INVESTIGACIONES     

(27 de marzo de 2010)

Un clínico que investiga

Orfilio Peláez
pelaez@granma.cip.cu

Cuenta el hoy Doctor en Ciencias Porfirio Hernández Ramírez que cuando terminó el Bachillerato, su abuelo paterno le sugirió: "hazte médico, verás que nunca te arrepentirás".

foto: Yaimí RaveloEl doctor Porfirio Hernández recibió en el 2007 el Premio Especial del CITMA al trabajo de mayor relevancia científica, por la aplicación del trasplante de células madre en pacientes con isquemias severas de miembros inferiores. 

"Yo tenía buenos rendimientos académicos en Matemática y Física, y hasta una de mis maestras quiso convencerme de que me decidiera por una profesión afín a esas asignaturas, pero al final pesó más la insistencia familiar y a finales de 1955 matriculé Medicina en la Universidad de La Habana".

Eran tiempos de continuas protestas y manifestaciones estudiantiles contra la tiranía de Batista. Al año siguiente el gobierno de facto cerró la casa de altos estudios y Porfirio regresó a su natal pueblo de La Salud. Como muchos jóvenes de la época se sumó a la actividad revolucionaria, mientras estudiaba inglés de manera autodidacta y de vez en vez repasaba el contenido de las asignaturas correspondientes al primer año de la carrera interrumpida.

Para el eminente investigador, la medicina regenerativa tiene un futuro promisorio.

Después del triunfo del Primero de Enero de 1959 y a la espera de que reabrieran Medicina, hizo estudios preparatorios de Contabilidad.

"Los aprobé y me seleccionaron para hacer la licenciatura. Casi empiezo, pero aquello no era lo mío; supe entonces que mi destino era curar enfermedades y salvar vidas humanas".

En aquel crucial año fue secretario de la administración municipal del citado poblado habanero y luego pasó a laborar en la instancia de Salud Pública en el propio territorio. Al retomar la carrera lo hace en un curso para trabajadores, hasta que finalmente la termina por la vía normal.

"Me gradué en 1964 y partí hacia la antigua provincia de Oriente. El primer lugar donde trabajé fue en el dispensario Ramón de Guaninao, situado a la salida de Palma Soriano. Luego estuve alrededor de seis meses rotando por varios hospitales rurales, hasta que me asignaron la tarea de dirigir el de Ocujal del Turquino, cerca de la antigua Comandancia de la Plata".

Según narra Porfirio, la estancia de más de un año en tan apartado lugar de la geografía cubana, lo puso en contacto con una realidad muy diferente a la de la capital del país. Todavía existía entre los niños de la zona mucho parasitismo intestinal, y las condiciones de vida eran sumamente precarias.

"Aprendí a tomar decisiones sin tiempo para consultarlas, y a conocer la nobleza y la solidaridad del campesino cubano. Enfrenté situaciones difíciles y las superé. Aquella experiencia me hizo crecer desde el punto de vista profesional y humano. La convivencia con personas tan humildes me enseñó que más allá de ser médico, para ellos yo era el amigo al cual podían contarle cualquier problema".

Después pasó a ser director del hospital de Palma Soriano, y posteriormente, coordinador del servicio médico rural en toda esa área. Vino la propuesta de ocupar un puesto administrativo en Santiago de Cuba, pero el interés de volver a la medicina asistencial lo hizo rechazar la oferta y regresar a La Habana, para hacer la especialidad de Medicina Interna en el Hospital Calixto García.

"Mi pasantía en la sala Clínica Bajos de esta institución, fue una verdadera escuela. Tuve profesores de primerísimo nivel, consagrados a la docencia y a la atención de los pacientes, entre ellos el desaparecido Fidel Ilizástigui. Con ellos conocí lo humano y lo divino de la clínica, la importancia del interrogatorio a los enfermos, escucharles la descripción de los síntomas, el saber palpar el abdomen y otras partes vitales del cuerpo, y la indicación racional de los análisis complementarios, prácticas que desafortunadamente hoy se aplican poco.

En 1969 y tras haber concluido la especialidad, Porfirio comenzó a trabajar como clínico del Instituto de Hematología, ubicado en el Hospital Nacional Enrique Cabrera. Sin apenas darse cuenta se fue enrolando en el fascinante mundo de la investigación científica.

"Asesorados por el profesor argentino Alberto Carmena, formamos un grupo para hacer trabajos experimentales de trasplantes de médula ósea en ratas, cuyos resultados publicamos en una prestigiosa revista foránea".

Lo anterior abrió el camino para que, a mediados de la década de los ochenta, del pasado siglo figurara entre los iniciadores de ese tipo de transplante en nuestro país en humanos, con todos los requisitos internacionales exigidos.

Desde el 2004, el también miembro titular de la Academia de Ciencias de Cuba y subdirector de Investigaciones del ahora denominado Instituto de Hematología e Inmunología, fue pionero en la aplicación de células madre en personas aquejadas de isquemias severas de los miembros inferiores, quienes al no responder a los tratamientos convencionales estaban a punto de sufrir algún tipo de amputación mayor.

"Tenemos una experiencia de casi seis años en este espectacular y promisorio campo de la medicina regenerativa, y puedo afirmar que esta línea de trabajo sobrepasó los límites de la ficción para avanzar progresivamente en su aplicación clínica.

"Hasta la fecha hemos empleado la también llamada terapia celular regenerativa en unos 800 pacientes —la mayoría de ellos con deficiencia circulatoria en los miembros inferiores—, con resultados alentadores, pues salvamos de la pérdida total de una extremidad entre un 60 y un 70% de los enfermos que tenían esa indicación".

Explicó que el procedimiento es utilizado en centros hospitalarios de seis provincias. Más allá de lo logrado en el campo de la Angiología con el implante de células madre obtenidas de la médula ósea, en fecha reciente comenzaron a aplicarse para el tratamiento de la artrosis de rodilla, sentenció.

Por sus notables aportes científicos, el doctor Porfirio Hernández Ramírez acaba de merecer el Premio Francisco de Arango y Parreño, que otorga la Sociedad Económica de Amigos del País.

La ocasión resulta propicia para preguntarle cómo se ve a sus 72 años:

"Soy una persona a la cual le gusta trasmitir sus conocimientos a las nuevas generaciones de especialistas y alumnos de Medicina. Que solo sigue el béisbol cuando Cuba juega en eventos internacionales, lleva medio siglo de feliz matrimonio, y desde hace más de dos décadas no ha vuelto a cazar o pescar (sus principales aficiones). Pero por encima de todo siempre será un clínico que investiga".

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