Viendo los acontecimientos de las recientes semanas en Cuba, se evidencia con facilidad el grado de frustración que debe embargar a los círculos de poder estadounidenses que se lanzaron, de barriga y con entusiasmo, a la piscina sin agua en que les resultó el despliegue intensivo contra la Isla de todas las armas de la guerra no convencional durante los dos últimos años: Guerra económica, mediática, sicológica, terrorismo, ciberguerra, presión diplomática...
Quienes durante más de una década tejieron y financiaron en Cuba una tupida red de medios de comunicación dirigidos a los más diversos sectores de la sociedad, colaboradores en corresponsalías extranjeras, agentes de cambio en el mundo del arte, el periodismo y la academia, cursos de formación de liderazgo, eventos dizque de pensamiento en Estados Unidos, América Latina y Europa…, junto a otras formas de articulación, han tenido que ver, imagino que no sin tristeza, cómo la actual administración norteamericana ha lanzado por la borda todo su paciente trabajo.
Juan González, asesor para el Hemisferio Occidental del Consejo de Seguridad Nacional, y Antony Blinken, secretario de Estado, violaron, en sus constantes alusiones a Cuba, aquello que sugería Nicolás Maquiavelo al Príncipe: No confundir nunca los deseos con la realidad. El resultado está a la vista: la exposición pública de la injerencia yanqui en Cuba, la desarticulación de buena parte de su maquinaria de subversión interna y el desprestigio ante el pueblo cubano de quienes en ella han participado.
Si se revisa el cable de la entonces Oficina de Intereses de EE. UU. en La Habana, del 15 de abril de 2009, donde su jefe, Jonathan Farrar, describe el fracaso de la contrarrevolución tradicional y sugiere el trabajo con nuevos actores como blogueros, raperos y artistas plásticos jóvenes, no es difícil comprender cuánto ha perdido el imperio en noviembre de 2021 en Cuba: ¡Al menos 12 años de labor!
Pero no es el triunfalismo lo que debe guiar la labor de los revolucionarios cubanos luego de este Bay of pigs del siglo XXI. Washington carece de humildad para encajar autocríticamente sus fracasos. Biden, por más que pertenece a su mismo Partido, no es Kennedy, quien tuvo el valor de decir a los mercenarios cambiados por compotas, al recibirlos en un estadio de Miami: «La victoria tiene muchos padres, la derrota es huérfana», e incluso intentó un acercamiento en secreto a Cuba que muchos creen es parte de lo que le costó la vida. Y después de la derrota imperialista en Playa Girón vino el architerrorista Plan Mangosta, conducido a punta de lápiz por el hermano del president, Robert Kennedy. Aleccionadoramente, ambos Kennedy, John y Robert, fueron ejecutados, no por el comunismo contra el que tanto lucharon, sino por «asesinos solitarios», cuyos hilos conducen al establishment que intentaron mínimamente reformar.
Esta vez lo decisivo, nuevamente, no ha sido lo que han hecho nuestros enemigos, sino lo que hemos hecho nosotros, y la clave ha estado en el retorno al pueblo como el factor clave, no solo en procesos como la intervención de la realidad mediante la transformación de los barrios donde se han acumulado numerosos problemas, sino en la información oportuna sobre la guerra que se nos hace, sus características y modos de operar. Esto último –una carencia de nuestra labor comunicacional en los años anteriores– suponiendo que a un pueblo capaz de organizarse en armas para defender su Revolución no se le pueden enseñar masivamente las armas de la nueva guerra, y subestimando la importancia de preparar amplia y profundamente a todos los sectores de la sociedad de cara al ya no tan nuevo escenario digital, no solo como receptores críticos sino, y sobre todo, como participantes activos.
Se ha demostrado, en los últimos meses, que medios de comunicación, instituciones estatales, organizaciones políticas y de masas, y sistema educacional tejen un entramado que nos hace invencibles, si somos capaces de adaptarlo a las nuevas circunstancias y conectarlo con todo el que pueda ser un aliado en la lucha antimperialista, dentro y fuera de nuestras fronteras.
