
París.- Un día después de la fastuosa ceremonia de apertura de los XXXIII Juegos Olímpicos, la cosmopolita París fue sorprendida por un apagón. Varias regiones de la ciudad sede de la fiesta de los cinco aros quedaron sin luz el pasado sábado.
Así como la inauguración, llena de efectos especiales y de una dramaturgia que tuvo a la urbe como protagonista y a su historia como línea argumental, dio rienda suelta a la imaginación, eso mismo ocurrió con las interpretaciones de las causas del súbito apagón.
La prensa aquí ha reflejado que varios sectores de la población, sobre todo los más conservadores y religiosos, se sintieron indignados con algunos de los pasajes del espectáculo inaugural. Por ejemplo, el diario deportivo Marca cita como unas de esas desavenencias la parodia de la famosa pintura de Leonardo Da Vinci, La última cena, pero con drag queens, y a una extraña aparición del dios griego Dionisio.
De ahí que, para algunos, sea un acto de justicia divina, al sentir que se atacan sus símbolos en el estreno de París-2024.
Lo cierto es que, más allá de esas consideraciones y creencias religiosas, las que debemos respetar todos, un corte de luz en medio de los Juegos Olímpicos, más el ataque a los trenes en la noche del pasado jueves, no es bueno ni para París ni para nadie. Esta es una ciudad bella, pero tristemente peligrosa, y andar a oscuras es casi un suicidio.
Lo que tal vez nadie se ha puesto a pensar, aun cuando estemos en la mismísima «cuna de la civilización», y en uno de los epicentros más importantes de Europa, es que la escena artística demandó una elevada producción que, a juzgar por otras aperturas, jamás se había visto, y eso exigió altos niveles de consumo de electricidad.
Podría parecer increíble que a uno de los símbolos de la sociedad de consumo le pase algo así, pero en cualquier rincón cuecen habas.
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