Santa Clara, una mirada al Che. Ciego de Ávila, caminata por la manigua redentora. Bayamo, siempre ardiente al compás de las notas gloriosas. En la cima de la Loma de la Cruz, sintiendo el espíritu guerrero de Calixto García. De paso por Camagüey, en los dominios de El Mayor. Matanzas, recuerdo eterno de Girón, impenetrable.
Mil kilómetros para allá, mil kilómetros para acá. Cuba arriba, Cuba adentro. Entrar a La Habana este domingo en la mañana, casi 20 días después de partir, casi 36 horas después del suceso más estremecedor de nuestra historia reciente, fue, sencillamente, desolador, el choque contra un mosaico desconocido de la ciudad.
Nubes negras. Rayos intensos de sol. Calles mojadas. Un rostro repetido en las fachadas del Prado. La bandera a media asta al otro lado de la Bahía. El silencio marcando el paso de la trémula banda sonora citadina. Una tenue sensación de desamparo es perceptible.
El bullicio de La Habana Vieja se ha reducido a mínimos: los cláxones de los autos y los típicos pregones que desandan las arterias. No suenan tambores, no se escuchan cantos, no hay, ni siquiera, el exquisito intercambio de balcón a balcón.
En el Parque Central, un señor que pasa los 60, con una gorra azul encajada hasta los ojos, me reconoce. Pregunta por la pelota. Le digo que no hay, que no habrá hasta dentro de unos días, cuando duela menos. Pregunta por Maradona: «¿Es verdad que viene?».
No lo dudo, pienso. El 10 argentino, ligado a Cuba hace más de una década, jamás se perdería del mapa ante un suceso de tamaña magnitud. Solo un par de horas después, confirmo que sí, que el gran Diego estará pronto en La Habana. Lamento no poder contarle al señor de la gorra azul encajada hasta los ojos.
«Me comunicaron que murió el más grande, sin ninguna duda. Fidel Castro nos dejó». Esas fueron las palabras de Maradona cuando recibió una fatídica llamada desde Buenos Aires, para contarle la noticia que ha paralizado el mundo desde el viernes 25 de noviembre a las diez y veintinueve de la noche.
«Quiero estar con Raúl, estar con los hijos y con el pueblo cubano, que me dio tanto. Y despedir a Fidel, mi amigo. Quiero decirle toda la gratitud que tengo, de toda mi vida», confesó el astro argentino en Zagreb, Croacia, donde se encontraba aupando a la escuadra albiceleste en la final de la Copa Davis de tenis.
Sigo andando. Llego hasta la siempre concurrida esquina de 23 y 12, en el Vedado. En 20 minutos de viaje, la ruta 222 permanece muy en calma, algo que va en contra de toda la lógica.
Recordé entonces que Javier Méndez, uno de los ejemplos de caballerosidad en los diamantes beisboleros de nuestro país, me había comentado solo un día antes que «en momentos tan difíciles, uno quisiera decir muchas cosas, pero ni un millón de palabras llenan el vacío de la muerte de Fidel».
Un poco cansado de hurgar, buscando el sonido habitual de La Habana, me detengo un instante. Reparo en que nunca estaré a tres pasos de Fidel, nunca estrecharé su mano. Advierto, entonces, que muchos sueños, incluso esos que guardamos como un gran secreto para concretarlos, finalmente no se cumplen.
Pero un poco después, con las esperanzas ya enterradas, encuentro una frase, de Fidel, en el lejano septiembre de 1997.
«Caiga quien caiga, muera quien muera, la Revolución Cubana no desaparecerá». Miro adelante, siempre adelante, y comprendo: algunos sueños son para vivirlos toda la eternidad.
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Ania Suarez Fernandez dijo:
1
28 de noviembre de 2016
07:30:13
Rita Respondió:
28 de noviembre de 2016
11:08:35
Rita dijo:
2
28 de noviembre de 2016
11:06:27
Rita dijo:
3
28 de noviembre de 2016
11:08:47
ernel dijo:
4
28 de noviembre de 2016
11:57:41
Daylín dijo:
5
28 de noviembre de 2016
14:43:01
Daylín dijo:
6
28 de noviembre de 2016
14:58:19
leidys dijo:
7
29 de noviembre de 2016
13:29:08
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