ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA

Porque la suma de todos los recuerdos que permite no borrar la imagen del pequeño «hormiguero», donde nacimos y nos atrapa en una nostalgia que no cesa, es que yo me aferro a la esquina de ese pedazo de universo, al que llamamos patria chica. Porque en el amor a la calle; al poste donde alguna vez enamoramos, charlamos hasta el cansancio con amigos; a la mesa breve, donde defendimos cada partido de dominó; a la muchacha que soñamos en la escuela o en el portal de la casa; al libro de poesía que nunca concluimos; a la canción que nos hizo adultos; a la flor que colocamos en el busto del Martí ángel, mientras recitábamos Yo soy un hombre sincero; al jolgorio irrefrenable con que festejábamos el triunfo contra cualquier equipo en cualquier parte del mundo; a los días grises que nos persiguió por el desamor; a la lluvia que nos regresó a la niñez e hizo que construyéramos barquitos de papel para que navegaran, sino en el mar, al menos en el arroyuelo más cercano; a la arboleda de mangos, porque la fruta será siempre mejor en su estado natural; a las cañas que «pelamos» con los dientes, porque en esa edad aún están robustos; al bache que de tanto verlo ya forma parte familiar del barrio; a los que cargan todos los días con sus jabas o sus sacos para regresar con lo que van a poner en la mesa por la tarde; a los chiquillos multicolores que salen de las escuelas, todos a la misma vez, entre risas y chillidos después de pintar tras las puertas del baño un corazón atravesado por una flecha; a las colas donde alguna vez perdimos la compostura o hicimos buenos amigos, o alguien encontró el amor de su vida; al estadio donde, también como los demás, nos contagiamos con sus gritos, con sus amenazas en las cuales nunca hubo ni negros guapos ni tamarindo dulce están las más hermosas esencias humanas.

Esa patria a la que llaman chica es la verdadera patria grande, en la que incluyo a los bodegueros, a los choferes de guaguas, a los casilleros, a los barrenderos, a los panaderos, a los repartidores de periódicos, a los poncheros y a los mecánicos de todo, a los bulleros y a los que lanzan piropos de todos los sabores; también las marchas de pueblo, las misas de domingo, los ritos a Yemayá, a Ochún o a Changó con sus atronadores toques de tambor, los carnavales y las parrandas, las jornadas de trabajo voluntario en la siembra de caña o de café, las escuelas al campo, aquella tarja, monumento o fuertes coloniales, testigos de que alguna vez hubo guerras por allí, por el pedacito nuestro de donde brotó la semilla de un héroe, héroe para los otros, porque para nosotros, los del barrio, sigue siendo el hijo de Cuca, Joaquina, Felipe, Mongo o Menéndez, y el pedazo de pared que nuestros padres y abuelos vistieron con las imágenes del más universal de todos los cubanos, del Dios crucificado –angelical y humilde– y del guerrillero de luengas barbas y sombrero alón. En mi patria-dedil no tengo megaedificios ni grandes mercados ni parques enormes que recorrer; en mi patria-regazo tengo una cripta que guarda para la eternidad los huesos de mis seres queridos, esos seres que me amaron hasta el delirio, esos seres a los que extraño y visito en las largas noches de insomnio; esos seres que me esperan con el olor del festival de la zafra donde el batey se llena de bagacillos, del sabor del melado, del sudor de su gente. En mi patria chica aún se encuentra la escuela, donde aprendí a leer y a escribir, debajo del rústico pupitre, el nombre de la niña que hubo de despertar en mí los primeros colores del amor en esa edad en la que el odio no es más que una fábula absurda, que alguien colocó en el diccionario de las palabras amargas.

Esa es la patria grande, la que sobrepasa, respetuosamente, cualquier diferencia de conceptos ideológicos, de raza o de creencias, de odios e intolerancias, la que nos alimenta las ansias de vivir y el deseo de amar. Porque el amor es el sentimiento supremo y de él los cubanos sabemos mucho. Cuánta razón tuvo el poeta villaclareño Carlos Galindo Lena cuando días antes de morir escribió en su libro Últimos pasajeros en la nave de Dios: «No te canses de ser bueno, no te canses de amar».

COMENTAR
  • Mostrar respeto a los criterios en sus comentarios.

  • No ofender, ni usar frases vulgares y/o palabras obscenas.

  • Nos reservaremos el derecho de moderar aquellos comentarios que no cumplan con las reglas de uso.

Juan Carlos dijo:

1

2 de junio de 2021

13:36:12


Mis padres tenian un dicho que guardo con mucho amor. "Quien no es patriota de barrio nos es patriota de nada".