Roberto Gainza Santos ya no asistirá gratuitamente a los caboclos y colombos del municipio de Bomfim, en el estado de Roraima, Brasil. Seguramente los hombres y mujeres que pertenecen a estas etnias, ancladas al norte del gigante sudamericano, no vuelvan a ver un doctor en su vida.
Quizá en este minuto alguien necesite urgentemente los cuidados de Roberto, como aquella gestante de la que habla con la mirada perdida, aquella mujer a la que le practicó una cesárea en las condiciones más desfavorables, y que pudo tener a su hijo sano y salvo gracias a él. Pero el doctor Gainza ya no dará consultas a colombos y caboclos de Bomfim: un presidente, al que no le importan los pobres, lo quiso así.
El aeropuerto internacional José Martí es tomado por un ejército de batas blancas. En el salón se amontonaban las historias de los médicos cubanos. A pesar del cansancio, de la timidez y de las ganas de abrazar a la familia en la línea de espera, algunos héroes de blanco accedieron a relatar sus experiencias. Tal fue el caso del doctor guantanamero Yusniel Pérez Beltrán, colaborador en el estado de Ceará, en la región del nordeste, quien agradeció la posibilidad de poner sus conocimientos en función del bienestar de muchas personas pobres durante dos años.
«Siempre tuvimos claro que volveríamos a la Patria pasara lo que pasara. Y sí nos impactó mucho la noticia del retorno, porque fueron varios años atendiendo a gente que ahora mismo no tiene la posibilidad de pagar los servicios médicos; personas que nunca habían visto a un médico por todo aquello, y con las que establecimos una relación muy humana» dijo.
El propio doctor Yusniel se refirió a las muchas propuestas de contratación en hospitales privados que trataban de seducir a los colaboradores cubanos.
La región donde operaba el destacamento de Pérez Beltrán contaba con 15 galenos en total; de ellos, 13 eran cubanos y solo dos brasileños. Sin lugar a dudas, el pueblo del Sao Benedito, con sus 65 000 habitantes, e incluso, ese par de homólogos brasileños, extrañarán a los médicos que se intrincaban en la sierra para llevar bienestar a los desfavorecidos.
Como Yusniel, otros tantos doctores se refieren a sus antiguas vidas profesionales en Brasil con una mezcla de zozobra e impotencia. En el salón donde los familiares reciben a los recién llegados, una joven doctora de Pinar del Río alcanzó a comentarme que viajaba en su municipio hasta cien kilómetros diarios para brindar sus servicios a las comunidades más lejanas del campamento. Era notorio en ella el acento del idioma portugués que hasta hace una semana practicó en función de averiguar dónde estaba el dolor de los olvidados de Brasil.
Afuera, la esperaban su esposo y su padre. Este último, nervios mediante, expresó la felicidad que sentía por volver a ver a su «niña». «Ese Bolsonaro está loco –decía–, es un Trump brasileño».
También afuera, pero esperada por sus dos hijos, la doctora Mariuska Castillo hablaba con la voz maltrecha por la emoción y por el llanto. «Me siento feliz de estar aquí, pero a la vez estoy muy triste, porque lo que dejamos allá es trágico, muy trágico», dijo. Cuando le pregunté por alguna anécdota en especial no se refirió a ningún paciente o procedimiento extremo. «¿Qué te puedo decir, muchacho? Nosotros hicimos un vuelo comercial antes del destino final, que era Manaos-Cuba, y cuando yo me identifiqué como miembro de Más Médicos en el aeropuerto, ellos no me quisieron cobrar el equipaje. Esa gente nos quería allá».
Con Mariuska salí de la terminal tres del aeródromo capitalino. Salí contagiado de dolor y con la cabeza en alguna de aquellas comunidades serranas en las que nunca estuve. Ya dentro del carro, el chofer, Lazarito, que para mi asombro es poeta en sus tiempos libres, dijo una décima, como quien intenta distender las tensiones contenidas en mi grabadora y en mi pecho.
«En Cuba es gratis la cura/ de cualquier enfermedad/ es gratis la hospitalidad/ inmejorable y segura/ gratis la ciencia más pura/ y más investigativa/ gratis la presencia viva/ del médico a cualquier hora/ y es gratis la salvadora/ medicina preventiva».
«Qué grande es mi país», pensé.

ÉTICA Y PROFESIONALIDAD VESTIDAS DE BLANCO
Conscientes de que han escrito otra página imborrable en la tradición internacionalista de los cubanos, un nuevo grupo de galenos regresó a la Patria en las primeras horas de este domingo, en vuelo proveniente de Sao Paulo, y fueron recibidos por Salvador Valdés Mesa, miembro del Buró Político del Partido y primer vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros, y José Ángel Portal Miranda, integrante del Comité Central del Partido y ministro de Salud Pública.
En estos cinco años de trabajo, cerca de 20 000 colaboradores de la Mayor de las Antillas atendieron a cientos de millones de pacientes en los lugares más difíciles y de extrema pobreza en Brasil, afirmó el máster Luis Fernando Navarro Martínez, viceministro de Salud Pública, al darles la bienvenida oficial en un sencillo pero emotivo acto, en el que dedicaron un minuto de silencio para recordar el segundo aniversario de la desaparición física del Comandante en Jefe.
El directivo resaltó que, por la citada contribución al programa Más Médicos, una cifra superior a 700 municipios del gigante sudamericano tuvo un galeno por primera vez, pero la falta de compromiso con el pueblo más pobre y humilde de Brasil está reflejada en el presidente recién electo, cuando de forma arbitraria, irrespetuosa e inadmisible, calumnia y trata de poner condiciones para la permanencia de médicos cubanos.
Tal actitud –subrayó– no podía tener otra respuesta que defender la dignidad y el decoro con que siempre hemos actuado, y por lo cual somos consecuentes con el legado y pensamiento de Fidel, quien calificó al personal de la Salud de esta Isla como una fuerza excepcional, cuyas misiones en el exterior se atienen a rigurosas normas éticas.
Al hablar en nombre de sus colegas, la doctora María del Pilar Esquivel Hernández transmitió la alegría por regresar con el deber cumplido, fieles a la dignidad y el decoro de los hombres y mujeres de las batas blancas de los que siempre habló orgulloso Fidel.
Destacó la humildad, sencillez y profesionalidad demostradas por los médicos del archipiélago caribeño y las muestras de cariño de la población que atendieron, la cual se sorprendía por la forma afable y respetuosa de los médicos cubanos, que los trataban con amor y hacían todo lo posible y, a veces hasta lo imposible, por mejorar su salud.
Así lo ratificaron a Granma varios de los recién llegados, alegres por el regreso a los hogares y la familia, aunque tristes por el panorama de desolación que dejaron entre sus pacientes. Así lo constatan las doctoras santiagueras Bárbara de los Milagros Revilla Guilarte y Yamilé López, esta última radicada en una favela donde atendía a 7 000 personas.
Nos despidieron llorando. Unos decían quédense, otros, te esperamos, destaca el cienfueguero Dayan Grau Pousa, quien desarrolló su trabajo durante casi dos años en el municipio de Santana Do Paraíso, del estado Minas Gerais. Allí vio la amplia brecha entre pobres y ricos, lo que más lo impresionó, al igual que a su colega avileño Roden Almanza Hernández.









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