En una situación en que se unen a la intoxicación desinformativa, a través de un creciente uso de las redes sociales digitales, graves carencias económicas, desabastecimiento y consecuente inflación, se necesita –además de las imprescindibles medidas para estimular el crecimiento de la oferta de bienes y servicios, sumadas al logrado control de la pandemia, y a que los apagones sean cada vez menos frecuentes, como ya sucede– que la actividad ideológica y, en particular, la comunicacional, como ha insistido el compañero Díaz-Canel, sean percibidas por todos los revolucionarios como cuestiones fundamentales.
Ahí están, para ilustrarlo, la prosperidad material yugoslava y libia, arrasadas a bombazos después de demonizar a sus gobiernos, o más recientemente, los golpes en países como Bolivia y Nicaragua, con altos índices de desempeño económico. Otros creen que si damos espacio político institucional a la contrarrevolución (pluripartidismo se llama), Estados Unidos comenzaría a perdonarnos, pero la respuesta de Antony Blinken a las más recientes elecciones pluripartidistas en Venezuela los debería sacar de su ilusión: «no fue una elección libre», dijo, y, por tanto, ellos seguirán apoyando a Juan Guaidó, que sí fue electo libremente… por el gobierno de Trump.
No descansar en la batalla por la verdad, actuar decididamente en el enfrentamiento a la desigualdad allí donde las desventajas para los más humildes se han acumulado de manera muy significativa, crear y potenciar nuevos instrumentos económicos, sociales, jurídicos y culturales contra cualquier desigualdad y discriminación, involucrar intensamente al pueblo, y especialmente a los jóvenes, en los nuevos y viejos combates, ha sido la respuesta fidelista de la dirección revolucionaria a los desafíos del presente, y lo ha hecho escuchando a muchos, aceptando críticas y hablando con modestia, mientras trabaja con intensidad y transparencia.
Como dejó dicho en una de sus últimas apariciones públicas el recientemente fallecido ensayista Juan Valdés Paz, la nación cubana «no tiene solución frente a EE. UU. tal como la concebimos nosotros: independiente, soberana, que se autodetermina». Pero tampoco América Latina y el mundo: independencia, soberanía y autodeterminación son palabras obscenas en el diccionario del imperio.
El homenaje de Washington y sus aliados al pasado Día de los Derechos Humanos fue el anuncio de la extradición de Julian Assange, para ajustarle cuentas por revelar, no secretos de Estado, sino crímenes de guerra y estrategias de dominación imperialista como las expuestas en el cable referido, del 15 de abril de 2009.
Es el mundo al revés, donde un Prometeo de nuestra época debe ser atado a la roca para que el águila devoradora de entrañas vengue con castigo ejemplar la ofensa de exponer al Olimpo del dólar en sus crímenes inconfesables, mientras los personajes de cartón, en el retablo de dólares y tecnología que paga Wall Street, son aplaudidos como héroes.
Así encaran sus frustraciones los entusiastas manejadores del 15n cuando no hay soberanía que les ponga freno. ¿Qué esperaría al pueblo de Cuba si alguna vez tuvieran la oportunidad de imponernos lo que entienden por justicia?
Los líderes sociales baleados y torturados en masa en nuestras tierras de América serían una pincelada de color para la venganza cargada de odio y el baño de sangre que significaría la «intervención militar» tantas veces exigida desde Miami en el último año.
En la segunda temporada de la ya añeja –y cada vez menos superada– serie cubana En silencio ha tenido que ser, hay una escena en que el agente de la Seguridad del Estado, ahora prisionero de la CIA, responde a una sicóloga de la agencia, que envían en misión de ablandamiento, con el consejo que esta misma le había dado durante un entrenamiento cuando aparentemente él y ella estaban del mismo lado: «El exceso de entusiasmo es una dificultad a la hora de enfrentar las frustraciones».
Ojalá el imperio escuche a sus sicólogos, y alguna vez comprenda que aquí solo le esperan nuevas frustraciones, si continúa confiando en consejeros como Juan González, Antony Blinken y los odiadores de Miami.
Mientras tanto, las señales van en sentido contrario, por lo que solo la más amplia cultura y el más intenso trabajo pueden ser nuestras vacunas contra un imperio que, en su decadencia, y preocupado por perder su hegemonía a nivel global, quiere afianzarse en un territorio que considera su patio trasero.
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Pedro D. Falcón López dijo:
1
13 de diciembre de 2021
20:15:49
BPT dijo:
2
14 de diciembre de 2021
03:08:29
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