Ramiro Valdés Menéndez
Comandante de la Revolución
Fidel no necesita en absoluto que
se le hagan apologías ni que se le cubra de adjetivos al llegar a su
80º cumpleaños; pero el amor fraternal, el respeto, la obediencia,
la confianza y la lealtad sin límites que le profesamos, nos
compulsa a ciertas reflexiones que no son solo mías, sino de sus
compañeros y nuestro pueblo.
Basta con que digamos, de la
forma más sencilla posible, lo que él es y lo que él representa para
Cuba y para el mundo, para nuestra historia en los últimos 50 años y
para el futuro de la humanidad.
Si se tratara de un ridículo
culto a la personalidad, y que él rechaza desde lo más profundo de
su conciencia revolucionaria, nuestros enemigos no habrían tratado
de organizar más de seiscientos planes para asesinarlo.
Ellos saben mejor que nadie que
se trata de una personalidad sin culto, pero que señala con sus
ideas, con su cultura, con su liderazgo político y moral, la
necesidad y la urgencia de cambiar el mundo. Y por eso mismo el fin
de este sistema.
Al imperialismo no le quitan el
sueño ni un marxismo dogmático ni otros proyectos más o menos
trasnochados.
El marxismo de Fidel sí les
preocupa, porque él sintetiza y actualiza lo esencial del
pensamiento liberador de Bolívar a Martí, la historia heroica de
Cuba y de todos nuestros pueblos, los ideales humanistas y éticos de
la cultura universal, las ideas emancipadoras de Marx, Lenin y otros
revolucionarios socialistas, y el conocimiento profundo de las
realidades actuales, con sus potenciales peligros que, como nadie,
él ha podido prever e identificar siempre con sagacidad e inmediatez
de respuesta.
Les preocupa su liderazgo
indiscutido y unitario al frente de Cuba, su capacidad de
convocatoria aglutinadora de las fuerzas progresistas del mundo.
Concita su desesperación que
Fidel haya rescatado para siempre el espíritu internacionalista que
el egoísmo de otros tendió a mellar; que ese sentir de lo mejor de
los pueblos de todas las latitudes, lejos de extinguirse tome
fuerzas hoy en tierras de América y resucite en plena selva
boliviana, allí mismo donde vanamente trataron de sepultarlo junto
al Che revivido.
No pueden perdonarle, —cómo
olvidarlo— tener que resignarse a que África nunca más sea la del
Apartheid.
No han podido matarlo ni acabar
con la Revolución cubana, y por eso mantienen hacia su figura esa
guerra mediática sin cuartel que trata en vano de negarlo,
calumniarlo y desvirtuarlo ante la opinión pública.
Esas mentiras se desmoronan cada
vez que la presencia o la palabra de Fidel pueden hacerse sentir.
Martí dijo una vez, refiriéndose
a Bolívar, que no era que los hombres hicieran a los pueblos, sino
que los pueblos, en su hora de génesis, suelen ponerse, vibrantes y
triunfantes, en un hombre.
Cuando Fidel, el primero de mayo
del año 2000 definió qué es revolución, expresó las aspiraciones de
nuestro pueblo y la humanidad, y sin quererlo se definió a sí mismo.
Ello se hace evidente en la obra
de la revolución, tanto en su quehacer interno como a escala
planetaria desde el triunfo del Primero de Enero del 59, hasta hoy y
para siempre.
Definió a nuestro pueblo y
definió al hombre que lo encarna.
Fidel es ese ser humano de carne
y hueso que nos acompaña, pero también Fidel es un hijo de nuestro
pueblo y todo nuestro pueblo revolucionario es también en buena
medida Fidel.
Desde 1952, cuando comenzó a
organizar lo que después sería el asalto al Moncada, su vida ha sido
un permanente educar y darse a los demás.
Primero recibimos esa influencia
en nuestro contingente clandestino, que luego se redujo a un pequeño
grupo en la cárcel; más tarde fue el Ejército Rebelde, después el
pueblo de Cuba entero.
Hoy Fidel se multiplica en
Latinoamérica y el Caribe, en todos los pueblos explotados, en
cualquier hombre o mujer de cualquier parte del mundo que tenga
aspiraciones de justicia para la humanidad.
Fidel, en pocas palabras, es la
verdad de nuestra época. Sin chovinismo, es el más grande estadista
mundial del siglo pasado y de este; es el más extraordinario y
universal de los patriotas cubanos de todos los tiempos.
Opinión escrita especialmente para este
libro, 6 de julio de 2006.
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