvenes para dar inicio a la lucha armada y fue el centro principal del movimiento organizado por Fidel en la antigua provincia pinareña.
No pocas dificultades afrontaron durante los preparativos, pero la disciplina, la seriedad, el respeto, el entusiasmo, y la confianza en el porvenir, se imponían ante cualquier adversidad.
Tan solo basta acercarse a la relación de los jóvenes artemiseños que participaron del glorioso hecho para comprender la pureza de las raíces populares sobre la que se alzaron los cimientos de la Revolución.
Ciro Redondo, convertido hoy en el patriota insigne de la provincia, era un sencillo hijo de Artemisa, empleado de una tienda; Julito Díaz, un trabajador humilde de una ferretería; Ramón Pez Ferro, el único hombre sobreviviente de la toma del Hospital Civil Saturnino Lora, tenía solo 19 años cuando participó en las acciones; Flores Betancourt, era picapedrero, duro trabajo al que se dedicó hasta su partida para el Moncada, y junto a su padre trabajó en las canteras; José Ramón Martínez, un joven obrero de Guanajay, por tan solo mencionar a algunos.
Desde hacía algún tiempo la disposición de muchos había alcanzado planos mayores, sobre todo, ante el golpe de Estado de marzo del 52. Al ocurrir ese hecho Carmelo Noa, dijo ante su familia: “Esto no lo podemos permitir: cuando suene el primer tiro, allí estaré yo”.
Eran firmes sus convicciones, a pesar de su juventud. Hombres íntegros y amantes de la libertad, revolucionarios natos, que compartían los mismos ideales y las mismas ansias, identificándose entre sí, y con inmenso sentido de la responsabilidad.
Callada y tesoneramente, construyeron las células y organizaron las prácticas militares de sus miembros. Y comenzó a andar el movimiento, a agruparse alrededor de Fidel, a escuchar sus razonamientos y a comprender sus planteamientos.
Nadie pudo imaginar el impacto que la situación imperante por aquellos años produjo en un gran número de jóvenes, pues la discreción de ellos fue una de las características más sorprendentes. No dejaron escapar ninguna frase que pudiera delatar sus actividades, solo luchaban contra la injusticia y la opresión, que con silenciosa pasión habían repudiado, y así encabezarían la lucha tenaz e incansable.
Les corría por la sangre el espíritu rebelde e inconforme de las clase trabajadora explotada. Era un contingente de valerosos jóvenes que, comandados por Fidel, partieron hacia Santiago de Cuba y a la inmortalidad. Escribieron aquellas páginas de heroísmo, y llevaron a la acción del 26 de Julio el desprendimiento más absoluto.
Algunos cayeron en el ataque o fueron asesinados en el Moncada. Otros sobrevivieron, para después caer en las luchas clandestinas o los campos de batalla, y los que sobreviven, desde cualquier posición que ocupen, honran a sus mártires.
Cuántos jóvenes igual que aquellos no se forman hoy guiados por su ejemplo, en la Universidad Mártires de Artemisa, en la Facultad de Ciencias Médicas, en la Facultad de Ciencias de la Educación Media Rubén Martínez Villena, en otros tantos centros educacionales de la provincia, también con inquietudes que, en este caso, se vuelcan en los libros o en interrogantes a los profesores, y además con las ansias de vencer, que se traducen en concluir sus estudios y brindar sus servicios a la sociedad donde el país más los necesite.
Cuánto de los asaltantes encontramos en los licenciados en Derecho que defienden una causa justa, en la honrosa misión de los médicos de salvar vidas, en el espíritu que vibra hoy en Artemisa, con la constante voluntad de generar cambios en el menor tiempo posible, de participar de una nueva experiencia que se hará extensiva a otros territorios…
Y cuántas personas visitan actualmente el Mausoleo a los Mártires de Artemisa y se nutren de la historia que emana por doquier, o les rinden tributo.
Entonces, no solo cuando se abraza el mes de julio comprendo que si hubiéramos vivido esos momentos también hubiésemos sido capaces de tomar el cielo por asalto en la mañana de la Santa Ana; sino que somos protagonistas cotidianos de esa historia gloriosa que iniciaron ellos.
COMENTAR
Rene Santiago Socarras Leyva dijo:
21
3 de agosto de 2014
20:55:54
Responder comentario