Cuando tenía seis o siete años, una idea hermosa, pero ingenua, me acompañaba. Yo creía que cada mañana, justo a la hora en que yo me levantaba para ir a la escuela, todos los niños del mundo lo hacían también. En aquel entonces, jamás hubiera imaginado que lo que para mí resultaba un acto cotidiano y normal, para millones de infantes era solo una utopía, un sueño inalcanzable, y que mientras yo solo sentía en la espalda el peso de los libros en mi mochila, ellos cargaban uno que no estaba compuesto por letras y números, sino por hambre, miseria y desesperanza.
No pasó mucho tiempo para comprender por qué mi realidad era tan diferente a la suya. La esencia radicaba en que yo había nacido en la Cuba de Fidel, de la Revolución; y en que el principio cimero de esta sociedad de que «la ley primera sea el culto a la dignidad plena del hombre», que nos dotaba de los derechos indispensables para el pleno desarrollo del ser humano en los ámbitos individual y social, en el resto del mundo se limitaba a las minorías mejor posicionadas.
Esa certeza con la que nacemos, nos hace indudablemente privilegiados, sobre todo, porque el pueblo cubano no ha sido jamás ente pasivo, observador silencioso e inanimado, sino decisor por excelencia de su destino. Por eso, cuando la Generación del Centenario planteó la alternativa, el pueblo inclinó la balanza hacia la justicia, y asumió como suyos los argumentos que el preclaro pensamiento de Fidel arrojó en la cara de los tiranos con su histórico alegato de defensa. El mismo alegato que devino plataforma programática de las esencias de la lucha, y donde quedó definida la más absoluta de las verdades: los derechos negados al pueblo debían ser reivindicados y llevados a su máxima expresión. Era ese el móvil más acuciante de los revolucionarios, lo fue después de enero de 1959 y sigue siendo aún la razón de existir de esta obra.
CARÁCTER HUMANISTA
El marcado carácter humanista de la Revolución Cubana fue visible desde sus momentos más incipientes. La materialización del programa del Moncada demostró que quienes llevaron adelante la última etapa de nuestras luchas por la independencia eran consecuentes con cada idea promulgada antes del triunfo.
Las leyes radicales, puestas en vigor en los primeros años de la década del 60, abrieron el camino para la consecución de metas más ambiciosas, destinadas a la igualdad de oportunidades y al acceso de todo el pueblo a un cúmulo de servicios sin precedentes en la historia de Cuba. Si a alguien le quedaban dudas, la epopeya que dio fin al analfabetismo demostró que no habría obstáculo capaz de evitar que hasta el más humilde de los cubanos fuera iluminado por el naciente sol de dignidad.
La profunda transformación asociada al proceso revolucionario dio lugar a un estado de derechos que evolucionó a la par de la propia consolidación del socialismo. La propiedad social sobre los medios de produción permitió la distribución equitativa de las riquezas y por lo tanto, un protagonismo cada vez mayor del pueblo en la construcción de su propio bienestar. Siempre existió en Fidel, y en los que junto a él condujeron el avance de la Revolución, la seguridad de que sería el pueblo el único capaz de revocar lo logrado, o de hacerlo indestructible.
Pero una vez más habló la historia, porque nunca es más libre el ser humano que cuando goza de todos los derechos que hacen valedera su condición, y los humildes para y por los cuales nació la obra, mantuvieron el camino, y se convirtieron en el puntal que hasta hoy la ha mantenido incólume. Muchas veces habló Fidel de esa relación de reciprocidad, en la que queda demostrado que ningún sacrificio en nombre de la más elevada igualdad social se hace en vano.
«La Revolución realiza una tarea ennoblecedora del hombre, dignificadora del hombre y sus mejores valores. Es precisamente la Revolución, la Revolución que busca una sociedad justa, un modo de vida superior, una sociedad más elevada, la que pone en sus niveles más altos los valores patrióticos y los valores humanos. El derecho del hombre a adquirir una cultura, a una escuela, a trabajar, a vivir. El derecho del hombre a la verdadera felicidad».
Los extraordinarios logros de nuestra Isla en materia de derechos humanos van más allá del hecho de firmar tratados internacionales, o de ser miembro orgulloso del Consejo que desde la Asamblea General de Naciones Unidas trabaja por el respeto a la Declaración Universal aprobada al efecto en 1948. Cuba ha apostado por materializar los principios más elementales de dignificación de nuestra especie, aun en momentos en que la renuncia hubiera sido más fácil que el intenso batallar. Pero cabe decir que no es este un pueblo acostumbrado a lo fácil y de ahí en adelante, sobran las palabras.
