Un mensaje en mi celular: «Se acabó tu Revolución y empezó la de nosotros». Me lo mandaba desde Estados Unidos una persona que solía conocer y que ahora se ufanaba ante el inminente colapso del socialismo en Cuba: era la noche del 27 de noviembre de 2020, hace justo un año. Aquel día, desde la mañana, un grupo de jóvenes artistas había decidido plantarse frente al Ministerio de Cultura para exigir una reunión con el titular de la institución. En las horas posteriores se fueron incorporando más personas.
Todo empezó con un Lobo Solitario. Ya casi nadie recuerda su nombre o qué fue lo que hizo, pero aquel hombre había insultado a un policía mientras gritaba a los cuatro vientos que Trump era su presidente. «Trump, tueny tueny», decía mientras se grababa con su celular, en una directa para las redes sociales. Miembro confeso de una organización terrorista terminó colaborando con las autoridades al identificar a los autores intelectuales de muchos de los actos vandálicos que acometían él y otros peones. Su detención sirvió de excusa para un «nuevo performance».
Un dizque artista plástico, con una obra de cuestionable calidad, decidió hacer una huelga de hambre y sed por la libertad del Lobo Solitario. Ya casi nadie se acuerda o menciona a este huelguista, que fue acompañado por otros entusiastas ayunadores que conformaban un «Movimiento», pero en aquellos días hubo etiquetas, miles de likes, artículos en prestigiosos periódicos, súplicas por la vida de aquellos «mártires»… lo de siempre. Casi dos semanas afirmó el artista haber estado en huelga de hambre, cosa biológicamente improbable de alcanzar, pero que sus seguidores aceptaban sin muchos miramientos como una verdad absoluta. Era un héroe.
Probablemente tampoco se acuerde mucha gente de la visita de un amigo periodista que violó los protocolos sanitarios requeridos al ingresar al país desde el extranjero, lo que provocó que la policía interviniera la «guarida» de los huelguistas. Todos gozaban de excelente salud y vitalidad, pese a haber estado tantos días sin ingerir alimentos. ¡Era un milagro! Sin embargo, y como fichas de dominó, la reacción no se haría esperar.
Un hilo rojo (o del color que prefiera el lector) unió desde el principio al terrorista que insultara a un policía, los seudoartistas que se alimentaban por fotosíntesis y aquellos jóvenes que decidieron protestar frente al Mincult, sin un programa o un propósito claro, pero que estaban en contra del tratamiento que el gobierno había dado a los huelguistas. No fueron a protestar al Minint ni al Minsap, sino que asumieron las afueras del Ministerio de Cultura como lugar idóneo para exteriorizar sus inquietudes.
Frente al grupo inicial que comenzó aquella jornada se encontraba cierto dramaturgo y guionista que, poco a poco, fue perdiendo liderazgo frente a otras figuras de la contrarrevolución, más establecidas, que le
arrebataron la batuta (sin mucha sutileza). Al parecer, aquella espina del protagonismo trunco se quedó encarnada en su espíritu, porque el dramaturgo intentó posicionarse como líder en varias ocasiones ulteriores. El éxito, sin embargo, no lo acompañó, y terminó perdiéndose del Morro.
A un año de aquellos sucesos, podemos decir que se va cerrando un ciclo corto de la contrarrevolución, que primero intentó usar de punta de lanza a un grupo de artistas e intelectuales jóvenes, luego se propuso repetir aquella jornada en enero, pero no lo logró, después intentó aprovechar los disturbios del 11 de julio para tomar el ICRT y, finalmente, se articuló alrededor de un grupo de Facebook para lanzar la convocatoria a una marcha que nunca se realizó.
Casi un año después, justo cuando el último líder de ese ciclo corto decidió abandonar su causa y a los que lo seguían, me volvieron a escribir desde Estados Unidos. Todo se resumía en una palabra: desmoralización. Habiendo soñado con un cambio repentino (quizá violento, incluso), que no se materializó en noviembre del año pasado ni tras el 11J, tenían depositadas todas sus esperanzas en el joven dramaturgo, que ya se había ganado un lugar preponderante entre los «cuadros» de la contrarrevolución.
Pero el dramaturgo no tenía madera de líder y decidió cumplir la sanción más severa de la historia: el olvido. Olvido en el que se hayan sumidos la inmensa mayoría de las figuras más sobresalientes que, en noviembre del año pasado, acaparaban toda la atención mediática. A un año del 27N, de los diálogos truncos y la brevísima Articulación plebeya, ya no les queda ni la mala idea.
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Rodolfo dijo:
1
27 de noviembre de 2021
21:15:44
Alex de la Serna dijo:
2
27 de noviembre de 2021
23:51:57
Ramon dijo:
3
28 de noviembre de 2021
08:57:14
Ana Matia Barrera dijo:
4
29 de noviembre de 2021
19:07:46
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