La identificación de la vanguardia intelectual con las transformaciones revolucionarias y la proyección de una sociedad más justa y próspera tendrá una nueva y revitalizada expresión en las sesiones del VIII Congreso de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.
Puede aseverarse lo anterior a partir de los debates y planteamientos que caracterizaron el proceso preparatorio del Congreso en cada una de las asociaciones nacionales (Escritores, Artistas Plásticos, Artistas Escénicos, Realizadores de la Radio y los Medios Audiovisuales, y Músicos) y los comités provinciales.
En el espíritu de la inmensa mayoría de los creadores prevaleció una voluntad participativa encaminada a aportar, tanto desde las particularidades de la producción artística e intelectual misma como mediante el ejercicio de la responsabilidad cívica cotidiana, contribuciones que fortalezcan la unidad dentro de la diversidad, los valores humanistas y el tejido social de la nación.
No se trata de una vocación repentina ni de una actitud coyuntural. Y mucho menos de la subordinación de la creación a intereses instrumentales.
Para orgullo nuestro existe una larga tradición que vincula las más lúcidas y fecundas ansiedades artísticas y literarias con la promoción y defensa de los ideales de soberanía y justicia social, que cristalizó en el siglo XIX al más alto nivel en la vida y obra de José Martí y tuvo una línea de continuidad en los intelectuales y artistas que remontaron la frustración republicana que sobrevino a la proclamación de la independencia hasta el advenimiento de la Revolución.
Fue justamente quien encarna con su pensamiento y acción un paradigma del intelectual revolucionario cubano de nuestra época, Fidel Castro, el protagonista principal de la gestación de la unidad de los escritores y artistas en la UNEAC, constituida un año después de los pronunciamientos conocidos como Palabras a los intelectuales, uno de los hitos fundacionales de la política cultural cuya vigencia rebasa los alcances de su frase más (y a veces mal) citada —Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada—, en tanto quedaron sentadas las bases para avanzar hacia la auténtica democratización del acceso y el disfrute de los valores culturales.
Y fue también Fidel el promotor de un diálogo franco, abierto e intenso entre la vanguardia política y la intelectual en momentos difíciles, como los que se vivieron a raíz del derrumbe de la Unión Soviética y el campo socialista europeo o cuando la hegemonía imperial quiso imponer un modelo único a escala global.
A punto de comenzar este viernes las sesiones finales del VIII Congreso, valdrá la pena retomar los conceptos que el Comandante en Jefe transmitió en carta a los delegados que asistieron al foro anterior, efectuado en abril de 2008:
Me pregunto, ¿pueden los métodos con que se administra una bodega crear la conciencia requerida para alcanzar un mundo mejor? No tendría sentido hablar de conciencia revolucionaria si no existiera el capitalismo desarrollado y globalizado, ya previsto hace casi cien años. La conciencia del ser humano no crea las condiciones objetivas. Es al revés. Solo entonces puede hablarse de revolución. Las palabras bellas, necesarias como portadoras de ideas, no bastan; hacen falta meditaciones profundas.
El reto mayor de la UNEAC de estos tiempos transita por favorecer la creación en toda su diversidad y originalidad, con máximo rigor, y encauzar una fluida interacción con las instituciones y estamentos de nuestra sociedad de manera que la vida espiritual se afiance como componente imprescindible en el escenario resultante de las necesarias e impostergables transformaciones económicas que tienen lugar.
Coinciden estas aspiraciones con las de la vanguardia política plasmadas en dos de los objetivos aprobados por la Primera Conferencia Nacional del Partido: “Garantizar que los proyectos culturales, dirigidos a nuestro pueblo, se diversifiquen, enriquezcan la vida espiritual en las comunidades, revitalicen las tradiciones, lleguen a los lugares más recónditos y excluyan enfoques mercantilistas u otros de diferente naturaleza que distorsionen la política cultural”; y “promover a escala masiva, mediante el trabajo integrado de las instituciones culturales, medios de comunicación, directores de programas, espectáculos, artistas e intelectuales, instructores de arte y promotores, la capacidad de apreciación artística y literaria y el fomento de valores éticos y estéticos, así como la erradicación de manifestaciones de chabacanería y mal gusto que atenten contra la dignidad de las personas y la sensibilidad de la población”.
Nadie piense que el camino emprendido para cumplir con tales propósitos es expedito. Más allá de dificultades materiales, que no se deben obviar, habrá que desbrozar visiones estereotipadas y dogmáticas, entuertos burocráticos y limitaciones factuales que no pocas veces se interponen entre los deseos y la realidad.
Pero el compromiso es inexcusable, y la vanguardia intelectual y artística sabrá asumirlo.
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