Crecí entre libros. Siendo aún muy pequeña, tomaba los innumerables textos conservados por mi abuela, y fingía leer, con unas ganas infinitas de poder descifrar aquellos símbolos que solo años más tarde tendrían un significado para mí. Luego, tuve la suerte de que la persona que me abrió las puertas al mundo maravilloso de las letras y los números, dedicara un espacio en sus clases para narrarnos los cuentos de La Edad de Oro, las peripecias de El Principito, o las conmovedoras historias recogidas en las páginas del clásico Corazón.
Esas vivencias infantiles tan sucintamente narradas, me enrumbaron hacia un hábito sin el cual, creo, no sería yo. La búsqueda incesante de nuevos libros y la curiosidad de descubrirlos por dentro, constituyen para mí un goce indescriptible, que quizá solo puedan comprender quienes hayan decidido que el dedicado a la lectura, es un tiempo que nunca se malgasta.
Los libros proveen mucho más que buenos momentos. Está en ellos un saber sin límites, un universo aún inexplorado, capaz de dotar al ser humano de los más grandes tesoros inmateriales. No importa su idioma, estilo o género, porque siempre dejan para nosotros algún legado valioso que, incluso de forma inconsciente, se suma al caudal de las experiencias que nos acompañan a lo largo de la vida.
Sin embargo, aunque resulte lamentable decirlo, cada vez son menos las personas que apuestan por esa vía inigualable de enriquecimiento personal. Ya son pocas las abuelas que conservan libros y los leen a sus nietos, ya los maestros no hablan tanto de ellos en sus clases y el lugar de la lectura entre los niños y jóvenes, lo han ganado otras prácticas, no siempre tan enriquecedoras.
Lo peor del caso, es que hay quienes aseguran que las nuevas tecnologías, con sus infinitas facilidades para la rápida gestión del conocimiento, eventualmente desplazarán a los libros. No obstante, aunque hoy es posible hasta leerlos en formatos adaptables a todo tipo de dispositivos, nada sustituye el placer de tenderse boca arriba en la cama, aprovechar la sombra de un parque o sentarse en el silencio de una biblioteca, a devorar un texto como al más delicioso de los pasteles.
Los seres humanos necesitan nutrirse de valores, sensibilidad, interpretaciones diversas del mundo en que viven y para eso, no hay nada más eficaz que la lectura. Quienes a lo largo de su vida prescinden de esa oportunidad, habrán creado sin quererlo un vacío infinito que nada podrá suplir, por muy grande que sea el cúmulo de experiencias adquirido con el paso de los años.
Personalmente, y sé que muchos pensarán como yo, creo que si los padres desean regalarle a sus hijos algo realmente valioso, imperecedero y útil, deben pensar en un buen libro antes que en un celular, tablet o computadora. El costo, obviamente será mucho menor, y el resultado quizá nunca pueda medirse en toda su magnitud. No se trata de negar el desarrollo, de apartarse de la civilización, sino de evitar que sean desplazadas las cosas no tan modernas, pero realmente valiosas.
El hábito de lectura estará más arraigado si viene desde la cuna, si se fomenta desde las primeras edades, pero nunca es tarde para empezar. Sin importar cuánto tiempo haya pasado, todos pueden decidirse a comenzar, darse la oportunidad de descubrir ese mundo maravilloso que se hace cada vez mayor, con los nuevos talentos que vierten en las páginas sus inquietudes creadoras.
No tengo aún el privilegio de ser madre, pero he imaginado muchas veces el momento en que mis futuros hijos se duerman seducidos por historias. Quisiera que obtengan de ellas sus primeros acercamientos al amor, la amistad y puedan comprender, como yo, que “lo esencial es invisible a los ojos”.
Quizá, quienes nunca se han perdido entre las páginas de un libro valoren de exagerados y poco convincentes estos juicios, sin embargo, tal vez debieran dedicar unos minutos a pensarlo, porque incluso la frase más simple, puede llegar a cambiarnos la vida.
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York-Barón dijo:
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Javier Almeida dijo:
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WILSON-REVE dijo:
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Leonor Legrá Lobaina dijo:
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Richard dijo:
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Arkaitz dijo:
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