ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
El mercado de Colón años antes de su desalojo y demolición cuando conservaba el bullicio de sus clientes y comerciantes. Foto: Archivo de Granma

Una orden de clausura contra el edificio que ocupaba  el mercado de Colón, más conocido como del Polvorín, dictada  en 1945 por la Jefatura Local de Salubridad de La Habana, fue activada el 24 de julio de 1947. En la mañana de ese día, funcionarios del Ministerio de Salubridad, se personaron en el mercado y le comunicaron la orden al administrador: disponía de ocho días para desalojar la instalación.

Al momento los inspectores de sanidad repartieron una Diligencia de Notificación, reproducida en un modelo mimeografiado, sin sello oficial conminando al inmediato desalojo del vetusto inmueble que estaba situado en la manzana que comprendía las calles de Monserrate, Zulueta, Animas y Trocadero. Afectaba a más de 500 establecimientos y a unos 1,500 inquilinos que vivían en sus pisos superiores.

De inmediato los comerciantes y los vecinos que lo habitaban decidieron unificar sus esfuerzos y constituyeron un Comité de Lucha, que sería el encargado de representarlos en sus reclamaciones contra el inminente desalojo.

En 1928  Carlos Miguel de Céspedes, a la sazón ministro de Obras Públicas en el gobierno de Machado  trató de demoler el mercado de Colón y se les notificó a los vecinos un  plazo de 90 días para proceder a su ejecución, con el propósito de edificar allí la Biblioteca Nacional, el Palacio de Justicia o el Palacio de Bellas Artes, --que fue en definitiva lo que se levantó--, pero la orden quedó en suspenso.

Podría decirse que la historia del mercado comenzó con el derribo de las murallas en 1863, que dejaron  parcelas de terrenos disponibles que fueron urbanizadas y subastadas entre otras cosas, debido a la necesidad de ampliar la ciudad.

Una de esas parcelas considerada privilegiada por su posición, cercana a la antigua puerta de Colón, fue la escogida  para construir un mercado que,  aunque llevaría el nombre de la antigua puerta de la muralla, todo el mundo lo conocería como mercado del Polvorín.

El Ayuntamiento de La Habana luego que la Corona española lo autorizara  concertó su edificación en 1883 con la firma Tabernilla & Sobrino, que eran los inversionistas, quienes designaron al ingeniero José del Castillo como director facultativo de las obras, conjuntamente con el arquitecto José María Ozón, ambos cubanos. Su costo fue aproximadamente de $109,864 pesos oro español. El arquitecto municipal Emilio Sánchez Osorio actuó como inspector.

Los constructores disponían de 8,083 metros cuadrados para edificar el proyecto que era una amplia construcción de muros de sillería (piedras labradas finamente, de forma que las piedras se sostienen por yuxtaposición). «Entre los pabellones corrían arquerías de piedra apoyadas en pilares, que envolvían el edificio y que le daban un extraordinario efecto de unidad arquitectónica»

La planta formaba un paralelogramo, con pabellones cuadrados de dos pisos encada uno de los ángulos, mientras que otro rectangular de dos pisos y tres vanos, coronado con una cúpula de estructura metálica,  se levantaba en el techo de la entrada principal, por la calle Trocadero (hoy Museo de la Revolución),  cuya estructura de acero se importó de Inglaterra, que soportó los huracanes de los años 1926 y el de 1944 que le arrancó una buena parte del techo al edificio. Fue inaugurado el  23 de marzo de 1885.

El reconocido arquitecto y  profesor Joaquín Weiss, Decano de la Facultad de Arquitectura, sobre la obra destacó «su típica arquería romana, que rodeaba toda la manzana», y agrega que «en los pabellones de los ángulos y en el pabellón central por la calle de Zulueta se emplearon discretamente motivos de Palladio».

Por su parte José M. Bens Arrate, quien fuera el arquitecto principal en la construcción del Capitolio Nacional,  calificó a este edificio de «obra maestra», y agregó: «Ozón dio tal importancia y amplitud al bello pórtico que rodeaba al edificio y al otro que bordeaba el patio, que alcanzó con esto esa cualidad casi imponderable de maestría que tienen las obras de arte».

Obreros trabajando en la desmantelación del mercado de Colón.A la derecha una parte del patio central y del ruinoso techo. Foto: Periódico Alerta

Aproximadamente sesenta y dos años después esa obra de arte estaba en ruinas, principalmente su interior y en pésimas condiciones higiénicas, por lo que se solicitó su clausura  por constituir un peligroso foco de infección, muy cerca del Palacio Presidencial.

Desde muchos años atrás, ya se tenía la intención de demoler el viejo edificio del mercado de Colón para utilizar ese terreno en edificar otras obras. Desaparecería así uno de los patrimonios de la arquitectura civil neoclásica cubana, por lo que se les encargó a los arquitectos Govantes y Cabarrocas un proyecto que mantuviera las arcadas originarias.

