ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Los Malagones en el Minfar. Foto: Archivo

Mucho tiempo después de que los campos insurrectos mostraran una realidad distinta completamente, algunos seguían repitiendo que a su llegada a Vueltabajo, el General Antonio Maceo había roto varias cornetas llamando a los pinareños a sumarse a sus filas, pero nadie se le había incorporado.

Antes, incluso, de su arribo al mando de la Invasión, ya existía el rumor de que en Pinar del Río no sería bienvenido, y que no encontraría aquí ningún apoyo.

El historiador Juan Carlos Rodríguez explica que todo formaba parte de la campaña que muy bien montó España a través de la prensa, para tratar de denigrar a los combatientes del extremo occidental de la Isla.

«Cuando comenzó la República, estas cosas siguieron, con la intención de fomentar un imaginario antinacional, sin ningún rigor histórico», dice.

Y en efecto, el propio Maceo, a su salida del territorio pinareño, expresaría su satisfacción por haber dejado
4 000 hombres sobre las armas producto del «patriotismo de aquella gente», y en carta a María Cabrales, le aseguraría que Pinar «se parece a Oriente en entusiasmo y hechos».

No serían sus únicas palabras de elogio hacia los patriotas de esta provincia. Ante los cadáveres de los reclutas que se habían lanzado desarmados sobre el enemigo, en el combate de Río Hondo, por ejemplo, expresaría conmovido: «Yo nunca había visto eso, gente novicia que ataca inerme a los españoles; con el vaso de beber agua por todo utensilio; ¡y yo le daba el nombre de impedimenta!».

Las tradiciones de lucha de Vueltabajo tienen su origen mucho antes. Para Juan Carlos, cualquier referencia al tema no debe dejar de mencionar las aldeas aborígenes que tuvieron que ser exterminadas a principios del siglo XVII por el ejército español, o los más de 200 palenques cimarrones que existieron a lo largo de la provincia.

«Entre ellos, el de la madre Melchora, que permaneció en rebeldía muchos años, de la que los rancheadores hablan con cierto temor en sus diarios».

En cada uno de los movimientos que se dieron en contra de España, como el de los Soles y Rayos de Bolívar, estuvo involucrado el territorio.

Previo a la guerra de 1868, Ignacio Agramonte se entrevistó aquí con patriotas de Los Palacios, Consolación del Sur y Pinar del Río, y ya durante la contienda, un grupo considerable de jóvenes se incorporan al Ejército Libertador, entre los que se incluyen Rafael Morales, quien formaría parte del gabinete de Carlos Manuel de Céspedes, y Enrique Canals, que integraría el estado mayor de Máximo Gómez.

Durante la preparación de la guerra del 95, son frecuentes los contactos de los patriotas pinareños con los principales dirigentes del movimiento conspirativo, incluyendo a Martí y a Gómez, y si no hay un levantamiento el 24 de febrero, es porque existe la orden de que la provincia debe esperar.

No obstante, cuando el contingente invasor de Antonio Maceo entra al territorio, 2 000 combatientes se le suman en menos de dos semanas.

Pinar del Río se convierte en el teatro de operaciones militares de su gran campaña del año 1896.

En los 305 días que permanece acá, el Titán de Bronce realiza entre 50 y 60 acciones combativas de gran envergadura como las de Ceja del Negro o Las Taironas, librada prácticamente a las puertas de la ciudad.

Durante la etapa neocolonial, los pinareños no renuncian a sus sueños de soberanía. Así lo prueban las tánganas estudiantiles en el parque de la Independencia o el alzamiento contra Machado de 1931, la presencia de Antonio Guiteras y de Alberto Sánchez Méndez, el joven que luego alcanzaría los grados de comandante durante la Guerra Civil Española, y caería heroicamente en la batalla de Brunete.

«Allí yace para siempre un hombre que entre todos destacó (…) como una flor de violentos pétalos abrasadores. Este es Alberto Sánchez, cubano, taciturno, fornido y pequeño de estatura. Capitán de veinte años», escribiría de él nada menos que Pablo Neruda.

Hacia la década de 1950, esta era una de las regiones más pobres de Cuba, presa del latifundio y la explotación. De manera despectiva, se le conocía con el sobrenombre de «La Cenicienta».

Pero era al mismo tiempo una provincia de profundas raíces patrióticas.

En su discurso del 26 de julio de 1976, Fidel resaltaría la participación de los pinareños en la gesta del Moncada, con «uno de los mejores contingentes para el inicio de la lucha armada revolucionaria».

Sus palabras llevaban implícito, además, el reconocimiento hacia aquellos que se habían levantado el 30 de noviembre de 1956, para apoyar el desembarco del Granma, a quienes participaron en el asalto al Palacio Presidencial el 13 de marzo de 1957 o en el Frente Guerrillero de Pinar del Río, y también a quienes desde la clandestinidad, habían caído luchando por una Cuba verdaderamente libre.

«Entre 1952 y 1958 –asegura el historiador Juan Carlos Rodríguez–, en la provincia hay contabilizados más de 100 mártires, y varios cientos de procesos judiciales contra los revolucionarios.

«En el entierro de Celso Maragoto, las fuerzas represivas de la tiranía llegaron a tirotear impunemente a la multitud que acompañaba el cortejo, en un hecho que dejó numerosos heridos y le costó la vida al joven obrero Francisco Donatien», señala Juan Carlos.

Para la historia han quedado ejemplos individuales de heroísmo, como el de Antonio Sánchez Díaz, que se fue a la Sierra Maestra vendiendo sus instrumentos de trabajo y llegó a ser uno de los grandes combatientes de la guerra, a decir de Fidel, pero también el de los miles de pinareños anónimos que colaboraron con la causa revolucionaria de múltiples maneras, y expresaron una y otra vez su indignación ante los crímenes de la tiranía, a riesgo de sus vidas, como sucedió durante el entierro de los Hermanos Saíz o Rafael Ferro.

Luego del triunfo del 1ro. de enero, sobrevendrían nuevas páginas de lucha. Ante las primeras manifestaciones de lo que sería el bandidismo, Fidel le asigna la misión de capturar a uno de aquellos grupos de asesinos alzados en las montañas, a 12 campesinos pinareños de la zona de El Moncada. «Si ustedes triunfan, habrá milicias en Cuba», les dice.

La experiencia será la clave para enfrentar las cerca de 20 bandas contrarrevolucionarias que llegan a existir en la Cordillera de Guaniguanico, y para erradicar el bandidismo en el resto del país.
En la invasión por Playa Girón, hay cinco pinareños que entregan su vida combatiendo a los mercenarios.

En «los días luminosos y tristes» de la Crisis de Octubre, el Che escoge a la Cueva de los Portales, para establecer su comandancia, y luego, en esa misma zona, se prepara junto a los demás compañeros que lo acompañarán en la selvas bolivianas.

Por todo ello, los habitantes de esta tierra viven hoy orgullosos de su historia, y del legado glorioso de miles de hombres y mujeres que jamás se podrá desvirtuar.

Los relatos mal intencionados sobre las cornetas que rompiera Maceo llamando a los pinareños durante la invasión, hace mucho que ya no se escuchan. Y si algún día –ya sea por ignorancia o mala fe– volvieran a mencionarse, los descendientes de aquellos mambises de Río Hondo y Ceja del Negro, seguramente sabrán cómo responder.

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