EL MONCADA DE HOY
Hoy viven su Moncada las generaciones que no empuñaron fusiles, no subieron a la Sierra ni se jugaron la vida en la clandestinidad. El de hoy es el asalto indiscutible al futuro, el que implica la visión renovadora sin la pérdida de la esencia de nuestro sistema social, la adaptación a los nuevos tiempos con la única arma necesaria para ello: una inquebrantable herencia histórica, moral e ideológica.
Pero que nadie pierda la brújula, no importa que 59 años nos separen de aquel Primero de Enero, lo hecho entonces y lo que se construye ahora comparten el mismo fin, hacer sostenible a la Revolución, para salvaguardar con ella una de las más bellas páginas de humanismo que ha sido escrita alrededor del mundo.
En tiempos de «golpes suaves», de neoliberalismo exacerbado e incitación a la violencia, saberse cubano implica también sentirse protegido bajo el manto de la estabilidad social, del diálogo como base para las transformaciones, del respeto a la paz como punto de partida para la creación de consensos, esencialmente cuando atañen a la construcción colectiva de la sociedad que soñamos.
Después de analizar la propuesta de la nueva Carta Magna de la República, y de observar la profundidad de los análisis de nuestros diputados, es posible sentir que caminamos invariablemente hacia una época superior de nuestro orden social y que, para ello, es imprescindible contar con una Constitución mucho más avanzada que respalde ese salto.
Creo que aun antes de que el pueblo tenga la palabra para el análisis del documento, ya no queda lugar a las dudas: los derechos humanos, que por demás constituyen bandera de la Revolución Cubana, permanecen intactos. Y mejor aun, cualquier modificación aplicada en relación con este particular, responde al interés manifiesto de ampliar esa gama de derechos y que nuestra sociedad sea cada vez más inclusiva.
Cuba es y continuará siendo, por nuestra propia decisión, la prueba de que la plena dignidad humana no es una utopía, es un logro tangible, pero no se regala, se conquista a fuerza de empeño y sacrificio, de desvelo y entrega sin límites. Desde la generación de los padres fundadores de nuestra nacionalidad, pasando por los que no dejaron morir al Apóstol en el año de su centenario, y sumando también a los nacidos después del triunfo, hay suficiente testimonio de ello.
Ese sentimiento inigualable de sentirnos protegidos, amparados bajo el manto de la democracia y el respeto infinito a la condición humana, debe ser siempre el que nos acompañe, para que jamás penetre en nuestra gente la confusión y el desasosiego que lamentablemente enferma hoy a nuestra América, y que impide a los pueblos ver con claridad de qué lado está la justicia.
Particularmente, quiero que la imagen que me acompañaba en la infancia siga existiendo. Quiero seguir soñando con la posibilidad de que todos los niños del mundo puedan asistir a la escuela, y de que el único peso en su espalda sean los libros que los harán más cultos y en consecuencia más libres. Pero mientras ese día llega, mientras seguimos empeñados en la batalla para hacer posible ese sueño, quiero que en mi Patria, donde es esa la más pura realidad, jamás deje de existir.
Nuestra apuesta colectiva es por el presente y el futuro, pero a nuestra manera, sin la injerencia dañina de quienes no tienen más interés que el de corroer los cimientos del socialismo cubano, que hemos construido desde nuestra perspectiva y experiencias. Estamos listos para empeños superiores, porque en cada uno de nosotros primará por siempre otra máxima fidelista: «… la Revolución, es el instrumento de la educación, de la cultura, del deporte, de los valores humanos, de los valores espirituales».

COMENTAR
Lucifer dijo:
1
8 de agosto de 2018
09:01:29
raulito dijo:
2
8 de agosto de 2018
11:26:06
Angel Parra dijo:
3
8 de agosto de 2018
19:59:19
Gilberto Betancourt dijo:
4
8 de agosto de 2018
21:44:40
Waldis Gonzalez Peinado dijo:
5
9 de agosto de 2018
15:41:51
marcos aurelio de holanda pereira dijo:
6
9 de agosto de 2018
16:29:31
Cristina Altagracia Diaz dijo:
7
10 de abril de 2020
11:02:24
Responder comentario