Oriente.–Y habrá quien pregunte de dónde carajos vamos a sacar la fuerza si en la llanura del Cauto las casas y sus colchones siguen bajo el agua; si hay 13 461 personas sin comunicación terrestre en las lomas de San Luis; si se perdió la yuca, el maíz, el maní y el boniato; si volvieron a volarse techos, a trancarse las carreteras, a partirse los postes, a caer los cables; si el framboyán que tuvo el cuerpo inerte de Martí bajo su sombra perdió el brazo, si Guamá volvió a quedarse aislado, como tantas veces, entre la madre sierra y el mar.
¿Cómo tener fuerzas, de dónde sacarlas, si tantas cosas…? Pues la fuerza hay que inventarla y hasta recogerla de lo que se va viendo por ahí:
De la gente de Yaguabo, Cacocum, Holguín, montando posta en la parada de guagua y acotejando el hornito de carbón dentro, con la vista fija en el agua que de a poco baja en sus viviendas, como quien vigila un cuerpo, como quien espera a un vivo.
De quienes van rescatando los ovejos y pastorean las vacas y los caballos en masa por la carretera, que es la única línea en alto, casi en seco.
De las garzas prendidas al marabú anegado; de la caña de azúcar sobreviviendo en el charco de kilómetros a la redonda; del mismo framboyán que vio al Apóstol muerto, y que el próximo año va a florecer –dice la gente que sabe– por el mismo brazo que este octubre le quedó quebrado.
De Serguei y su «quédate por ahí», cuando la gente que necesita llegar a Bayamo le explica que probablemente lo perdió todo y que no tiene dinero para el pasaje.
De las muñecas que rescatan del agua por los pelos mojados para que la niña siga jugando mañana; de la ropa al aire; de los cuerpos que cargan otros cuerpos en horcajadas; del álbum de los 15 años que se ha puesto a escurrir al sol.
Del techo que parecía que no, pero sí; del maestro de historia con el traje de campaña; de la insistencia angustiosa del radioaficionado; del trabajador social casa por casa; de la lideresa comunal que pone cara recia y sonrisa; de la caldosa popular y los desayunos, las meriendas y las comidas en El Guateque de Dos Caminos, San Luis, Santiago de Cuba.
De la vida que sigue, porque es vida; de la soga despeluzada que aún le cuelga a la campana de la torre; del «¡tú no eres mi marido pa’ meterme el pie!»; del «¡agárrame caliente, como estoy ahora!»; del directivo que salió a arreglar el pueblo antes de que llegara la orden y que, además, convenció a la gente de seguirlo.
Del tipo que levanta el pino del techo con el tractor y una cadena y del tipo que a mano limpia conduce la dirección del pesadísimo tronco en fiel sobre la altura.
De la palma real, a la que la ventisca le quema las pencas y que escurre la humedad del llanto por el tallo duro, pero a los cuatro o cinco días viene el penacho, le espanta la tristeza al pitirre que lo monta, y le florece.










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