De la notificación  de clausura del mercado hasta su demolición pasaron varios años involucradas las partes en reclamaciones y aplazamientos de la orden de desalojo. Finalmente, el alcalde de la ciudad dispuso el traslado de los vecinos para el antiguo mercado de la Purísima Concepción, --convertido en albergue--, donde no había condiciones como para alojar adecuadamente a tal cantidad de personas. Por lo que muchos optaron por tomar  otro rumbo por su propia cuenta.

Para finales del año 1951 casi todo el edificio del mercado se había derribado. Quedaban en pie las arcadas donde se trabajaba en el proyecto de Govantes y Cabarrocas. Allí se levantaría el Palacio de Bellas Artes, pero estas obras se cancelaron porque el patronato para la construcción de la edificación cultural desechó este proyecto y aprobó otro totalmente nuevo que no contemplaba incluir las viejas arcadas del mercado.

Cuando esta decisión se conoció la ciudad imaginariamente quedó dividida en dos: los que mantenían el criterio de conservar las arcadas y los que estaban atrincherados en derribarlas para levantar un nuevo y moderno edificio.

Demolición de una parte del techo del mercado. Foto: Periódico Alerta

El Historiador de la Ciudad Emilio Roig de Leuchsenring, puso el grito en el cielo. Estaba a favor de mantener  las arcadas, al igual que otros ilustres habaneros entre ellos el doctor Jorge Mañach, quien cruzó espadas con el otro bando en defensa de las arcadas.

En el artículo «El Museo Nacional o la tragedia de las arcadas», (Bohemia 11-11-1951), al que luego llamó «Elegía de las arcadas», Mañach, destacó sus valores patrimoniales y señaló: «Estos edificios son algo más que testigos del pasado, son fieles guardianes de una voluntad de cultura y se levantaron con cierta  aspiración de eternidad».

En respuesta al artículo de Mañach, el arquitecto Alfonso R. Pichardo, quien estaba a cargo del nuevo proyecto, publicó bajo el título de: «El mito de las arcadas», (Bohemia 2-12-1951), un trabajo donde defendía derribarlas, desde el punto de vista técnico-constructivo y porque --a su juicio--, carecían de valor patrimonial. Y fue más allá al cuestionar al director facultativo de las obras del Mercado, el  ingeniero José del Castillo y Zarazate.

En su columna Relieves  del Diario de la Marina (13-12-1951), Mañach publicó: «El padre de las arcadas», en respuesta al arquitecto Pichardo, donde con absoluta franqueza expresó--*se me hizo comprender que la pobre arquería no se prestaba a construir sobre ella el tipo de museo espacioso, bien iluminado y elástico que necesitarnos», y dio por zanjado el debate sobre las arcadas.

Lo que sí rechazó de plano fueron los comentarios proferidos contra el ingeniero del Castillo, carentes de ética al tildarlo como «un oscuro artesano».

Los familiares del ingeniero, indignados, fueron a ver a Mañach con una serie de documentos, amarillentos planos, cuadernos con meticulosos cálculos y apuntes de su trabajo, que mostraban que «el creador de las arcadas no fue ningún artesano oscuro».

«Carecía de historia noble hasta iniciarse su adaptación a Palacio de Bellas Artes». Así tituló el Diario de la Marina, al siguiente día –“las declaraciones del proyectista y director facultativo de las obras en relación a la destrucción de las arcadas del Mercado de Colón».

Y así, luego de este comentario, nada pudo evitar que las echaran abajo. Se convertían en polvo y gravilla los restos de un…«edificio, que podía haber sido rescatado, por sus valores de permanente belleza y de tipicismo…».destacó el Historiador de La Habana.

Una vista panorámica tomada el 29 de marzo de 1951, nos muestra la demolición del mercado de Colón. Foto: Periódico Alerta
Una parte de las arcadas del mercado mientras los obreros demuelen la planta superior. Foto: Periódico Alerta
Patio del mercado de Colón donde se concentraban los mesilleros para ofertar sus productos, principalmente viandas y vegetales. Foto: Tomada de Wikipedia
Un grupo de soldadores trabaja en el patio del mercado en desarmar una estructura de acero. Foto: Periódico Alerta
Proyecto de los arquitectos Govantes y Cabarrocas, que contemplaba mantener las arcadas originales en la entrada principal del Palacio de Bellas Artes. Foto: Prensa Libre
El mercado de la Purísima desde hacía varios años fue desactivo y convertido en albergue. Para allí enviaron a los inquilinos del mercado de Colón. Foto: Archivo de Granma
Boletín que editaba desde 1937 la Asociación de Comerciantes del Mercado de Colón. Este ejemplar corresponde a agosto de 1947. Foto: Archivo de Granma
El moderno edificio del Palacio Nacional de Bellas Artes levantado en los terrenos donde se encontraba el mercado de Colón. Foto: Archivo

Fuentes:

La Habana, apuntes históricos III, por Emilio Roig de Leuchsenring.

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