La innovación supone la presencia de un corte temporal (una suerte de antes/después) después del cual el grupo social (del pequeño territorio, país, región o humanidad toda) accede al disfrute de «eso» (lo nuevo) que previamente no existía; dicha novedad –que recibimos como la modificación de algo precedente o como una creación radical– puede lo mismo ser introducida en la generación de bienes y/o servicios, que en los procedimientos y/o estructuras organizativas que los acompañan. A partir de aquí, y en dirección al futuro, la novedad avanza en el tiempo a la misma vez que activa los cuestionamientos y obligaciones propios de los problemas que se presentan a la hora de alcanzar una difusión y aplicación correcta y extendida de la innovación; en paralelo a lo anterior, mientras mejores condiciones (materiales y/o conceptuales) haya para implementar y desplegar la promesa y contenido de lo nuevo, mayor impacto tendrá ello en el campo concreto donde se propone accionar.
Puesto que la promesa de lo nuevo es aumentar los indicadores de racionalidad, la eficiencia, la productividad, la calidad y el alcance de la distribución de un determinado bien o servicio, esto se traduce –a lo largo de los procesos productivos– en una serie de reacomodos y reajustes que, en potencia, lo mismo abarcan problemas de formación del personal que el diseño de planes de producción, las condiciones materiales del trabajo, las expectativas o las formas de dirección.
Si el acto de innovar es un concomitante natural para cualquier avance hacia el desarrollo en las comunidades humanas, una especie de acontecimiento (y conducta) lógico e inevitable, el tipo de transformación social, económica y cultural a la que hoy día denominamos «sociedad del conocimiento», nos brinda un nuevo ángulo desde el cual comprender la importancia de la innovación. En este modelo de mundo, en el cual los flujos intrínsecos a la economía, así como no pocos de sus asociados (producción, almacenaje, distribución, consumo, investigación y publicidad) descansan y dependen por entero de la robotización y las nuevas tecnologías informáticas y de la comunicación, la aplicación de conocimiento a cualquiera de estos circuitos es una demanda permanente que solicita (de la sociedad) la formación de un nuevo tipo de trabajador orientado a la autopreparación continua y el deseo de innovar.
Si lo anterior no fuese suficiente, la duración de la política de bloqueo contra Cuba –cosa que hay que entender no como momento supremo en el supuesto diferendo bilateral entre Cuba y ee. uu., sino como un encadenamiento de acciones que involucran importantes fuerzas económico-políticas internacionales (bancos, empresas navieras y/o de aviación, productores/vendedores de mercancías, etc.)– se traduce en una acumulación de efectos dañinos para la economía y, en general, para la vida de los ciudadanos del país. En el interior de semejante marco, el estímulo a la innovación es cuestión de supervivencia elemental y tiene que ser organizado sobre bases científicas, para los más amplios alcances posibles y con una intensidad tan sostenida como creciente.
De esta forma, entre nosotros, el acto de innovar responde: a) al devenir natural de las comunidades humanas en su proceso de desarrollo (ante la continua elevación de los estándares de vida de los individuos, cosa que impulsa nuevas innovaciones); b) a las presiones derivadas de la intensificación de la competitividad en los mercados (para los cuales Cuba intenta acercar sus producciones y servicios); c) al cambio de situación global que trae consigo la presencia creciente de las formas y prácticas productivas propias de la llamada «sociedad del conocimiento»; d) y es, finalmente, reacción lógica frente a la violencia (evidente o no) del bloqueo y sus políticas acompañantes. Por ello, en este contexto único (donde la realidad
nacional debe ofrecer estas cuatro respuestas simultáneas a sus desafíos de desarrollo) el acto de innovar no solo merece reconocimiento por su posible relevancia económica, sino que igualmente es portador de un valor político. Innovar es salvar, abrir puertas a la incorporación (en condiciones competitivas) del país a los mercados mundiales. Es un hecho y momento que dejan entrever el amor al conocimiento en pareja con una actitud moral. Es una realidad que intersecta el modo de vida, las expectativas, el discurso político, las ilusiones colectivas, las aspiraciones y los sueños. Hay que proteger, conducir, atender, cuidar, aplicar, extender la innovación. Hay que transformar estructuras y reiventar los lenguajes para convertir el deseo/búsqueda de innovación en cultura universal de nuestra cotidianeidad.
