Adorado
por no pocas civilizaciones de la antigüedad, el Sol tiene una edad
aproximada de 4 500 millones de años e irradia hacia la Tierra la
energía suficiente para posibilitar la vida del hombre, las plantas
y los animales.
Más allá de aportarnos luz y calor, el llamado Astro
Rey emite, en determinados ciclos, un flujo de partículas cargadas
de alta energía (principalmente electrones y protones), que
siguiendo las líneas del campo magnético interplanetario, se
propagan en forma de viento solar a través del espacio sideral, y
pueden llegar a nuestro planeta en un intervalo de dos a tres días.
Así ocurren las denominadas tormentas geomagnéticas,
las cuales en dependencia de su magnitud pueden provocar la
interrupción de las comunicaciones, el fluido eléctrico, y de los
sistemas de navegación por satélite.
Vale apuntar que en 1859 hubo una gran tormenta
geomagnética, que provocó incendios en oficinas de correos y produjo
auroras boreales notablemente brillantes. Testimonios de la época
dan cuenta de que se podía leer en plena noche bajo el resplandor de
la luz entre rojiza y verdosa.
Otro fenómeno de esas características tuvo lugar en
1972 y ocasionó la caída de las comunicaciones telefónicas a larga
distancia en el estado norteamericano de Illinois.
Famosa resultó también la registrada en el penúltimo
año de la década de los 80 del pasado siglo, que sumió en el más
profundo apagón a seis millones de personas en la provincia de
Québec, Canadá.
Al margen de su influencia sobre las actividades
mencionadas, desde hace mucho tiempo la astronomía y la medicina
hicieron alianza para investigar cómo la actividad solar incide en
la salud humana.
En 1963, el profesor H. Friedman y algunos miembros
de su equipo de trabajo encontraron una alta correlación entre los
días de tormentas geomagnéticas y la cantidad de ingresos por
trastornos psiquiátricos en siete instituciones médicas de la ciudad
de Nueva York, mientras otros estudiosos del tema hallaron similar
comportamiento entre la ocurrencia de tormentas geomagnéticas y el
número de suicidios.
Pocos años después, científicos de la extinta Unión
Soviética reportaron una mayor aparición de infartos del miocardio
ante episodios de actividad geomagnética intensa.
Cuba hizo sus primeras indagaciones al respecto en
la década del setenta del siglo XX, cuando comenzaron los estudios
dirigidos a explorar los probables efectos de la "cólera" del Sol en
el desencadenamiento de esos ataques al corazón.
Uno de los pioneros en incursionar en tan
interesante campo fue el ingeniero Pablo Sierra Figueredo,
especialista del Instituto de Geofísica y Astronomía (IGA), del
Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente.
El objetivo principal, precisa a Granma, era
valorar cómo en las condiciones de nuestro país, ubicado en
latitudes más bajas a la de las naciones mencionadas, la actividad
solar y geomagnética también influía en la salud del hombre.
Según precisa Sierra, entre los años 1992 y 2000 se
ejecutó un proyecto científico en estrecha colaboración con el
Ministerio de Salud Pública, para evaluar la frecuencia de
morbilidad por infarto agudo del miocardio (IAM), y su vínculo con
las tormentas solares y geomagnéticas.
La muestra incluyó a más de 5 000 pacientes de ambos
sexos y de diferentes edades, atendidos en los hospitales Calixto
García, Salvador Allende, Enrique Cabrera, Joaquín Albarrán, y el
Clínico Quirúrgico de 10 de Octubre. En todos los casos con el
diagnóstico confirmado de infarto.
Tales registros fueron comparados y analizados con
los reportes de tormentas geomagnéticas ocurridas a lo largo de esos
nueve años, tomando en cuenta los días pico, es decir los momentos
en que tienen lugar las mayores fluctuaciones del campo magnético.
"Los resultados mostraron que la morbilidad por IAM
fue más alta el día después de producirse la perturbación
geomagnética en el grupo de personas con más de 65 años", indicó.
Este singular estudio tuvo como coautor al doctor en
Ciencias Físicas Ramón Rodríguez Taboada, actual director del
Instituto de Geofísica y Astronomía del CITMA.
Como explica el ingeniero Sierra, la ciencia todavía
no tiene una respuesta definitiva acerca de los mecanismos que
estarían implicados en la aparición de las enfermedades citadas
cuando hay episodios de actividad solar intensa, y por eso las
investigaciones prosiguen.
Pensamos, subrayó, que la llegada a la Tierra del
flujo de partículas de alta energía emitidas por el Sol influye en
la bioquímica del organismo humano vinculada con la probable
ocurrencia del infarto cardíaco y ello favorece su desencadenamiento
en las personas propensas a tenerlo.
Señaló también que después del brusco aumento en la
distribución temporal de IAM, a los tres o cuatro días la curva de
morbilidad vuelve a estabilizarse.
En la actualidad, añadió, trabajamos en el estudio
de las enfermedades neurológicas que podrían estar asociadas a la
actividad solar, en particular la epilepsia, mediante un convenio de
colaboración con el Instituto de Geofísica de la Universidad
Nacional Autónoma de México.
Lo anterior contempla la construcción, en Cuba, de
una estación de registro de resonancia Schumann, una variable
electromagnética que ejerce influencia sobre los procesos biológicos
en general, acotó el ingeniero Sierra Figueredo.