Una de las personalidades más atrayentes de nuestra historia es, sin lugar a duda, la de Abel Santamaría, nacido hace 96 años. Su legendario heroísmo, su carácter afable, disciplinado y humilde, unido a sus sólidas convicciones, lo han inmortalizado.
Su muerte temprana causó un fuerte impacto en el pueblo. Su participación decisiva en los sucesos del Moncada, después de haber sido factor clave en la organización del movimiento revolucionario, junto a Fidel Castro, lo descubrió juvenil y hermoso, para contribuir con su gallardía a la más colosal foto lírica de la historia de Cuba.
El suceso inspiró en Carilda Oliver Labra, una de las voces más influyentes de la lírica cubana: el poema Conversación con Abel Santamaría. En él dialoga con el héroe, que aún conservaba caliente su cuerpo, como el que está convencido de que nunca va a morir.
Indudablemente, el estilo coloquial del poema conmueve profundamente. Un diálogo que se establece desde el primer verso: Miras, Abel, / sin ojos en la tierra.
El acto cruel de mostrarle a Haydee los ojos de su hermano removió con fuerza volcánica el dolor de la heroína, y se multiplicó en lo más sensible de las almas de los cubanos, a lo que no pudo escapar Carilda.
La gran paradoja del héroe está en continuar mirando, aun cuando ya ha sido despojado de sus ojos azules, pues ahora ha de mirar desde otras cosmovisiones.
La poetisa se ha puesto en el lugar del héroe, muestra su enorme empatía con los ideales del joven que ha marchado a salvar la Patria; de ahí, que le revele: Tu mirada viene de lo que no abandona / la belleza. / Aquí está derramada / como cuidando el sesgo de tu isla, / la lucha del mar por sostenerla; / ayuda al balanceo de sus palmas, / agrede nuestro miedo.
Está dicho para las futuras generaciones: los ojos de Abel son el ancla para fijar los sentimientos patrios, para continuar soñando con la patria mejor. En ese Mira, Abel, en el que insiste la poetisa, seguirá ardiendo la antorcha de la libertad.
Cambia su tono de mandato, para revelarle que el dolor por su muerte no la hará sufrir, no le va a enlutar su juventud divina. Asume, pues, una actitud de incorporación al gran movimiento que, como respuesta popular, sobrevendrá a los crímenes de la dictadura: Yo oigo tu mandato / y me apoyo en ti como en un talismán, / como en el aire de yagrumas, / como en un himno.
Seguidamente reafirma: Tú eres el único que ahora ve en las / tinieblas, / porque aquí ya todos somos ciegos.
Los ojos de Abel se tornan símbolos. Sus cuencas vacías, apagadas, paradójicamente, continúan alumbrando los senderos de la libertad, pues, como el Himno de Bayamo, sigue llamando al combate: Danos tu mirada. / Es fuerte como la primavera del milagro. / Ampáranos con tu: ten mis ojos, Cuba.
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