ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
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Con cada explosión, se comprime el pecho de tristeza y de dolor. Foto: Ricardo López Hevia

Me había levantado muy temprano. Eran cerca de las 5:00 a.m. Me apresuré a tomar el teléfono y conectar los datos móviles para saber las últimas informaciones del incendio en Matanzas.

La noticia de la explosión del segundo tanque me explota también en la cabeza, y aunque leo que el tercero se mantiene aún incólume, se me aprieta el pecho pensando si podremos o no parar las llamas antes de que se traguen también ese depósito.

Me da miedo leer, no quiero encontrar la triste noticia de más lesionados o desaparecidos por esta otra explosión. Me alivio al saber que la mayoría de las fuerzas habían sido evacuadas del lugar y que, entre los que trabajaban, solo hubo lesiones leves.

Me tomo un instante para pensar en mis colegas, me enorgullezco de ellos. Están allí, pie en tierra, con la misma valentía que los bomberos, rescatistas, especialistas, técnicos, dirigentes. Me digo a mí misma que ojalá la pasión por la verdad, que ojalá el compromiso con el decir oportuno y sincero no los lleve a ser imprudentes, y repito, como si me escucharan, ¡cuídense mucho!

Es inevitable no amanecer con tristeza. Pesadamente me levanto de la cama, no por sueño ni modorra, sino porque también el dolor nos corta el cuerpo, nos atraviesa como un virus, como la fiebre.

Hace tres días me parece que no respiro bien, que mi diafragma sube y baja, pero el aire sigue ahí, contenido. Hace tres días siento que me ahogo un poco, es inevitable.

Me dirijo a la cocina, en busca de la cafetera, tal vez para aliviar el intermitente dolor de cabeza que me acompaña, que no cede, como las llamas; porque, además de todo lo conmovedor del momento, Matanzas abriga hace varios años a un pedazo de mi corazón, a mi abuela, a mis tíos maternos, a mis primos hermanos, que son más lo segundo que lo primero. Recuerdo las veces que desde la playa de Peñas Altas vi en el horizonte azul y sereno la Base de Supertanqueros, y me imagino ahora lo dura que debe ser esa imagen.

Me digo a mí misma que tengo trabajo atrasado, que debo apresurarme antes de que mi hija despierte y el remolino de sus travesuras se apodere del silencio de la mañana. Terminado el café, tomo la computadora, me dispongo a escribir, porque hay que escribir. Otros temas ocupan mi agenda laboral.

Lo intento con todas mis fuerzas, pero de lo demás no consigo hilar una oración decente. Luego salen estas líneas, y mientras me acerco al punto final, siento que mi pecho, respira un poco mejor. Aun desde la distancia, aun desde lejos, Matanzas duele igual.

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