ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Foto: Ilustrativa

Caracas, Venezuela.–Sin que otros murieran antes, aferrados a la lanza o a la espada durante diez años, en una sabana o en una cumbre, no habría llegado el alumbramiento. Primero hubo que luchar, superar derrotas, y de nuevo blandir las armas en la década posterior.

El parto fue doloroso, pero en él asomó la luz, aunque marcara solo el comienzo. Dicen que Venezuela nació aquella tarde del 5 de julio de 1811, y con ella la primera «hija» de América independiente de España.

Frágil aún era la unidad, cuando la patria de Bolívar declaró su Acta de Independencia. «Lo que queremos es que esa unión sea afectiva para animarnos a la gloriosa empresa de la libertad; unirnos», había persuadido horas antes El Libertador, consciente de que en aquellos tiempos de gloria no faltarían sembradores de dudas –a la usanza de hoy–, definidas estas por él, como «tristes efectos de las antiguas cadenas».

La unidad, en lo adelante, sería sustancia en la estrategia bolivariana, y en sus seguidores. La contienda por venir se avizoraba la más extensa y difícil para un continente resuelto a ser libre, y, en frente, un enemigo que ya parecía «predestinado por la providencia para plagar de miseria a la América en nombre de la libertad».

Más de dos siglos han transcurrido, y acaso Bolívar lo vislumbró también: «Los grandes proyectos deben prepararse en calma». El parto independentista de 1811 obraría otros y animaría a gestores: Martí, Sandino, Eloy Alfaro, el Che Guevara, Fidel, Chávez, Lula, Evo Morales..., Cuba, Nicaragua, Bolivia… Se gestan muchos más, consecuencias de aquel, que brotarán vigorosos.

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