(22 de
febrero de 2014)
Palanca para el desarrollo
Por tratarse de un tema medular
vinculado al proceso de actualización de nuestro modelo, Granma
ofrece una reseña de los conceptos enunciados por el doctor Agustín
Lage Dávila, director del Centro de Inmunología Molecular, en un
libro de su autoría publicado recientemente, titulado La economía
del conocimiento y el socialismo

Producido por la Editorial Academia,
adscrita a la Empresa de
Gestión del Conocimiento y la Tecnología (GECYT), el libro
fundamenta el papel de la ciencia y la tecnología en el
proceso de transformaciones que vive el país.
Orfilio Peláez
El término "Economía Basada en el Conocimiento" comenzó a
emplearse ampliamente en la década de 1980 del pasado siglo para
englobar un conjunto de fenómenos nuevos, como el crecimiento de la
microelectrónica, el desarrollo de nuevos materiales, la industria
del software, las telecomunicaciones, la biotecnología, y la
industria farmacéutica.
Tales esferas se caracterizan por generar constantemente
productos innovadores donde el conocimiento es un componente
relevante e incide de forma directa en el precio al cual se
comercializan. Es por ello que el acceso a este se convierte en un
factor de peso en la competitividad de cada renglón.
Otros rasgos distintivos son el uso masivo de la computación en
la industria, la necesidad de una fuerza de trabajo cada vez más
calificada, el aumento de las transacciones sobre activos
intangibles (patentes, marcas, tecnología), y la expansión de los
sectores de servicios con la concomitante reducción de la fuerza de
trabajo empleada directamente en la manufactura.
Lo anterior pone de manifiesto el rol creciente y nuevo de la
generación y explotación del conocimiento en la creación de riqueza
y bienestar.
Uno de las dos cuestiones esenciales que acompañan estos
comportamientos es la integración de la investigación científica en
la cadena de valor de los procesos productivos.
Este vínculo directo de la ciencia con la producción es a su vez
consecuencia de la reducción constante del tiempo que media entre
las innovaciones y sus aplicaciones.
Derivado de lo anterior, aparece la necesidad de una mayor y
creciente calificación de los trabajadores, lo cual crea una segunda
conexión en este caso entre la productividad y los elementos
determinantes del capital humano, o sea, la educación, la cultura y
la salud.
Si bien tales enlaces siempre han existido, lo realmente nuevo a
partir de finales del siglo XX es la inmediatez con la que ocurren y
la ampliación de la influencia, circulación y utilización del
conocimiento en la productividad de los sistemas económicos.
Pero al margen de las citadas ramas acuñadas como de alta
tecnología, la influencia de este se extiende en mayor o menor
medida al resto de las producciones y servicios, condición cada vez
más evidente a medida que nos internamos en la actual centuria.
RETO PARA CUBA
Después de más de 50 años de fértil esfuerzo por construir una
sociedad diferente, y también de resistencia ante una agresión
económica externa, que sin duda ha erosionado nuestro desempeño
económico, los cubanos no tenemos otra opción que usar como motor
esencial del desarrollo a la ciencia y la tecnología.
No poseemos grandes recursos naturales. Tampoco un gran tamaño
poblacional, ni una estructura de edades compatibles con un
crecimiento económico extensivo basado en productos primarios o en
industrias tradicionales.
Por tanto el crecimiento del valor agregado de nuestras
producciones de bienes y servicios, la continuidad de la
calificación de la fuerza de trabajo, y el mejoramiento continuo de
los indicadores de bienestar social, tienen que provenir de ambas
actividades, incluida la innovación.
Como plantea en su libro el doctor Agustín Lage, para lograr tal
propósito tenemos el capital humano, el nivel educacional, y la
cohesión social que genera el proyecto de equidad y solidaridad que
llevamos a cabo, con un Estado socialista al frente del timón de la
economía. De igual forma, el contexto regional latinoamericano
evoluciona hacia la integración y ese es otro factor favorable.
Sin embargo, también enfrentamos obstáculos externos derivados
del bloqueo impuesto por el gobierno de los Estados Unidos, y del
acentuado control del mercado de los productos de alta tecnología
por parte de los grandes consorcios multinacionales, que construyen
el contexto mundial a la medida de sus intereses, creando barreras
visibles o sutiles. Así sucede en el sector farmacéutico.
Ese es el escenario en el que Cuba debe acometer la tarea de
impulsar el desarrollo basado en el conocimiento, donde tampoco
queda exenta de riesgos internos provenientes de la falta de
creatividad a la hora de diseñar el tipo de empresa y el marco
regulatorio adecuado de la economía, que catalicen el crecimiento
continuo del valor agregado de nuestros productos y servicios, y de
la preparación de los cuadros para asumir tan complejo reto.
Propiciar la conexión de la ciencia con la economía en un país
subdesarrollado no es un proceso espontáneo, requiere por el
contrario intencionalidad y conducción consciente.
Si no creamos productos innovadores, jamás tendremos
exportaciones de alto valor agregado para financiar la continuidad
de nuestro progreso económico y social.
La experiencia de la biotecnología cubana ha sido un aprendizaje
sobre las enormes potencialidades del socialismo para edificar una
economía basada en el conocimiento.
Surgió en los años ochenta sin acudir a la inversión extranjera,
ni a créditos externos. Logró su recuperación y reproducción
ampliada en un plazo sorprendentemente breve, y las negociaciones no
comprometieron en ningún caso la propiedad estatal sobre sus activos
tangibles.
Un proceso similar no ha ocurrido en ningún otro país de América
Latina, ni del resto del mundo en vías de desarrollo. Se apoyó en la
formación masiva de capital humano creado en los dos decenios
precedentes, pero el basamento del despegue acelerado del sector
radicó en el montaje de un sistema organizativo de
investigación-producción-comercialización a ciclo completo.
Ello acercó la actividad científica a la fábrica o al productor,
reduciendo enormemente las barreras entre ambas esferas, que en
otras áreas ajenas a este esquema de trabajo han perdurado,
dificultando la introducción y generalización de los resultados.
Más allá de que la biotecnología sea hoy el segundo sector
exportador de la economía nacional, con fármacos, vacunas,
anticuerpos monoclonales y otros renglones que se comercializan en
más de 50 países y permiten financiar la propia expansión del
sistema, su principal impacto es el tipo de organización económica
con la cual surgió. Ahí está la clave de tan apreciable dinamismo.
Transitar hacia una economía basada en el conocimiento es un reto
impostergable para nuestro país. |