No quise caminar.
Yo era pequeño. Llevaba horas sentado en una silla del jardín infantil. Dice mi madre que tuvo que ir corriendo a recogerme. Que le dijeron que yo estaba enfermo. Y que lloraba mucho. Que decía que no sentía las piernas. Que habían llamado al médico y que el médico no daba con síntomas ni con signos; que me había reconocido, al menos, ya seis o siete veces. Que me había buscado los reflejos en las rodillas. Y que yo, sin embargo, seguía inmóvil.
Así que llegó mi madre. Y me levanté.
Apenas un flashazo tengo de aquella historia. Dice mi madre que fue una estrategia (una de tantas) para irme del círculo.
Que todos los días era una nueva. Porque nunca hubo modo de que yo me adaptara a levantarme con el despertador.
Daba chillidos, mordidas. Me abrazaba a las piernas de mi abuela. Me daban fiebres, vómitos y náuseas. Dice que hasta mi abuela dejó de trabajar durante un tiempo para cuidarme. Pero que, a la larga, tuvo que incorporarse nuevamente. Y yo también…
El círculo era una casa enorme con un huerto, un tocadiscos, un espantapájaros. Y un cartelón metálico a la entrada que decía Simientes de la Revolución. La hora del almuerzo era también la hora de mis rabias. Faltaba una cocina. Porque un hombre delgado, con bigote, iba puntual a buscar la comida en un carretón grandísimo. Y yo sabía que siempre iba a buscarla al trabajo de mi madre.
Así que a aquellas horas yo terminaba en brazos de una seño que me mimaba, me leía cuentos; ella, después, me daba la comida. Me acostaba en el catre y me revolvía el pelo. Y yo, tranquilo, me quedaba dormido.
A aquella seño me la crucé hace apenas unos días. Me recordó. Yo me puse nostálgico. Me revolvió los pelos y preguntó si terminé la escuela, o si, en algún momento, acabé adaptándome. Me reí mucho. Le dije que mi niño es, ahora, el que da las perretas en el círculo. Y que, aunque ya no es ella (porque tampoco es el mismo círculo), también tiene una seño que lo malcría, lo quiere, lo duerme.
Luego dijo que nunca tuvo hijos. Y a mí se me ocurrió la peripecia de decirle que entonces qué era yo.
Se rió mucho.
Fue, sin embargo, una broma sincera. Porque (aunque luzca medio presuntuoso) las seños, auxiliares y maestras, acaban siendo, a la larga, las madres de muchos niños.
Es cuestión de decoro, de vez en cuando, hacérselos saber.


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walter casco oliveira dijo:
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21 de abril de 2016
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yoanka dijo:
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ktia dijo:
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Lisandra dijo:
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Daniel Cardet Glez dijo:
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26 de abril de 2016
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