Concepto que intenta dar cuenta de la amplitud de interacciones, enlaces, efectos mutuos, y en general, complejidades que se producen en los procesos de comunicación entre personas y grupos que se diferencian entre sí desde el punto de vista de sus identidades culturales, asunciones, experiencias, sentidos del mundo y comportamientos. La «interculturalidad» es una propuesta interdisciplinaria que busca superar las desigualdades comunicativas propias de la distribución asimétrica de poder (entre fuertes/débiles) y focaliza su atención en la manera en la cual nuevos significados compartidos son «co-creados a través del compromiso y en actos de encuentro» (Bennett, 2015). Según lo anterior, la perspectiva «intercultural» afecta, entre otros ámbitos de la sociedad humana a: la política, el lenguaje, la filosofía, la antropología, la sicología social, la sociología, la dinámica de la cultura, etc.
Para el filósofo Raúl Fornet Betancourt (2002), la «interculturalidad» es, al mismo tiempo, una «metodología que nos permite estudiar, describir y analizar las dinámicas de interacción entre diferentes culturas»; «un proceso real de vida, como una forma de vida consciente en la que se va fraguando una toma de posición ética a favor de la convivencia con las diferencias»; «un proyecto político alternativo para la reorganización de las relaciones internacionales vigentes, con la concepción de lo intercultural como el espacio que se va creando mediante el diálogo y la comunicación entre culturas» y un «proyecto cultural compartido, que busca la recreación de las culturas a partir de la puesta en práctica del principio del reconocimiento recíproco». De esta manera, el concepto propone que la relación de convivencia solo es sana cuando transcurre en condiciones de igualdad para las partes.
Al tener como ideas articuladoras el diálogo entre culturas; la oposición a toda forma de racismo, xenobobia y discriminación cultural; la convivencia armónica entre estas y el mutuo respeto a sus diferencias, la «interculturalidad» resulta una filosofía, modelo y herramienta imprescindible para la solución de conflictos en niveles tan diversos como: la política internacional, el ambiente laboral o la enseñanza en entornos donde comparten espacio grupos procedentes de varias culturas (en especial, cuando los precede una historia de confrontación o se ha desatado una situación de crisis).
Por esencia, la «interculturalidad» (con sus correlatos de hibridez y enriquecimiento recíproco) favorece la interacción continua entre culturas y, en este sentido, sus postulados teóricos se distancian de los del «multi-culturalismo», en el cual se deposita el énfasis más en la simple coexistencia que en la interacción. Según Catherine Walsh (2007), quien remarca la importancia que para los procesos interculturales tiene la disposición de tratar al Otro en términos paritarios: «la interculturalidad construye un imaginario distinto de sociedad, permitiendo pensar y crear las condiciones para un poder social distinto, como también una condición diferente, tanto del conocimiento como de existencia, apuntando a la descolonialidad». Es así que, en otro texto, la autora diferencia entre «una interculturalidad que es funcional al sistema dominante, y otra concebida como proyecto político de descolonización, transformación y creación» (2010); de esta manera, continúa con la propuesta que desafía el sistema desde dentro cuando señala que: «…la educación intercultural en sí solo tendrá significación, impacto y valor cuando esté asumida de manera crítica, como acto pedagógico-político que procura intervenir en la refundación de la sociedad, como decía Paulo Freire y, por ende, en la refundación de sus estructuras que racializan, inferiorizan y deshumanizan».
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