(25 de
mayo de 2013)
Ciclones tropicales en el
colimador
Orfilio
Peláez
Bajo los augurios de que la cantidad de organismos
tropicales con nombre estará por encima de la media anual de diez,
el venidero sábado primero de junio comienza la temporada ciclónica
en la cuenca del Atlántico Norte, que comprende también al Golfo de
México y al Mar Caribe.
Los
radares meteorológicos constituyen una herramienta de suma utilidad
en el seguimiento de los ciclones tropicales.
Definidos como un centro de bajas presiones,
alrededor del cual los vientos giran en sentido contrario a las
manecillas del reloj en el hemisferio norte, acompañados de una
extensa área de nublados con lluvias, tormentas y chubascos, los
ciclones tropicales se clasifican de acuerdo con la velocidad de sus
vientos máximos sostenidos promediados en un minuto.
Así se denominan depresión tropical cuando estos son
inferiores a los 63 kilómetros por hora; tormenta tropical si
oscilan entre 63 y 117 km/h, y huracanes en el momento de igualar o
sobrepasar los 118 km/h.
Para el caso específico de los huracanes existe la
denominada escala Saffir-Simpson, que los divide en cinco catego-rías.
Son categoría 1 aquellos cuyos vientos máximos sostenidos abarcan de
118 a 153 km/h, categoría 2 de 154 a 177; categoría 3 entre 178 y
209; categoría 4 de 210 a 250, y categoría 5 si superan los 250 km/h.
Llegan a tener un área de influencia de hasta 800
kilómetros de diámetro, y en algunos casos más, por eso los
especialistas insisten en que sus efectos no pueden ceñirse a la
zona central marcada en el mapa.
Resulta conveniente aclarar que los rangos
mencionados no son absolutos, porque en ocasiones huracanes de
categorías 1 y 2, incluso tormentas tropicales y hasta depresiones,
son capaces de ocasionar daños significativos, en dependencia de las
características particulares de la región por donde pasen, velocidad
de traslación y los acumulados de lluvia que produzcan.
Los principales elementos peligrosos relacionados
con los ciclones tropicales, y en particular los huracanes, incluyen
en primer lugar a la surgencia o marea de tormenta, que consiste en
una sobrelevación acentuada y temporal del nivel del mar, cuya
máxima altura ocurre a la derecha de la trayectoria del organismo,
en el área cercana al punto de entrada a tierra del ojo o centro y
próxima al radio de vientos máximos.
Si la llegada del meteoro a la costa coincide con el
momento de la marea astronómica, la magnitud de la subida del mar se
incrementa.
Los especialistas alegan que en el mundo la
surgencia es responsable del 90 % de las víctimas mortales causadas
por el azote de los ciclones tropicales, y de la mayor parte de los
daños materiales provocados por estos.
En
los últimos años se trabaja fuerte en la modernización y
fortalecimiento de las estaciones meteorológicas.
Con respecto a Cuba, la mayor catástrofe natural
registrada en nuestra historia se debió precisamente a la marea de
tormenta generada por el huracán del 9 de noviembre de 1932, en el
poblado camagüeyano de Santa Cruz del Sur.
De acuerdo con lo expresado por el profesor Luis
Enrique Ramos Guadalupe, historiador de la meteorología en la Mayor
de las Antillas, ese organismo ciclónico de gran intensidad produjo
una surgencia de 6,5 metros de altura que barrió literalmente con
esa localidad, dejando alrededor de tres mil muertos e incontables
heridos y damnificados.
Otros elementos sumamente dañinos son las lluvias
intensas y los vientos fuertes. Incluso, hoy la ciencia ha podido
comprobar que dentro de la circulación de los huracanes pueden
aparecer tornados y causar pérdidas materiales superiores a las
originadas por el mencionado fenómeno.
Es oportuno destacar que históricamente los ciclones
tropicales presentan ciclos alternos de alta y baja frecuencias en
cuanto a su formación, que pueden prolongarse durante varias
décadas, en dependencia de las condiciones imperantes en el proceso
de interacción océano-atmósfera.
Por ejemplo, a mediados de los años sesenta del
pasado siglo la actividad ciclónica disminuyó de manera considerable
en la cuenca del Atlántico tropical, hasta el inicio de un nuevo
periodo de repunte a partir de 1995, en el cual todavía estamos
inmersos y debe prolongarse quizás unos años más.
Llama la atención el hecho de que desde el 2001 a la
fecha, el país recibió el azote de ocho huracanes de gran intensidad
de categoría 3 y categoría 4, en la escala Saffir-Simpson. Estos
fueron Michelle en noviembre del 2001, Charley e Iván, en agosto y
septiembre del 2004, Dennis en julio del 2005, Gustav, Ike y Paloma
entre agosto y noviembre del 2008, y más reciente el Sandy, en
octubre del pasado 2012, que finalmente quedó registrado en la
cronología como huracán de categoría 3 al entrar por el sur de la
provincia de Santiago de Cuba.
LA MEJOR
ARMA
Como precisa el doctor José Rubiera, jefe del Centro
de Pronósticos del Instituto de Meteorología, en los últimos años la
confiabilidad de las predicciones sobre los ciclones tropicales
aumentó de forma significativa, con la incorporación al trabajo
operativo de nuevos modelos, tecnologías y herramientas
informáticas, unidos a la cada vez mejor preparación de los
especialistas encargados de analizar los datos y emitir las
correspondientes informaciones.
Pese a tales adelantos, subrayó, todavía no se
comprenden plenamente todas las complejas interacciones que ocurren
en la atmósfera, las cuales aún escapan a la observación de tan
avanzados medios y ello puede perjudicar la exactitud de los
pronósticos, sobre todo los referidos a la futura trayectoria e
intensificación de un huracán.
Siempre habrá entonces un cierto margen de error,
que será mayor en dependencia de la prolongación de los plazos en
los cuales fueron emitidos, por eso es más confiable uno hecho para
12 o 24 horas, en comparación con otro de 48 o 72.
A las puertas de la temporada ciclónica del 2013, la
meteorología cubana alista su maquinaria con la incorporación de
nuevas estaciones automáticas, que mediante el empleo de sensores
electrónicos, permiten registrar de manera continua los valores de
temperatura, humedad relativa, presión atmosférica, así como
dirección y velocidad del viento.
También se viene trabajando en el remozamiento y
modernización de las 68 estaciones meteorológicas existentes en la
geografía nacional; se pone a punto la red de radares, valioso
instrumento de observación de suma utilidad en el seguimiento de los
huracanes y demás sistemas tropicales que se muevan cercanos o sobre
nuestro archipiélago, y prosigue el montaje de avanzados sistemas de
protección contra descargas eléctricas y para garantizar el
funcionamiento de las diferentes instalaciones en condiciones
meteorológicas adversas.
Más allá del aspecto tecnológico, donde no siempre
el país puede tener acceso a los equipos más avanzados por las
razones conocidas, el puntal más fuerte de tan vital servicio es el
alto nivel profesional de sus especialistas y técnicos, que contra
viento y marea descifran las incógnitas planteadas por los ciclones
tropicales y ponen en manos de la Defensa Civil la información más
precisa posible para proteger la vida humana y preservar los bienes
de la economía. |