
París.–En tres horas y 45 minutos hubo momentos en los que el corazón se salía del pecho. Ver a nuestra pequeña, pero gigante delegación, navegando por el Sena olímpico, y sentir en los jardines del Trocadero el aplauso que los premiaba, está entre esos instantes que la memoria guardará eternamente.
Pero si algo distinguió a la ceremonia de apertura de los xxxiii Juegos Olímpicos fue su escenografía, porque fue su ciudad el gran teatro de una amalgama cultural y deportiva, que es lo mismo, porque son expresión social de todas las nacionalidades del mundo.
Las calles parisinas, su Arco de Triunfo; la reminiscencia de la Revolución Francesa; el histrionismo de Lady Gaga; su Fantasma de la Ópera; las catacumbas, todo pasó rápido sobre un proscenio eximio, en el que se desarrollan y se cultivan las urbes: su río.
El mensaje de Imagine, la melodía-himno de Lennon en la voz de la Juliette Armanet, fue también un homenaje a un francés, al restaurador de los Juegos Olímpicos, Pierre de Coubertin, visto otra vez en su ciudad, sobre el Sena, en una oleografía, para recordarnos su Oda a la Paz, la esencia de estas fiestas.
«Oh deporte, eres la paz, estableces buenos contactos entre los pueblos, acercándolos al culto de las fuerzas controladas, organizadas, maestras de sí mismas. Por ti aprende a respetarse la juventud universal y la diversidad de las cualidades nacionales se transforman».
Y justo antes del encendido del pebetero, cuya luz acompañará a los atletas en sus triunfos y en sus deslices, un regreso mágico sobre las aguas; porque así su cristalina voz nos volvió al alma. Sí, Celine Dion hizo su primera aparición pública, con la interpretación, desde la Torre Eiffel, de una emotiva versión de Hymne a l’amour (el Himno del amor), de Édith Piaf.
Así se encendió el fuego olímpico, el que no quema, el que irradia amistad entre los pueblos. Por eso París-2024 internacionalizó, con verdaderos paradigmas mundiales del deporte, la manera de hacer arder la pira. El estadounidense Carl Lewis, el hijo del Viento; la singular raqueta de Serena Williams, también de Estados Unidos; la excelsa rumana Nadia Comanecci, la mujer perfecta de la gimnasia; el tenista Rafa Nadal, ídolo de España y del mundo, y el que les entregó la antorcha, el mágico futbolista francés Zinedine Zidane.
Luego pasó por una galería dorada del movimiento deportivo francés, hasta que dos galácticos, los multicampeones olímpico y mundial, Marie José Pérec y Teddy Rinner, encendiera en el Jardín de las Tullerías la llama del amor, que Celine Dion coronó con su interpretación.
Aquí está ese mundo, aquí están sus hijos e hijas, en representación de sus nacionalidades, todos bajo la luz de la paz. Que el espíritu olímpico sea el ejemplo de un planeta que necesita de esos ideales.
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