ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Ana Ilys en Ciudad Tiuna, con una lugareña que llegó en busca de otra cubana: Abdala Foto: José LLamos Camejo

CARACAS, Venezuela.–De haber desaparecido en la escaramuza, a ella, menuda parte de esa bondad merecedora de aplausos, trocito de un andar solidario que el mundo agradece a contrapelo de odiadores y despechados, habría que evocarla hoy.

Un día pensó que la vida se le iba del cuerpo, quién sabe si espantada por un desliz. Pudo ser una cercanía inadvertida, la superficie contaminada, o una partícula de SARS-COV-2 suspendida en el aire. ¿En qué acera?, ¿frente a cuál de los tantos hogares de Ciudad Tiuna?; eso no lo sabe Ana Ilys. Solo que aquí desafió al inclemente sol caraqueño, de puerta en puerta, de casa en casa.

El instante fatal –tiene claro– llegó en el apremio de dejar sin bríos a la COVID-19 en suelo bolivariano. Fue en medio de aquellos días inflados por las pesquisas, cuando el desvelo de salvadora se le trocó en anhelo de salvación para sí; «me asusté mucho», confiesa la Especialista en Medicina General Integral, «pero fui más fuerte que el miedo».

Ha devuelto sonrisas en tierra de Lula y Dilma, ha rescatado existencias en la Venezuela bolivariana y en la Bolivia de Evo; ha alimentado sueños en la Ciénaga de Zapata. Deja su huella entre los humildes esta matancera de 35 años de edad, y diez de experiencia en la profesión, que sufrió en carne propia el drama de la pandemia.

A Caracas llegó por segunda vez en marzo del 2020, en el apogeo de la emergencia pandémica; la acogió el Centro de Diagnóstico Integral (CDI), María Eugenia González, de Fuerte Tiuna, ubicado en el municipio Libertador. «Teníamos jornadas durísimas», rememora.

Cuatro meses después, en esa coyuntura los «radares» de su organismo no avistaron a tiempo la cercanía del peligro; un vendaval se le había metido sigiloso en el cuerpo; «resulté positiva en el PCR que nos hacían todas las semanas».

Ingresada entonces en el CDI, Montalbán, «permanecí asintomática hasta que una marejada de fiebres, dolores, escalofríos», cada vez más fuerte y repetitiva, empezó como a desgarrarle articulaciones, los músculos, los sentidos, hasta dejarla sin fuerzas. Ana Ilys sintió que desfallecía.

Fueron diez días de cuidados, entre enfermeras, doctores, interferón y tabletas de cloroquina; un drama que no le gustaría recordar; «pensaba en mi madre, en mi hermano Raúl, sentía deseos de abrazarlos, besarlos, de repetirles cuanto los quiero. Lloré».

La sonrisa negada por aquel trance difícil vuelve a adornar la humanidad de esta joven. El Cuartel de la Montaña la recibe hoy, junto a decenas de internacionalistas cubanas; respiran el aliento de Chávez. Desde esa altura también se puede mirar como Vilma, con ojos que purifican la vida, los continentes.

Ana Ilys Alfalla Montenegro expresa un espíritu juvenil, presente en el 44% de los 22 000 colaboradores cubanos en Venezuela, personifica esa voluntad de mujer, manifiesta en más de la mitad de la referida fuerza, y en la Cuba de los cien y un zafarranchos patrios. Más que una celada casi mortal, la COVID 19 «fue mi otra lección, me traslada al dolor, al dilema de los enfermos y al mayor desvelo por ellos; hay que pensar en los demás ante que en nosotras».  

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