Si bien el movimiento (en dirección al futuro) de los efectos, consecuencias e impactos que suceden tras la introducción de innovaciones, abre puertas a una curiosidad que desea explorar lo desconocido –pero en sentido inverso–, de manera que podamos descubrir, a través de una batería de preguntas, cuáles respuestas nos ofrece el análisis de lo que hemos venido realizando hasta aquí: ¿dónde están los orígenes de las innovaciones? En el lugar preciso en el cual la innovación llega, aparece o es creada, ¿qué había antes? ¿Cuál atmósfera, cuáles inquietudes, procedimientos, búsquedas, dudas? ¿Qué nos enseña la innovación (para corregir falencias futuras) acerca de la rutina, el acomodamiento mental y el mal hacer? ¿Hay alguna manera de crear, estimular e impulsar las innovaciones o solo son el resultado del trabajo de sujetos profundamente automotivados, centrados en el desafío de hallar la solución a un determinado problema y capaces de un automonitoreo responsable orientado a la tarea? Cuando se habla de innovaciones, o se piensa en ellas, ¿qué papel juegan (o pudieran jugar) las estructuras de la familia, la escuela, el lugar de trabajo, el barrio, la comunidad, el municipio, los medios de comunicación masiva, los sistemas editoriales, etc.? Dicho de otro modo, y extendiendo la mirada a los espacios más diversos, ¿cuáles fuerzas confluyen en la composición de un hecho innovador, ¿cómo se les organiza y quiénes –en los distintos niveles de una sociedad– se ocupan de ello?
Creo que lo anterior apunta (en simultaneidad) a niveles, zonas o articulaciones del organismo social como son la familia, la comunidad, la escuela, el trabajo, los medios masivos de comunicación, los sistemas de reproducción cultural (en particular, el libro) y las estructuras de dirección estatal y política del país. Pero, si asumimos/aceptamos que esto es correcto, entonces podemos preguntar cuáles son, dónde las encontramos, de qué manera llegamos a ser parte (o no) y hasta qué punto controlamos las políticas que –interconectadas e interdependientes entre sí, asentadas sobre bases científicas y con presencia continua en todos estos espacios– dan impulso al más amplio desarrollo posible para la creatividad desde la edad infantil, identifican y estimulan el talento desde las edades tempranas, lo impulsan por caminos de desarrollo y cada vez más tratan de integrarlo a las demandas de innovación que a diario se reproducen en la sociedad. Es decir, una concepción y práctica tales a cuyo través interioricemos el hecho de que la innovación no es una cuestión puntual (un día, jornada o meta a cumplir) ni tampoco una invitación movida por intenciones circunstanciales (por ejemplo, las constricciones de orden económico en un periodo determinado), sino que se trata de una transformación y sacudida visceral/revolucionaria de la vida que incluye los usos del tiempo libre; métodos de enseñanza; el contenido de libros, revistas u otros materiales que se publican; las prácticas de sociabilidad en el medio estudiantil o laboral; el contenido y direccionalidad de los mensajes de bien público; las orientaciones, ejemplos y guías para la vida emanadas desde todos los niveles de dirección.
Se trata, en fin, de una desmesura tal como lograr que la voluntad de innovación (y todo cuanto hay que desplegar para conseguirla) se convierta en cultura de la vida cotidiana, en cualquier punto o posición jerárquica del organismo social; desde el punto de vista de la unidad entre cultura cotidiana y comunicación esto implica integrar como parte del lenguaje habitual los términos que componen el árbol conceptual de la innovación. Aquí, en interacción permanente con la demanda de cambio, transformación y novedad, se dan (y darán) cita realidades, conceptos y lenguajes de nuestro presente/futuro como son (y deberán ser): los beneficios y desafíos de la autonomía municipal; la necesidad del denominado encadenamiento productivo; el fortalecimiento de los vínculos entre ciencia, tecnología y sociedad; la identificación del talento y la atención distribuida a la creatividad en todos los escenarios de cualquier locación territorial; la transformación de los sistemas educacionales en atención a las tareas de formación de un estudiantado con inquietudes de investigación y de un profesorado que privilegie la innovación pedagógica; las conexiones entre las empresas de un territorio y el estímulo a la creatividad mediante la apertura y establecimiento de convenios con las escuelas de la localidad; la función social de las bibliotecas (en especial, las escolares) y su posición líder en lo tocante a la atención y estímulo a la creatividad; la relevancia que debe ser asignada a sistemas de acciones tales como los programas de promoción de la lectura, los círculos de interés, etc., cuando se les considera, planifica, integra y controla como elementos al servicio del desarrollo.
Concebir, diseñar, organizar, poner en movimiento, hacer que opere e interconectar todo esto y controlarlo, así como subsanar errores, desviaciones, vacíos de funcionamiento, es una tarea colosal, quizá hasta desmesurada. Pero el soñador sonríe, analiza con cuidado y da el primer paso.
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Fernando Rodriguez dijo:
1
30 de abril de 2021
22:51:28
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