Hay quien tiene menos de 30 años y la cabeza le duele casi todos los días. Aun, clínicamente hablando, no padecen de nada y, sin embargo, la cabeza duele, porque creen en «cosas» y sienten que su vida fuera de esas «cosas», en función, digamos, de otras, sería un dolor más fuerte todavía, inaguantable.
Conozco una lista larga de personas que viven así: Fernando, Disamis, Arlín, Josué, Frank, Pedro, Miriam, Alejandro, Belsis, Raúl, Daniela y un montón más de seres humanos que se estremecen si escuchan aquella Oda a mi generación, de Silvio (otro nombre), cuando canta sobre que «hay que decir que hay quien muere sobre su papel, que vivirle a la vida su talla tiene que doler».
Andan, como dijo el poeta, con un precipicio en el equilibrio. Una obsesión: la justicia toda, por el camino que sea.
En medio de eso, en palabras de Rubén Martínez Villena, otro atormentado, lidiar con y hasta navegar en… el «nauseabundo ambiente burocrático, donde viven tipos tan repugnantes como espiones policiales, y a los cuales hay, sin embargo, que aguantar y considerar como “compañeros”».
En el medio: injusticias de cualquier tamaño, incertidumbres, error, falta de sueño, búsqueda y elección constantes de la palabra exacta, lo más exacta posible, para llamar las cosas por su nombre sin que suene repetitivo o trillado, sin que pierdan en el orden de importancia con el apagón inmediato y la comida de mañana.
Nos parece importante mencionar todo esto antes de aludir a un tema tan llevado, traído, y recientemente puesto de moda por el presidente Donald Trump y su campaña contra la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid, por su sigla en inglés), que probablemente cierre o quizá no, ya nadie sabe.
Concretamente, tampoco nos tendría que importar demasiado, porque la Usaid es meramente una herramienta, una de tantas, en función de algo mayor que, por lo pronto, ni de cerca amenaza con desaparecer. Sabemos que, si no es la Usaid, será otra cosa. Es Donald Trump, no el camarada Lenin.
Sabemos que Saturno devora a sus propios hijos y que Roma paga con la misma facilidad con que desprecia y vende a quien le sirvió.
Respecto a los «pagados», hay que decir que es peligroso, en febrero de 2025, apostarlo todo al argumento del mercenarismo, porque muy probablemente existieron en Alemania (y no solo) fascistas convencidos, que estuvieron dispuestos a todo, aunque no recibieran un centavo; la opresión también produce ideología.
Nuestra atormentada lucha, la de Rafael, Mariem, Carlos, Samira, José Antonio, Amanda, Álvaro, Mauro y un montón más de seres humanos que se estremecen en el día a día, es de modos, pero más aún de esencias.
Como dijo recientemente el periodista y escritor argentino Hernán Casciari, al principio y al final del día habrá que preguntar:
«¿Te interesa ser individual o te interesa ser colectivo? Es la única división, no hay otra. ¿Te interesa salvarte o que se salve tu comunidad, no importa cuál sea? Decime y yo ahí decido si te invito a tomar mate [en nuestro caso, café] a la casa».
Y para el dolor de cabeza, ya hace 50 años Roque Dalton recetó lo que llevaba. A riesgo de todo, en eso andamos.















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