Cuando ya no quedaban vientos y apenas caía la lluvia de resaca de Rafael, los exteriores de una capital eran sitio de casi nadie, solo de urgidos por cosas que siempre apremian, sin preguntar circunstancias, y que solo la vida dirá luego si justificaban o no el riesgo.
Durante las primeras horas de la noche del miércoles, aún bajo las lluvias del huracán, un equipo de prensa de este periódico recorría las calles de varios municipios de La Habana para conocer, de manera preliminar, los daños del meteoro en la capital cubana.

No se divisaba mucho. Sin fluido eléctrico, apenas se atrapaban, con los focos del auto, la alfombra de hojarasca que crujía bajo los neumáticos, y los gajos grandes que anunciaban la pertinencia de buscar otras rutas para seguir camino.
Las calles de Centro Habana yacían semidesérticas, y decimos «semi» porque a Centro Habana, que es una mujer ruidosa, honesta y sincera, jamás se le podrá pedir la soledad absoluta, ni siquiera bajo la borrasca.
Podía verse alguna que otra puerta abierta directo a la acera, con la cálida luz de una vela, siluetas de gente a contralumbre que no se movía mucho y conversaba, de vez en cuando asomando la cabeza para catar la oscuridad cuasiabsoluta del mundo.
Un lada solitario quedaba a la buena de sus tripulantes, al transitar por una vía inundada, y dos hombres empujaban con el líquido por las rodillas. Doblando la esquina, bajo la irradiación mínima de una linterna de teléfono, dos tipos intentaban destupir el tragante para que el agua, no tanta como otras veces, pero no poca, al fin abandonase la sala de su casa.
Como diablo solitario pasó alguien de prisa bajo una hilera de portales y los gatos pasaban, también solos y fugaces, quizá un tanto atolondrados, porque los gatos no reciben avisos de que los ciclones vienen.
El amanecer del jueves fue otra cosa. Los chubascos resultaban rara avis y La Habana se mostró tomada, ya no por las ventiscas atmosféricas, sino por la fuerza de los brazos de hombres y mujeres.
Mientras aparecía la maquinaria pesada que removiera el gran árbol, los machetes cortaban… hasta que las ampollas se unieran a la fatiga muscular. Los sacos abiertos se rellenaban con hojas, para ir limpiando, porque todo quedó un poco más sucio que antes.
En ciertos charcos, con menos calado que en la noche anterior, se hundían las barretas para que por fin pudiera volver a verse la superficie del asfalto, en lo que se piensa, más que en cómo destupir conductos, es en qué rayos hacer para que no ocurra más.
La «misión» no fue «asignada» a determinado organismo. Ninguna empresa, sector o ministerio podría, desde lo individual, recuperar una ciudad, un pueblo o un país tras un huracán categoría tres, como tampoco pueden moverlos en soledad durante tiempos normales.

El Ejército, unos con estrellas al hombro y otros muchos sin charretera, estaba en la calle, pero no era «el Ejército». La labor es, sin duda, de mucha gente trabajando junta, en nombre de su centro de trabajo o en nombre de nadie, que a veces es lo mismo que decir en nombre de todos.
A lo largo de Quinta Avenida, hasta la noche, muchas manos despejaban los restos de desastre para dar paso. Oficiales de la Policía cargaban ramas. También estaban las manos de operarios de la Agricultura y camiones de la empresa Comunales. Un «asere» se le acerca a un coronel de azul y le pregunta que para dónde es la «cosa».
Los mismos del barrio que hace 48 horas se organizaron en Boyeros y La Lisa, ayer volvieron a salir y retomaron la fiesta de trabajar para el común, para mi madre y para la tuya, para mis hijos y para los de aquel, con tu hermano y la mía.
Sin embargo, no sobra gente y hay pies que juegan fútbol en las entrecalles, mientras quedan ramas obstruyendo la esquina, y personas con pocas horas de sueño a dos cuadras de distancia, con las palmas de las manos manchadas de tanto mover y remover, probablemente pinchadas por astillas.
Hay brigadistas de provincias distantes que no verán a sus familias durante semanas, y este jueves amanecieron y atardecieron a la altura de un poste sobre el nivel del suelo.
Cuando arranque el viernes, quedará aún mucho por recoger, revisar y reconectar en La Habana, como en buena parte de Occidente. Ayer, 7 de noviembre, hubo quien durmió pensando en dónde estaría hoy a la primera luz, prestando ayuda, siempre para la ayuda.

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