CARACAS, Venezuela.–Poco le ha importado si la impertinente lluvia insiste en replegar a la marea roja que se agolpa en el Palacio del Pueblo. Tampoco le ha molestado el terco sol de algunas tardes.
Desde el 28 de julio forma parte de ese pueblo tricolor que persiste en hacerle saber a su Presidente su apoyo, y al mundo cuál fue su decisión para el futuro.
Ella, que tan solo tiene 18 años, se suma a las marchas populares para defender la elección que hizo el domingo. «Fue mi primer voto y me sentí muy orgullosa, porque lo hice por la paz y la mejoría de mi país», dice la jovencita Kayna Cuencas, tras preguntarle los motivos que hicieron de esa, una ocasión especial.
Cuando, a la medianoche del pasado lunes, el Consejo Nacional Electoral dio a conocer los resultados de los comicios, lloró por la victoria, y porque sabía que por más «difíciles» que se tornasen los días siguientes, «no estaba del lado de quienes quieren destruir nuestra paz».
Así, luego de monitorear -como movilizadora de la JPSUV- el ambiente de la parroquia La Pastora, se fue a Miraflores, donde se reencontró con su gente, con la familia de la Patria que la acompañó también en las marchas durante la etapa de campaña presidencial.
Como Kayna, millones son los venezolanos que apuestan por el proyecto bolivariano para definir y diseñar su futuro, y en consecuencia, «toman» el Palacio de Miraflores para demostrar «que no estamos dispuestos a aceptar discordias ni una guerra civil en nuestro país, para decir que nuestro destino no lo decide nadie más que nosotros mismos».
Obreros de distintos sectores, como el del transporte, la alimentación, la fuerza social Clap, intelectuales, estudiantes, líderes comunales ... se movilizan cada tarde al ritmo de salsa y pregones y avanzan a paso seguro, para ser siempre recibidos por el jefe de Estado, quien los acompaña en la conmoción popular.
Arrechos, por la actitud inconsciente de aquellos pocos que han vendido su dignidad al poderoso señor Don Dinero, el pueblo que acunó a El Libertador se mantiene rodilla en tierra, como solo ellos saben, en una fiesta permanente en cada jornada vespertina.
Mientras esto ocurre, poco a poco Venezuela retorna a su cotidianidad. Las calles van siendo territorio libre de guarimbas y el intento de sembrar el odio entre hermanos de nacionalidad, va perdiendo terreno ante la voluntad rotunda de un pueblo que se sabe dueño de su soberanía.
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