La teoría de la evolución de Darwin no es una hipótesis, es una teoría en el sentido científico. Ha pasado todas las comprobaciones observacionales que se le han hecho. Explica de manera correcta la manera en que aparecen los restos fósiles, hasta la evolución, en tiempos mucho más breves, de bacterias y virus, observables en un laboratorio.
No es cierto que la teoría de la evolución es una explicación entre otras igualmente válidas: no hay otra hipótesis que explique la variedad de fenómenos que la evolución explica. Tampoco es cierto que hagan falta millones de años para ver a la evolución actuando.
Los científicos han observado y comprobado la teoría de la evolución no solo en microorganismos en los laboratorios, sino, además, en seres más complejos como aves y lagartos. Un experimento reciente de la Universidad de Basel y reportado en Nature, logró observar adaptabilidad evolutiva en peces después de una sola generación. El punto de vista de la teoría moderna de la evolución no es que somos, en el reino animal, seres superiores sino seres distintos. Un ser humano no es más evolucionado que un gorila, ha evolucionado de manera distinta. La pirámide evolutiva ha sido descartada. No hay en la naturaleza unos seres superiores a otros, sino una variedad de seres, todos distintos entre ellos.
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El llamado diseño inteligente no es una teoría científica, de hecho, no es ciencia en ninguna forma. Sus propuestas no están respaldadas por evidencia alguna y, por el contrario, han sido refutadas en numerosas ocasiones de manera irrevocable. El diseño inteligente no hace propuestas en el sentido científico, ni predice observaciones por realizarse, se limita a atacar a la evolución por razones que nada tienen que ver con la ciencia. Cuando han propuesto que un órgano vivo es demasiado complejo para ser resultado de la evolución, se ha hallado precisamente, el rastro evolutivo de dicho órgano.
Si alguien le dice que la vida es demasiado compleja para ser resultado de la evolución, respóndale que la evolución es suficientemente sencilla como para explicar la complejidad de la vida que conocemos.
La teoría de la evolución se basa en la selección natural. La selección natural no dice que sobrevive el más fuerte, sino el que mejor es capaz de adaptarse. La selección natural no es que, dentro de una misma especie, unos se fajen con otros y sobrevive el que venció en la batalla. La selección natural explica la adaptabilidad de los individuos respecto al ambiente, no respecto a su congénere. Cuando le justifiquen las desigualdades en la sociedad humana, basados en la supuesta ley de Darwin de que sobrevive el más fuerte, responda, con conocimiento de causa, que no saben de lo que están hablando. Los seres humanos comprobamos una y otra vez a lo largo de nuestra historia, que el éxito de nuestra adaptabilidad se ha basado en actuar de manera colectiva y solidaria, no en pisarnos unos a otros.
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El mal llamado coeficiente de inteligencia no mide inteligencia, no existe un test universal para medir la inteligencia porque no hay un solo tipo de ella. La inteligencia es una construcción social que depende de las circunstancias objetivas y subjetivas que rodean a los individuos y su entrenamiento personal. Los test de inteligencia se reducen a medir un subconjunto muy específico de habilidades que pueden tener sentido en un contexto, pero ser totalmente inútiles en otro. Una persona entrenada para la abstracción, digamos matemática, no es más inteligente que otra entrenada para determinar cuándo sembrar un cultivo determinado o, como lo expresó el doctor Eckhard Winderl: «Determinados africanos del Sub-Sahara conocen cientos de tipos distintos de nubes y de calidad del viento, lo que les permite saber si contarán con agua». Su inteligencia perceptiva es la adecuada para su entorno, «la inteligencia solo se puede medir y determinar en forma práctica y concreta y el entorno influye en ella».
La masa cerebral tampoco determina la inteligencia de las personas. Un cabezón no es más inteligente que una persona de cráneo más pequeño. Cuando te digan, mira que eres cabezón, no te están halagando.
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Algunos racistas argumentan que los blancos son más propensos a digerir la lactosa como adultos que los no blancos, un hecho que relacionan con una mutación genética entre los ancestros ganaderos europeos, que les permitió tener una ventaja en su alimentación, lo que, a su vez, les dio una ventaja evolutiva que determinó su superioridad racial. Estos personajes en Estados Unidos han levantado una consigna que dice: «Si no puedes digerir leche, debes regresar de donde viniste». Lamentablemente para sus peligrosos delirios, la misma mutación tuvo lugar entre los ancestros ganaderos del este de África. Los de allí son negros, bien negros, y digieren de igual modo la lactosa. Estos racistas de pacotilla son la demostración de que la leche y la inteligencia tienen la misma relación que el eclipse de sol y el dulce de guayaba.
Otro argumento para apoyar al racismo habla de que las personas descendientes de europeos tienen en su código genético material provenientes de los neandertales, algo que no ocurre con los africanos. Lamentablemente para sus peligrosos delirios, la posibilidad de pesquisaje genético masivo ha permitido comprobar que toda la diversidad genética que se encuentra en el ser humano es alrededor del 0,1 % del genoma humano y no tiene nada que ver con la inteligencia. De hecho, no existen diferencias claras entre personas que se clasificarían de diferentes razas. Nuestras diferencias biológicas ocurren por grados y no por categorías, una persona de tez blanca puede estar más cerca genéticamente de una persona de tez negra que de otra persona de su mismo color. El racismo no tiene sustento alguno en los resultados de la biología molecular, todo lo contrario.
El problema con el análisis de ADN de ancestros en una familia es que las comparaciones se hacen con la distribución geográfica actual y, en el mejor de los casos, puede seguirse hasta 500 años atrás, un periodo de tiempo insignificante en cualquier reloj evolutivo para la especie humana. Diferentes partes del genoma humano provienen de diferentes épocas. Nuestro genoma desciende de una multitud de diferentes ancestros que habitaron la Tierra entre 10 000 y cuatro millones de años atrás. Nuestros ancestros abandonaron África entre 60 000 y 100 000 años atrás para poblar el planeta, los cálculos basados en el genoma sitúan a ese grupo original de migrantes en un mínimo de alrededor de 2 250 individuos, en África quedaron alrededor de 10 000 individuos. El número total de ancestros al ser humano moderno es como mínimo de 12 000 individuos. En este planeta todos somos inmigrantes excepto, quizá, por la posibilidad de algún pequeño grupo de africanos que serían la única, teóricamente, raza pura posible. Vaya ironía para los obsesos de la pureza aria o, para el caso, de la caucásica, los únicos puros son negros.
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Los seres humanos no somos la forma superior de vida que habita este planeta, somos la forma de vida consciente que la habita. Eso no nos hace mejores, lo que sí nos hace, es responsables de no destruir el hábitat propio y de tantos otros seres vivos que lo pueblan. Para preservarlo, tenemos que comenzar por dejar de ser depredadores de nosotros mismos, algo que el capitalismo, en su afán de maximizar el egoísmo de unos pocos por encima de todo lo demás, impide estructuralmente. Luchar por un mundo mejor no es una opción, es un imperativo de la subsistencia, o como dijo un titán en las Naciones Unidas, es «la premisa indispensable de la supervivencia humana».
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Leo dijo:
1
16 de octubre de 2020
20:48:05
Ernesto Estevez Respondió:
17 de octubre de 2020
18:05:52
Alejandro dijo:
2
17 de octubre de 2020
07:15:08
Nélida dijo:
3
25 de octubre de 2020
15:30:38
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