El triunfo de la Revolución Cubana trastocó el tablero regional, justo cuando EE. UU. acentuaba su dominación en el hemisferio, en pleno auge de la guerra fría.
Si perder a Cuba laceró el orgullo y los intereses del imperialismo estadounidense, el impacto del proceso cubano en la región, y muy pronto en el mundo, resultó un sensible dolor de cabeza para los gobiernos de ese país.
Las Primera y Segunda Declaraciones de La Habana resultaron un parteaguas en la proyección internacional de la Revolución. Los líderes cubanos eran conscientes de la luz que irradiaba el proceso político que conducían, y asumieron con fuerza la naturaleza internacionalista consustancial a una revolución auténtica y libertadora. Lo hicieron, no solo por la herencia de solidaridad internacional que recibían, sino también por la lectura geopolítica hecha por Fidel Castro sobre el papel de Cuba en lo que José Martí definió como el «equilibrio del mundo».
Resistir y vencer durante más de 60 años todas las formas de ataque que existen, incluida la amenaza nuclear, confirma que la unidad y la lealtad a los principios conducen a la victoria. Y este ejemplo, frente a las rabias acumuladas durante décadas de exclusión y neoliberalismo en América Latina, también puso en tensión permanente la hegemonía estadounidense en la zona. Desde entonces, 13 presidentes de EE. UU. se han propuesto destruir el socialismo cubano.
Joe Biden heredó 243 medidas de asfixia económica sumadas por Trump al bloqueo que sufre Cuba. También dio continuidad a los planes subversivos contra la Revolución. Pensó el longevo Presidente que la pandemia sería su mejor aliado para dar la estocada final a la Revolución Cubana.
En el último año los planes de desestabilización se han acelerado en aras de inducir un estallido social. Las agencias estadounidenses como la Usaid, la NED y otras aliadas, se han volcado a este objetivo. Ansían un Maidán tropical, tal y como lo prevén los manuales de «golpe suave».
Los efectos de la lucha contra la pandemia, combinados con los del bloqueo y la asfixia económica, serían, a los ojos de los guionistas, combustible seguro para desatar descontentos, inducir conductas, estimular la violencia y crear el caos para favorecer una intervención militar de EE. UU.
La dimensión geopolítica de estos acontecimientos no fue soslayada por Washington. Pronto se articularon los medios de comunicación corporativos regionales para reportar las «protestas» en Cuba y otras acciones antisociales. Gobiernos derechistas de la zona y otros actores alineados reeditaron y amplificaron la narrativa anticubana. A viejas matrices de «socialismo ineficiente e ineficaz»; «socialismo es pobreza», «promotores del terrorismo», «aliados del narcotráfico», se agregaron las de «dictadura totalitaria», «dictadura represiva y violadora de derechos humanos», «crisis humanitaria» y «Estado fallido».
En paralelo, se trata de posicionar un correlato ideológico de las acciones subversivas a través del accionar de un sector intelectual y académico cubano y latinoamericano aupado durante años por las agencias estadounidenses a través de programas con universidades de la región.
Su tarea es legitimar las nuevas expresiones de la contrarrevolución interna cubana; criticar de manera sostenida, con un lenguaje aparentemente progresista, a la institucionalidad revolucionaria; y ganar espacios dentro de la izquierda regional y sus circuitos académicos. Todo ello, junto al colchón histórico de calumnias contra Cuba, busca debilitar la imagen de la Revolución y su ejemplo.
De esta manera, Washington apuesta a que sus pautas sobre el presente de Cuba impacten al interior de las fuerzas de izquierda y progresistas para sembrar confusiones, desmoralización, rupturas y divisiones internas y, al mismo tiempo, crear distancias respecto a Cuba y reducir y/o desmovilizar el respaldo internacional que tiene la Revolución.
En un escenario latinoamericano de reconfiguraciones y disputas, la campaña anticubana de desprestigio aspira también a restar potencialidades políticas a las fuerzas, partidos y movimientos sociales progresistas. Este fenómeno se aprecia en las dificultades para construir alianzas, en las líneas rojas de los programas, en las posturas e ideas de los nuevos liderazgos sobre diversos tópicos, y en la funcionalidad sistémica, o si se quiere, la moderación de determinados discursos.
Especial atención merecen los centenares de comités de solidaridad internacional con Cuba, cuyo respaldo
incondicional ha sido demostrado en estas semanas de una forma indudable. Ellos también son blanco de los ataques de la reacción y el imperialismo con el fin de privar a la Revolución de este escudo fraterno.
Atacar a Cuba y debilitar su impronta regional y global tiene un claro propósito: destruir un asidero moral e ideológico para los que luchan por la dignidad humana, la independencia y la integración regional. La solidaridad con nuestro país hoy es un canto a la libertad del mañana. Hoy es dable recordar a Martí cuando en 1894 subrayó: Quien se levanta hoy con Cuba, se levanta para todos los tiempos.









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Rigoñ dijo:
1
15 de noviembre de 2021
15:48:11
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